Por: DOMINGO CABA RAMOS
«Las sociedades humanas han instituido sistemas más o menos desarrollados o complejos que van de la simple comunicación mediante objetos, hasta una representación articulada y simbólica: la escritura. Estos sistemas tienen en común la característica de realizar la comunicación por vía visual…»
(Julio Vitelio Ruiz y Eloísa Miyares )
Cuando ejercía como Encargado de Recursos Humanos en un prestigioso grupo empresarial de Santiago de los Caballeros, un ingeniero industrial me remitió, vía correo electrónico, una breve comunicación parte de cuyo texto decía así:
« La reunión se llebara a cabo a la cinco de la tarde en el salon de conferencia y en ella trataremos asunto muy importante para la compañía y para todo los empleado…»
Al saber que un
profesional graduado en una de las más prestigiosas universidades del país era
el autor de un texto con tantas faltas
ortográficas, una pregunta afloró casi de manera inconsciente a mis labios:
¿Cómo es posible que una persona provista de un título universitario pueda
incurrir en tan elementales desaciertos ortográficos?
Y aunque me imaginaba la respuesta, no tardé mucho en confirmarla: el susodicho ingeniero es uno de los tantos dominicanos que sufren de lo que yo he denominado “lecturofobia”, de los muchos que pesan los libros antes de leerlos o los cierran para siempre si estos son muy voluminosos. Cuando estudiante lo obligaron a leer tres obras literarias, las únicas que ha leído en su vida. En los periódicos quizás mensualmente suele leer una que otra nota deportiva y, como si todo eso esto fuera poco, parece disfrutar cuando afirma que “las librerías conmigo difícilmente progresen”
En el 2000, por ejemplo, le envié a mi apreciado y siempre recordado amigo un ejemplar del libro que en octubre de ese año puse en circulación. Seis meses después nos encontramos y le pregunté sobre la impresión que el texto le había causado. “Creo que leí el índice” – me contestó con el más frío desparpajo y sorprendente descortesía.
“Si yo logré que tú leyeras aunque fuera el índice de mi libro, entonces valió la pena publicarlo” – le respondí en forma irónica y con el mismo desparpajo.
Pedagógicamente está más que comprobado que el poco hábito de lectura constituye una de las principales causas que originan las faltas ortográficas. Que a escribir correctamente aprendemos cuando internalizamos en nuestros cerebros o nos familiarizamos con la imagen de esos dibujitos o signos gráficos llamados letras. Y ese proceso de familiarización o fijación de los rasgos físicos de las palabras sólo es posible lograrlo a través de la lectura constante. O, lo que es lo mismo, a mayor actividad lectora, mayor calidad de la escritura.
Por eso no resulta extraño que personas con muy bajo nivel de instrucción, pero muy dedicadas a la práctica de la lectura, muestren un dominio ortográfico, cuando no perfecto, aceptable. Y por eso no tiene nada de extraño que profesionales como el ingeniero precitado escriban tal y como aparece en la nota más arriba transcrita. Porque como muy acertadamente afirma el lingüista y fenecido maestro universitario, Santiago Cabanes:
« La
lengua hablada entra por el oído y sale por la boca; los mudos los son por
sordos. Pero la lengua escrita entra por los ojos y sale por la punta del
lapicero o por la pantalla de la computadora; y todo por la magia de la
lectura. Por lo tanto: buena escritura = mucha y buena lectura»
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