«La tarde se diluye en el ocaso, envuelta entre girones de púrpura y anaranjados, mientras en cirros de airosos y ocre, el horizonte se envuelve en sombra rojiza dejando pasar los tibios rayos del sol que ya sólo iluminan el sendero de vuelta a casa del hombre laborioso que en el lomo de su fiel compañero de trabajo han puesto fin a la jornada del día...».
(Del texto “Memoria del paisaje dominicano”, pág. 11)
Es notoria su emoción cuando lo escuchamos hablar acerca del mundo natural (la flora y la fauna). Pienso que más que pintor, su deseo fue ser biólogo, zoólogo, botánico o agrónomo, y que al no poder consumar dicha ilusión optó por plasmar muchos de los elementos que conforman el paisaje dominicano en bellos e impresionantes cuadros que han recorrido el país y más allá de la frontera.
Sus primeras manifestaciones artísticas, consistentes en modelados de figuras
de barro, datan de cuando apenas había cumplido cuatro años de edad. De ahí
pasó a trabajar en las diferentes facetas de las manualidades. Luego empezó a
pintar sobre bateítas, jícaras de coco, cucharas de higüero, conchas de carey e
hicotea. Y en esa misma o inicial trayectoria pictórica terminó pintando sobre
troncos de roble cortados transversalmente, los cuales generaron todo
un comercio turístico, por cuanto eran vendidos en hoteles de Puerto Plata, La
Romana, Santo Domingo y Samaná.
De los troncos
de roble dio el salto triunfante a la pintura en lienzo, fase esta que
indudablemente marcó el repunte de su proyección artística hasta convertirlo
hasta el día de hoy en uno los más afamados y cotizados paisajistas
de la República Dominicana. Nos referimos, obviamente, al destacado pintor
dominicano, nativo de San Víctor, Moca, Hugo Antonio Mata Ureña.
Como todo buen autodidacta que se destaca en su área, nunca asistió a una
escuela de pintura ni tampoco contó con la orientación de un maestro en esta
rama del arte.
«
Como no conocí materiales – afirma con humildad – los
pinceles los fabricaba yo mismo con fibras de cabuya y crin de caballo y, en
lugar de pinceles, los llamaba escobillas»
Acerca de su incansable trabajo pictórico, el conocido poeta, ensayista y
escritor criollo, Cándido Gerón, afirma lo siguiente:
«En
ese aspecto, el artista costumbrista, nacido en San Víctor, Moca, imprime a sus
paisajes un auténtico sentimiento de acrisolada humanidad poética... La
reputación y el buen nombre de Hugo Mata se deben a su extraordinaria capacidad
artística. Pintor que honra el oficio con su dignidad elevada, su anhelo
únicamente es servir a su arte y a su país. Hugo Mata, desde muy joven, mostró
una excepcional afición por la pintura. Esta innata pasión por el gusto
artístico, a lo largo de su carrera, ha recibido el mayor estímulo de la
crítica de arte dominicana. En sus paisajes – continúa
Gerón – podemos apreciar las sutilezas y los ritmos
de sus imágenes y el público celebra con entusiasmo la novedad y frescura
de los mismos; al mismo tiempo, el grado de seducción de sus estampas
penetradas de una poesía rica en agudeza y pulcritud. Artista de la expresión y
la imagen claras y cuya vida rezuma un espíritu allegado a la alegría y el
gusto por la vida. En ese contexto, Hugo Mata ha rebasado su época, y como
pintor agudísimo nos ofrece en sus pinturas una fervorosa vocación que pone de
relieve sus admirables metáforas visuales…». (Del prólogo al
texto Memoria del paisaje
dominicano, 2003)
Del
paisaje local, su pasión se inclina por esa parte del día en
que los rayos del sol comienzan a
declinar: los atardeceres.
“Los atardeceres me
embriagan, me emocionan, me impactan. No sé qué me pasa con los atardeceres” – ha dicho el
pintor. Y sobre los atardeceres escribió el poeta tamborileño
Tomás Hernández Franco,
«El
crepúsculo vierte su divina tristeza
en el bello paisaje. Una franja grisácea
es un río que canta, con su eterna pereza,
arrullando la muerte de la tarde violácea».
(La paz del crepúsculo, de su libro Rezos bohemios, 1921)
Todo atardecer es por naturaleza, nostálgico y por nostálgico, siempre romántico. Y si del mundo rural se trata, mayor es ese sentimiento: las ramas de los árboles apenas se mueven, el sol, dejando a su paso una impresionante luz anaranjada entierra su rostro de fuego en el horizonte sombrío, las garzas, con su acérica puntualidad, emprenden su acostumbrado viaje de regreso. Las aves silvestres se refugian en sus nidos, las gallinas saltan desesperadas a la rama que les sirve de lecho, el labriego abandona los sembrados y se dirige a la casa a reencontrarse con su familia, las amapolas, los robles, los flamboyanes y los grandes árboles, imponentes y silenciosos, se erigen, cual celosos centinelas, como los guardianes nocturnos de la pradera. En toda la aldea se percibe un ambiente general de paz, quietud o tranquilidad y, desde un lugar no definido, una una banda de grillos cantores comienza a esparcir las muy armónicas y melancólicas notas de sus nocturnos conciertos por todos los senderos del paisaje campestre..
Se trata de una realidad que muchas sensaciones y sentimientos despierta en las
almas con fina sensibilidad artística, y que Hugo Mata, entre otros temas, ha
sabido plasmar en unos cuadros que bien han sido enjuiciados y que tantas
demandas tienen dentro y fuera del país.
De ahí que el fenecido historiador y profesor universitario, doctor Carlos
Dobal, lo haya calificado con sobradas razones, como “El poeta de los
atardeceres”.
(Publicado
por primera vez en la prensa nacional el 20 de mayo del 2014