domingo, 24 de noviembre de 2019

EL MOTORISTA Y YO


Por : Domingo  Caba Ramos
 Como todos los domingos, las siempre congestionadas calles de la Ciudad Corazón, lucían casi solariegas o libres del infierno vehicular que las caracterizan los demás días. Por una de esas calles, yo me desplazaba tranquilamente. Observo por el espejo retrovisor y noto que un motorista  me sigue a toda velocidad.
  
Como tengo la intención de doblar en la próxima intersección, enciendo a su debido tiempo y distancia las luces direccionales. Las luces, al motorista, al parecer ningún mensaje   le transmitían , razón por la cual, en lugar de reducir,  prefirió acelerar la marcha. Sin perderlo nunca de vista, yo me acerco a la esquina donde me propongo doblar; pero justamente en el preciso instante en que decido realizar el giro a la derecha, el motorista me rebasa por la derecha, siempre a toda velocidad.  Para no llevármelo de encuentro, tuve que ejecutar uno de esos frenazos en que el vehículo queda, a su vez,  ejecutando un baile maldito. 

El motorista se detuvo momentáneamente, me miró con ojos de boas venenosas y pronunció tres o cuatro maldicientes palabras, entre las cuales, presumo, no faltó el nombre de mi santa madre muerta.
Yo también lo miré y pensé emitir uno que otros coños acompañados de dos o tres explosivos carajos; pero acto seguido pensé : estoy en la República Dominicana, y me contuve.

El motorista encendió su vehículo y, a toda velocidad, o «como alma que lleva el Diablo», continuó su veloz recorrido por las calles casi solariegas de la Gran Ciudad. Yo, en cambio, sonreí de rabia y me quedé observando al jumento o semental cuya imagen poco a poco, encima de su motocicleta, se perdía en la distancia.