sábado, 23 de agosto de 2014

LA NORMAL " NÚÑEZ MOLINA" EN MIS RECUERDOS

  Por : Domingo Caba Ramos (*)

A MANERA DE PROLOGO
 
Una tarde cualquiera de un viernes cualquiera del año 2013 regresaba yo a la ciudad de Santiago, donde resido, desde la llamada Villa del Viaducto (Moca). Al pasar  por el frente de lo que una vez fue  el campus de la  Escuela Normal Luis N. Núñez Molina, tuve que detenerme por espacio de unos cinco minutos aproximadamente para facilitar el paso a un entierro que se dirigía al cementerio municipal de Licey al Medio. El momento fue bastante propicio para  « clavar» mi mirada en el susodicho campus  y recordar parte de  mis vivencias en los   dos años que en la categoría de interno cursé  estudios magisteriales en el referido centro educativo.

Por allí, después de graduado, había pasado cientos de veces y a la Escuela había vuelto en más de una oportunidad. Sin embargo, nunca  como en el momento de la parada forzosa preindicada, las imágenes y recuerdos de mi permanencia allí habían aflorado en mi mente con igual fuerza y recurrencia.  Fue entonces cuando concebí la idea de, tan pronto llegara a mi casa,  escribir  un artículo que llevaría por título « La Normal Núñez Molina en mi recuerdos», el cual habría de ser publicado el viernes siguiente (13/6/2013) en mi columna «Arcoíris» del diario La Información.

Y así fue. Pero las imágenes del ayer normalista, como cintas cinematográficas,  continuaban bailando o  moviéndose sin parar  en la pantalla de mi cerebro. Y de esta manera, los recuerdos que en intención debieron describirse en un solo artículo, fue necesario consignarlos en siete entregas que en igual números  de semanas fueron publicadas no solo en el tradicional  periódico santiagués, sino también en otros diarios de naturaleza digital. 

Un año después, en agosto del 2014, consideré oportuno concentrar esos artículos en un  texto único y publicarlo en mi blog o página personal de internet: www.domingocaba.blogspot.com  Tales trabajos fueron luego  aglutinados en un texto domésticamente impreso y compartido  en el primer encuentro de excompañeros de promoción realizado en el local de la otrora Escuela Normal «Luis Núñez Molina», en febrero del 2018.

Salvo algunas actualizaciones y correcciones, las ideas contenidas en el blog se corresponden fielmente con las publicadas originalmente en el 2013 en la prensa nacional. He ahí  solo una parte de los recuerdos de una etapa importante y muy significativa de mi trayectoria académica. Los demás, les corresponderá a mis hermanos y excompañeros  completarlos.

Domingo Caba Ramos
24 de febrero del 2018



1

«Si dejamos la escuela tan querida,
que albergó nuestros años juveniles,
 lucharemos con ánimo en la vida,
 por llevar su recuerdo con honor»

 (Lilia del R. Quiroz)

Desde niño mi aspiración fue estudiar Derecho. Tan intenso fue ese deseo que no miento si confieso que todavía “llevo un abogado por dentro”. El destino, sin embargo, me conduciría por otras rutas humanísticas. Todo se inició cuando en la tarde de un caluroso mes de agosto decidí, más para obedecer a mi madre que por deseos propios, tomar un examen de admisión ofrecido por la Secretaría de Educación, para optar por una beca de estudios pedagógicos ,categoría de interno, en la prestigiosa Escuela Normal “Luis Núñez Molina”, de Licey al Medio.

 Sin que lo deseara y aguardara con entusiasmos, en el referido examen obtuve muy buenos resultados. Fue así por lo que un mes después, 21 de septiembre, recibí un telegrama (aún lo conservo) en cuyo contenido se me comunicaba que:

«Ud. ha sido escogido para participar en la prueba final de selección beca Escuela. Presentarse este viernes 29 a las 11 de la mañana. Traer dos sábanas, almohada, mosquitero y ropa para dos días. Transporte corre por su cuenta. Avise de no aceptar»

 Se me invitaba a participar en la jornada de trabajo evaluativo mejor conocida entonces con el nombre de “Convivencia”. Durante este tiempo, además de las rigurosas pruebas escritas aplicadas para evaluar la cultura general del candidato, se evaluaba su conducta social, sus habilidades artísticas y la manera de relacionarse con sus compañeros.

 Una vez más el resultado me favoreció. En el siguiente mes de octubre se me remitíó un nuevo telegrama, esta vez para informarme que había calificado para optar por la beca e indicarme la fecha en que debía presentarme a la Escuela Normal “Prof. Luis Núñez Molina” para el formal inicio del primer año de clases. Estaba firmado por el director del plantel, profesor Héctor Tejada, llamado por todos, “Señor Tejada”. Un ser de alma noble aunque no lo pareciera, sumamente temperamental, de reducido tamaño, voluminosa anatomía, genio de bronce, y a quien más que respetársele, se le temía.

La fecha indicada llegó y en la Normal me encuentro con mi maleta, mi depresión y mi inadaptación. Jamás había abandonado mi hogar por más de un día. Jamás había dormido en cama ajena. Jamás me había desprendido de la falda de mi madre. Cuando mi hermano Pedro me dejó en la marquesina del pedagógico recinto, el mundo parecía que se desplomaba a mis pies.

 La noche de ese primer día fue traumática. Nunca se me podrá olvidar. Estaban en boga las famosas novatadas, consistentes en travesuras organizadas por los estudiantes veteranos o de primer año para fastidiar a los “prepas” o estudiantes de nuevo ingreso. Hasta las siete de la noche de ese primer día todo parecía normal, pero a partir de esta hora, el macabro plan comenzó a funcionar. Lo primero que hicieron fue solicitarnos un aporte económico disque para comprar un botiquín. Con el dinero recogido compraron biscocho y refrescos que degustaron frente a nosotros, al tiempo de golpear nuestros egos con el lacerante látigo de sus más burlonas carcajadas.

Luego nos reunieron para informarnos que era norma de la institución rezar el padrenuestro. Todos los de mi grupo rezaron, menos los que organizaron el rezo. Pero donde nuestros traviesos compañeros de primer año “le pusieron la tapa al pomo”, fue cuando ya todos estábamos acostados. Esperaron que nos durmiéramos, y una vez dormidos, se presentaron a nuestros cuartos y, cual duchas malditas, vaciaron en la cama de cada uno los cubos repletos de agua que tenían listos para la ocasión. Acto seguido lanzaron los metálicos envases por el pasillo que conducía a las habitaciones, generando un ruido infernal que puso nuestros nervios casi al borde del infarto. No faltaron, por último, los que intentaron golpearnos con correas.

 Fue la última novatada que se llevó a cabo en la Normal “Núñez Molina”. Tal fue  el impacto del trauma que generó en los de mi promoción, que para el año siguiente, en lugar de vengarnos con los nuevos estudiantes, decidimos eliminarlas, conscientes de que quien llega inadaptado a un nuevo ambiente, precisa de bienvenidas placenteras que contribuyan a su adaptación y no de acciones traumatizantes que le envenenen el ánimo.

 II

Dos años tendríamos que permanecer internos en aquel recinto de formación de maestros. Por eso en cada nuevo período de estudio convivían dos promociones diferentes: una de segundo año y la otra de primero. La mía inició con una matrícula de cuarenta estudiantes internos, tres de los cuales muy pronto desertaron por no resistir el riguroso sistema de estudio. Por esa razón, solo treinta y siete logramos terminar y graduarnos con el título de Maestro Normal Primario. A esta cantidad de egresados, hay que  añadírle los veinte  no internos, esto es, los que cursaron estudios de manera externa.

Vale aclarar que esos cuarenta  que comenzamos fueron  seleccionados de los casi cien que fuimos convocados para someternos a pruebas diversas en la Convivencia antes señalada, y de los aproximadamente quienientos que en la regíon norte y pueblos vecinos tomaron las pruebas de admisión. Revela esto, lo altamente exigente que eran las autoridades educativas en el momento de seleccionar o favorecer con una beca para cursar estudios pedagógicos al estudiante que dos años después debería estar impartiendo clases en una escuela dominicana.

Estudiar internado nos ponía en contacto con una nueva e inimaginable realidad que demandó de cada interno mucho tiempo y fuerza de voluntad para permanecer y no coger la maleta y emprender la huida como hicieron otros. Diversos fueron los factores que afectaron ese proceso de adaptación : el habernos apartados de nuestros familiares, nuestra condición de cuasi adolescentes, el nuevo y riguroso plan de estudio al que tuvimos que enfrentarnos y , lo más importante, convivir con un grupo humano cuyos integrantes estaban provistos de distintas costumbres y de los más diversos temperamentos. A todo esto hay que añadirle el hecho de tener que operar regido por un régimen de disciplina o rígido código de conducta que bajo ningún motivo se podía violar. El tener que actuar apegados estrictamente a las normas internas de la institución, además de la profesional, nos dotó a todos de una formación humana que indiscutiblemente ha marcado nuestra existencia.

  •  Mis maestros
Siempre recordaré con orgullo inocultable la alta calidad, tanto humana como académica, de la mayoría de los profesores que me impartieron clases durante mis dos años de estadía en la Escuela Normal “Luis Núñez Molina”, muchos de los cuales laboraban también en las principales universidades de nuestro país.
                                                                              
                                                                                      Profesor Francisco Polanco ( Tito - Q.E.P.D)

¡Cómo no recordar! , entre otros, el dinamismo, la fina ironía, sentido crítico, eterna sonrisa y formación didáctica de Alfredo Abel ( Freddy), profesor de Metodología Especial ; la brillantez expositiva y sólida formación pedagógica de Francisco Polanco ( Tito) ( Didáctica General ), más tarde vicerrector académico de la PUCMM ; a Petrushka Smester, maestra de Principios de Educación, Carmen Bejarán (Lengua Española y Literatura), Andrés Núñez Merette ( Literatura), a la profesora Thelma Castaño, maestra de Prácticas Escolares .
                                                                                    Profesor Alfredo Abel (Freddy)
                                                                                
Tambien a Mercedes María Reyes, maestra de Filosofía e Historia de la Educación , y quien no obstante su carácter firme y recto, estaba dotada de un dinámico y juvenil espíritu que la impulsaba a coordinar cuantas actividades sociales y/o recreativas se realizaban periódicamente.
                     
                                                                            Profesora Mercedes María Estrella

¡Cómo no recordar! a José Contreras, profesor de las asignaturas Educación Física y Manualidades y Actividades Artísticas , un ser este altamente correcto, decente, prudente , caballeroso y cuyas manualidades eran casi mágicas.

Aunque nos  impartió diferentes materias, al maestro Contreras todos lo recordamos como profesor de Manualidades , por cuanto era en esta disciplina académica  donde estaba su fuerte, su especialismo y su pasión. Era aquí donde brillaba como docente. Con sus manos, es de justicia reconocerlo, el maestro Contreras creaba maravillas.

                                                                                    Profesor José Contreras

¡Cómo no recordar!  los armónicos acordes del violín y la paciencia casi oriental del maestro de música, Apolinar Bueno; y sobre todo, a los dos seres que tenían que lidiar con nosotros día y noche, con varones y hembras. Me refiero al profesor Marino Henríquez, nuestro nunca olvidado querido “Profe Maro”, y a nuestra archiqueridísima doña Herminia Pérez Vda. Pimentel (doña Mamina), maestra de Historia y Geografía Patria, asesora de prácticas, subdirectora del plantel, la madre espiritual de todos, una maestra con M mayúscula y posiblemente uno de los tres seres más nobles, tiernos, amorosos e íntegros que he conocido durante el tiempo que llevo residiendo en el mundo de los vivos. No quiero siquiera imaginarme qué hubiera sido de nuestros días en la “Núñez Molina” sin la presencia y calor humano de este ángel protector.

                                                                                    Profesor Apolinar Bueno

El “profe Maro” constituía el símbolo de la decencia y la prudencia. Con excepción de los fines de semana, era el responsable de mantener el orden y la disciplina en el pabellón de los varones, especialmente en horas de la noche. Gran conocedor del mundo de las abejas, disfrutaba como nadie cuando hablaba acerca de la conducta de estos animalitos. ¿Quién no recuerda la emoción que mostraba cuando describía el famoso “vuelo nupcial…”?. Otra de sus grandes pasiones consistía en coleccionar fotos de chicas en trajes de baño, publicadas por el periodista Leopoldo Perera Acta en la sección “La cámara la vio así”, del periódico Última Hora. A esas jóvenes modelos, el “Profe Maro” solía llamarlas “Pocholas” y “Pocholitas
             Profesor Marino Henríquez (Profe Maro)

Otros de nuestros maestros, aunque de permanencia muy breve, fueron Daniel de los Santos y Fellita Pérez de Fermín, ambos de Matemáticas, y una profesora de Técnica Audiovisual llamada Orquídea Fermìn.

Desempeñaron igualmente un rol de innegable importancia en nuestro proceso de formación docente las maestras que ejercían en la escuela experimental, a la que todos llamábamos “Escuela Anexa”, y en un cuyo recinto debíamos desarrollar las prácticas docentes que tanto contribuían a poner nuestros nervios tensos. Entres otros, tengo muy presente los nombres de Caridad Ramos ( segundo curso ), Leida Pérez ( tercer curso) , Danilo Medrano ( cuarto curso) Altagracia B. de Gómez ( quinto curso ), Juana Danielva Rodríguez ( sexto curso ) y Mercedes Gómez ( primer curso ). A esta última le decíamos “El cuchillo”, por lo difícil que resultaba aprobar o pasar con buenas notas una práctica cuando nos correspondía impartirla en su curso.
                                                        
Bella, dulce y sumamente tierna , Leida Perez, después de Danilo Medrano, era la más joven de ese grupo. Su forma humilde y sencilla, unida a su juventud, generaba la confianza que originaba que nos acercáramos y compartiéramos con ella de manera abierta. A mí siempre me acusó de que me robaba o no devolvía los lapiceros. Por eso, cuando mis días en la Núñez Molina llegaron a su fin, escribió en mi autógrafo una muy breve y escueta nota que apenas decía : " Con cariño : Leida Pérez . Recuerdas devolver los lapiceros" . Actualmente ejerce como maestra en la UASD, recinto Bonao.

                                                                    Leida Pérez ( Maestra Escuela de Anexa )
                                                                          
Otras, como Juana Rodríguez y Caridad Ramos, eran también muy afectuosas , afables y agradables, pero no les teníamos tanta confianza como a la anterior.

 Altagracia B. de Gómez era distante, casi impenetrable, lo mismo que Danilo Medrano, no obstante haber sido este nuestro compañero de estudio, esto es, cuando  mis compañeros y yo cursábamos el primer año, él, Danilo, cursaba el segundo.Inmediatamente después de graduarse, lo nombraron maestro en la Escuela Anexa. En cuanto a la mocana Mercedes Gómez, a pesar de su cara de mal amiga y su fama de "cuchillo", en lo más profundo de su ser, se ocultaba un sensible y noble corazón.
                                                                             Profesora Petruska Smester ( Q.E.P.D.)

  • Los héroe sin nombres

Nuestro paso por la Normal también hubiera sido muy difícil de no haber contado aquí con el apoyo y calor paternos de aquellos “héroes sin nombre”, los siervos de mi plantel, que conformaban el personal de apoyo, tales como conserjes, cocineras , lavadoras, y jardineros. A ellos les dedicaré una de las presentes entregas.  A los integrantes de uno y otro personal, docente y de apoyo, vayan, donde quiera que se encuentren, nuestra más sincera expresión de gratitud y respeto.

 III

  • Mis compañeros.
                                                              Compañeros de promoción en la Escuela Normal

En este recorrido por los senderos de mi memoria, no puedo dejar de referirme a todos aquellos seres con los que durante dos años tuve que convivir y compartir las más diversas experiencias: alegrías y tristezas, llantos y risas, diferencias y coincidencias, abrazos y conflictos y, sobre todo, intensas horas de ajetreos académicos. Me refiero, obviamente, a mis compañeros de estudio; más que compañeros, hermanos. La mayoría de estos procedían de diferentes puntos de la región norte de nuestro país, así como diferentes eran los rasgos que tipificaban sus conductas y temperamentos. No obstante el paso de los años, borrar sus nombres del mural de mi conciencia es casi imposible. Agrupados por provincias y/o municipios, esos nombres, si la mi memoria no me traiciona , son, con sus direcciones de los años en que cursamos estudios,  los siguientes:

 Puerto Plata : Carlos Veras ( Altamira), Eddy Samuel Álvarez ( La Isabela), Ramón Emilio Estrella ( El Mamey, Los Hidalgos), Ana Alicia Álvarez, Q.E.P.D. ( Luperón),Rafael Suero (Luperón),Juan Peralta (La Isabela), Elena Francisco Román (Imbert ), Iris Reyes (Sosúa) y Eulogia García ( Altamira).

Espaillat: Maritza Olivares (Moca) Iluminada Espinal (Moca), Adelmia Pérez (Moca), María del Carmen Bencosme (Moca), Domingo Caba Ramos (Moca) Germania Romero (Moca) y Rufina Almonte (Gaspar Hernández)

 Valverde: Ivelisse Matos (Esperanza), Esperanza Peña, Q.E.P.D. (Esperanza), Iluminada García (Esperanza), Rafael Peralta (Mao), Bienvenido Antonio Disla (Mao) , Próspero  Jimènez (Mao) y Águeda Fondeur (Laguna Salada).

 Montecristi: Rafael Virgilio Díaz (Villa Vásquez) .

Salcedo : Juana Abreu Jorge ( Villa Tapia )

 La Vega: Pedro Reinoso, León Mejía (Q.E.P.D.) y Socorro Domínguez.

 Santiago Rodríguez: Miriam Echavarría, Dulce Marìa Jimènez ( Q.E.P.D.) ,  Kenia Quiñones, Josefina Jiménez, Miriam Gòmez y Natividad Moreno De León (Naty).

Santiago de los Caballeros: Mirta Rodríguez (Don Pedro, Tamboril)

Nagua: Pedro Reyes.

Sánchez Ramírez: William Manzueta (Cevicos) y Adria Reyes (Cotuí).

 Neiba: Idrialis Silfa.
De izquierda a derecha , de pie : Jaime Taveras ( bibliotecario - Salcedo ), Carlos Veras, Ramón Emilio Estrella , Pedro Reinoso , William Mazueta  y Domingo Caba. Hincados : Rafael Peralta, en camiseta , Virgilio Rafael Díaz , Leo Mejía y Juan Peralta.

 A esa lista deben agregarse otros nombres de estudiantes externos, tales como Marcos Vargas (Santiago), Maribel  Taveras -Mary- (Licey al Medio) ,Germania Romero (Moca), Ada Jiménez (Km. 5, Carretera Duarte, Santiago), José Fco. Arias (Licey al Medio), Joseíto Fernàndez. (Licey al Medio), Leonardo Rafael Arias, Q.E.P.D. ( Las Palomas, Licey al Medio) , Josè Dionisio Arias ( Las Palomas ,Licey al Medio), Marina Osorio -Malinche -Km 9, Carretera Duarte, Santiago ), Rosa Sirì (Monte Adentro, Km. 8 y medio, Carretera Duarte, Santiago), Bàrbara Ureña (Limonal, Licey al Medio) Manuel Ramòn Minaya ( Licey al Medio ) Rafael Eleuterio López ( Nagua)  y Rafael Bienvenido Peña (Licey al Medio) 

Cada uno, reitero, poseía su particular forma de ser, como  bien se aprecia en algunos  perfiles que a modo de ejemplos presentamos a continuaciòn :

 Carlos Veras: Más que un estudiante de Pedagogía parecía un cadete de una escuela militar. Así se ponía de manifiesto cuando caminaba: sus pasos lentos pero y firmes, y su pecho siempre al frente. Parsimonioso, libresco, inteligente y no muy dado a los “bochinches” del grupo. La biblioteca era su espacio favorito.

 Eddy Álvarez: Sincero, amigo fiel o de un solo rostro y con una habilidad asombrosa para las matemáticas, siempre fue un negro “comparón”. De atlética anatomía, producto quizás de sus habituales prácticas deportivas, activo, dinámico, muy social, bulloso, bocón, comelón sin tregua y poseedor de un alto concepto de las relaciones humanas, empleaba como recurso de presión el alto volumen de su voz para amedrentar a los demás. Yo nunca me amilané frente a sus verbales bravuconadas, ni siquiera el día en que le robé un vaso de habichuelas condulce que celosamente había guardado. Toser dos veces antes de comenzar a hablar y tratar de impresionar a los profesores mediante el uso, a lo Cantinflas, de un juego de palabras apartadas del tema central, cuando no se sabía las clases, eran dos de sus principales rasgos característicos. Fue uno de mis siete compañeros del cuarto en que habitábamos y uno de los pocos con quien he mantenido una continua comunicación desde que salimos de la Normal.

Ivelisse Matos : Inteligente, metódica,  prudente, trato humilde y sincero y, sobre todo, muy solidaria, era algo así como la líder de su grupo femenino. Con hembras y varones, merced a los rasgos anteriores, y por su facilidad para inspirar confianza, supo mantener  unas relaciones de sincera camaradería. En las prácticas escolares siempre brilló, y en el resto de la asignaturas, sus notas bordeaban el límite de lo máximo. En todo momento estuvo dispuesta a ofrecer ayuda a quienes se la solicitaban.  De ella siempre recuerdo su risa explosiva  y los muy afectivos términos «Manito» y «Manita» que empleaba para llamar a sus compañeros.


De izquierda a derecha : Ana Alicia Alvarez, Maritza Olivares, Ivelisse Matos, William Manzueta, Iluminada García y Esperanza Peña.

William Manzueta: Era el clásico bufón. Se burlaba hasta de su propia figura. Nadie se le escapaba. Sincero, trato agradable y con un sentido del humor por encima de lo normal, constituía él la terapia de hembras y varones. La pérdida de la razón, desafortunadamente,  le imprimió un giro diferente a su normal proceder  y borró de aquel  rostro siempre alegre su sonrisa habitual.

 Superimperactivas, sociales y muy dinàmicas , eran las mocanas  Maritza Olivares y Adelmia Pérez. A esta última, cuasi vecina, siempre la he considerado como “mi hermana blanca”. Mi madre le tenía un especial aprecio. Ya graduados, trabajó bajo mi dirección durante muy poco tiempo, y luego se marchó a la capital, en dónde decidió fundar un colegio, dedicàndose de esa manera a la enseñanza privada.

 Ramón Emilio Estrella: Entre todos, era lo que se dice un personaje altamente pintoresco. Hàbil, diligente, astuto, pero, sobre todo, buen amigo, aprovechaba cuantas circunstancias le favorecían para el logro de un determinado propósito. En los dos días de Convivencia creó fama por lo mucho que se extendía al comunicar su dirección: “Yo soy Ramón Emilo Estrella y vivo en Hunijica, Mamey, Los Hidalgos, provincia de Puerto Plata”. No creo que mediera más de cuatro pies y medio de estatura.

 ¿Y qué decir, de Rafael Suero (Fafi)?. Excelente ser humano, lector voraz, discreto, reflexivo, analista, provisto de una fina sensibildad social y humana,  además de uno de los cerebros más lúcidos de nuestro grupo, fue también uno de los seres más sanos, sinceros y nobles que he conocido.

 Imágenes recientes (2017) de algunos compañeros . De izq. a derecha : Rafael Suero (Fafi), Domingo Caba Ramos y Marcos Vargas.

 Bienvenido Antonio Disla (maeño) : Este inolvidable compañero, al que todos apreciábamos y le teníamos mucha confianza, representaba la más auténtica expresión de la formalidad, la decencia y la prudencia. Sumamente responsable y consagrado a sus estudios, al igual que el anterior fue un estudiante de alto rendimiento. Cuidaba mucho de su dicción y forma de vestir . La marcialidad y agilidad que mostraba al caminar descubrían al jugador amateur de beisbol que antes fue. Nunca mostró pasión ni la más mínima inquietud por el quehacer político. Sin embargo, ¡oh sorpresa!, no hace mucho me enteré de que en el pasado reciente, mi amigo Disla se desempeñó como síndico y regidor del municipio en que nació y siempre ha residido : Mao.

 Mirtha Rodríguez e Iluminada García eran las reinas del baile. Verlas bailando el “El tabaco” y “El pingüino” de Johnny Ventura, era todo un espectáculo. Nadie como ellas movían tanto sus  antillanas caderas al son de las citadas piezas musicales.

 Kenia Quiñones era una de las más tímidas del grupo, hablaba solo lo necesario, muy por el contrario a sus compueblanas Josefina Jiménez,  Dulce Jimènez, Miriam Echavarría y Natividad Moreno, las cuales eran mucho más expresivas. Esta última, a quien todos llamábamos "Naty", de extrovertida se pasaba.

Pedro Reyes : Flaco,  parsimonioso,  fumador sin tregua y sumamente jovial, a este compañero, nativo de Nagua, siempre lo recuerdo por la madurez que mostraba en sus actos y por su visión un tanto estoica de la vida . Nada lo estresaba. Nada le perturbaba su mente. Nada le “quitaba el sueño”. El era él y ya... Tan convencido estaba de su afición al cigarrillo que en el autógrafo que aún conservo, y en el que todoslos compañeros me dejaron mensajes de despedida, Pedro escribió lo siguiente :« Caba :cuando la muerte va a sorprender a un individuo no pregunta  si tiene vicio o no. Por eso yo, con mi cigarrillo, llegaré hasta el infinito; porque morir parado y acostado, como quiera es muerte»

 La velocidad articulatoria de otra de nuestras apreciadas compañeras, Águeda Fondeur, constituía un caso bastante singular. Tan rápido hablaba que apenas se le podía entender la última palabra. Sus órganos fonadores, al parecer, fueron diseñados tomando como modelo la luz del relámpago.

 Otro inolvidable compañero, Próspero Jiménez, era, lo que se dice, esclavo de su imagen, particularmente de su melena. Frente al espejo, pasaba minutos interminables acicalándosela. A establecer contraste entre su cuidada melena y mis cabellos, siempre terminaba burlándose, por entender que mi cabeza, más que de pelos, estaba poblada de pimientas. En todo momento me dispensó un trato de hermano.

Imágenes recientes (2017) de algunos compañeros. De izq. a derecha : Marcos Vargas, Eddy Alvarez, Rafael Díaz (Felucho), Adelmia Pérez, Carlos Veras y Josefina Jiménez.

Una poética y fraterna controversia.

 Un buen día a Carlos Veras se le ocurrió publicar en el mural unos versos de su autoría dedicados a mí:

 «Según dicen por ahí,
 en el dicho popular,
 tan solo deben amarse,
 los que se van a casar…»

 Los demás interpretaron la acción como una provocación y me obligaron a responderle en el mismo mural, y esta fue mi respuesta:

 «No creo que sea como dicen,
 en el dicho popular,
 de que tan solo deben amarse,
 los que se van a casar…

 Para amar no ha de estar siempre,
 el matrimonio incluido,
 y no es razón suficiente,
 para que pierda sentido…»

 El mural se convirtió así en un centro de literaria expectación: yo con mi fans y Carlos con el suyo. Carlos me atacaba en versos, y yo le respondía de igual forma. Cuando él pensó que me había derrotado, cesaron sus líricas andanadas; pero el clamor popular opinaba de otra manera, vale decir, hasta sus más fieles seguidores proclamaban a mandíbulas batientes que “el verdadero triunfador fue Caba”.
                                                                                                       

 IV

 La relación entre estudiantes internos y externos fueron siempre excelentes, casi igual que entre internos e internos. Digo “casi”, pues entre internos, los lazos de hermandad tenían que ser un poco más solidos por cuanto permanecíamos juntos las veinticuatro horas del día; pero las diferencias que en el afecto pudieron existir, por leves, apenas se percibían. Y es que a pesar de que comían y dormían en sus respectivos hogares, esos estudiantes no internos permanecían la mayor parte del día en el recinto de la Núñez Molina, todos, por compromisos académicos; otros, por su “fiebre deportiva”, como el caso de Marcos Vargas, quien apenas llegaba a su casa, en ocasiones se le veía no muy tarde regresar, portando pantalones cortos, con un balón en las manos.

 Excelentes fueron igualmente nuestras relaciones con los internos correspondientes a la promoción que nos seguía (primer año). Para propiciar ese ambiente de armonía, además de suspender las novatadas ya referidas en la primera entrega de esta serie, decidimos que cada cuarto fuera compartido por cuatro estudiantes de primer año y cuatro de segundo, ocho en total. Recuerdo, entre estos últimos , a mi vecino Duarte Peralta, a Víctor Manuel Burgos ( Palmarito, Salcedo) , Luis Ureña (Las Palomas, Licey al Medio) Narciso González ( Los Hidalgos, Puerto Plata), Hugo Gil ( Santiago), Tony Cruz ( Tamboril ), Carlos Clemente Cuello (Santiago), Cándida Sánchez ( San Víctor, Moca) Grecia Fabián ( Moca), Martha Rosa Hernández (Santiago Rodríguez) ( Imbert, Puerto Plata), Rómulo Espaillat ( Gaspar Hernández ), Osiris Almánzar ( Mao) , Kohuris Henríquez ( Imbert, Puerto Plata ).

 Víctor Burgos era uno de mis compañeros de cuarto: Organizado, estudioso, prudente, afectuoso, bonachón, flaco hasta chocársele los huesos y con una timidez que rayaba en la ingenuidad, este joven salcedense, con rostro de sacerdote, comía sin reloj. No sé, realmente, cómo podían caber tantas comidas en un cuerpo con tan poca masa.

 Narciso González se distinguía por su extraordinaria afición a la lectura, facilidad de palabras, brillantez oratoria y gran sensibilidad poética. Común era verlo con un libro en las manos.  En cuanto a otro de sus compañeros, Kohuris Henríquez, hay que señalar que representaba la más auténtica expresión del histrionismo. Sus ocurrencias y fibra humorística nada tenían que envidiarle a un Cuquín Victoria, a un Boruga o a un Beras Goico.

 En una y otra promoción el talento sobraba. Ese talento, unido a la regia formación docente y humana que recibíamos, generó un producto profesional de extraordinaria calidad. Por eso no extraña las posiciones de importancia que años después, tanto en el sector público como privado, muchos de ellos desempeñarían. Por eso, el deseo de todo director de escuela era que le nombraran un maestro egresado de la Escuela Normal “Luis N. Núñez Molina”.

 Una vez graduados de Maestro Normal Primario, no todos mis compañeros de promoción“calentaron el aula”, esto es, una buena parte de ellos tomó caminos distintos al docente, ya sea porque estudiaron otra carrera, se marcharon del país o se dedicaron a la política y al comercio. Antonio Disla, como ya lo indicamos, fue síndico de Mao; Ivelisse Mattos y Adria Reyes ejercen como abogadas. Virgilio Rafael Díaz, el “niño” o más joven del grupo, representa una compañía norteamericana suplidora de efectos industriales. Kenia Quiñones es sicóloga y Josefina Jiménez, administradora de empresas.

Otros, aunque cursaron otra carrera y han ejercido otro oficio, se han mantenido ligados al sector educativo. A saber:

Marcos Vargas: sicólogo. Es el propietario y director de  uno de los colegios de más antiguedad y tradición de la ciudad de Santiago : el  Colegio Duarte.

 Eddy Álvarez: abogado, economista, máster en Educación y experto en asuntos cooperativos. Asesor de la ACIS, dirigió la cooperativa, así como carrera de Economía de la UTESA, donde todavía ejerce como maestro.

Carlos Veras: en la UTESA, además de profesor, ha ejercido como gerente de recursos humanos y director del recinto de Puerto Plata.

En lo que a mì respecta, ademàs de ejercer en todos los niveles de la enseñanza pùblica, he impartido e imparto docencia a nivel superior como profesor de lengua y literatura en la Universidad Autònoma de Santo Domingo (UASD) y en la Universidad Tecnològica de Santiago (UTESA), recinto Santiago. Tambièn he sido articulista de los màs importantes diarios nacionales y gerente de recursos en un prestigioso grupo empresarial de la ciudad de Santiago de los Caballeros.

 Otros, desafortunadamente, fallecieron a destiempo, como son los casos de Leo Mejía, Esperanza Peña,  y Ana Alicia Álvarez, esta última, una de las almas más dulces y tiernas de nuestro grupo. De otros, la mayoría, nada sé; porque nunca los he vuelto ver.

 V

. • El Señor Tejada.

El profesor Héctor Manuel Tejada, director del plantel, era un ser con un temperamento de piedra. Su simple presencia les ponía a todos “los nervios de punta”. Con los estudiantes, muy pocas veces interactuaba. A mí, sin embargo, siempre me dispensó un trato afectuoso.

En cualquier momento explotaba como una bomba, como aquella noche en que nos pusimos de acuerdo para no comer un mondongo que expelía un olor nada agradable. Al enterarse, sus ojos brillaron de rabia y el corazón parecía emigrar de su voluminosa anatomía. Nos reunió a todos en el comedor e inició su discurso con las siguientes flechas verbales:

 « ¿Por qué ustedes no quieren comerse el mondongo?» – preguntó.

 Y acto seguido afirmó:

« Yo tengo más que ustedes, y me lo como…»

A partir de ahí, todos nos sentamos a la mesa disque a cenar. Unos, por miedo, se comieron el famoso mondongo; otros, preferimos simular.

En ocasiones, extrañamente, procedía con una inusual dulzura, lo que hacía pensar que detrás de aquel rostro de bronce se ocultaba un corazón de miel. Y que si reciamente actuaba, no era más que con el fin de preservar y mantener en alto, la autoridad,  la moral, el orden y la disciplina en un ambiente poblado por hombres y mujeres que apenas desbordaban los briosos e inmaduros años de la adolescencia.

                                                                              Profesor Hèctor Tejada
                                                             
  • Doña Mamina.

 Doña Herminia Pérez Vda. Pimentel, subdirectora, era la cara opuesta del anterior: era el equilibrio, nuestra confianza, nuestro refugio, el nido adonde íbamos a buscar el amor y el calor de la madre ausente. Era, en fin, nuestro verdadero ángel protector. Ella, doña Mamina, y Niña, la inolvidable y amorosa cocinera, operaban como soportes espirituales o fieles sustitutas de nuestras progenitoras. Nunca olvido aquel sábado en la mañana en que de repente nos informaron que debíamos marcharnos a nuestros hogares y regresar el lunes siguiente. Yo no tenía ni un centavo. Por eso, no tuve más que confesarle mi carencia a Doña Mamina.

- «Lo único que tengo es esto, Caba», y acto seguido puso en mis manos una quiniela de la Lotería Nacional , agraciada con el segundo premio, valorado en dieciséis pesos, monto suficiente para trasladarme a mi casa.

Si en realidad existe un más allá, es posible que esta madre y maestra more tranquila en la mansa morada de los ángeles.
                                                                                Doña Mamina

 • Las prácticas docentes.

 Las prácticas docentes constituyen la esencia de los estudios pedagógicos o la expresión concreta de los conceptos teóricos aprendidos. Adquirir un título de Maestro, sin nunca haber impartido una clase, carecería por completo de pertinencia profesional.

 En la Núñez Molina de mis años estudiantiles, las prácticas ocupaban un sitial de primerísima importancia. Por eso, los niveles de exigencias para evaluarlas eran elevadísimos. De ahí la ansiedad y la crisis de nervios permanentes desde que se nos fijaban las fechas en que debíamos practicar.

 Nunca olvido, al respecto, lo que le sucedió al compañero Próspero  Rodrìguez. Fue preso de una crisis nerviosa cuando impartía una clase en el primer curso. En este grado había que emplear la temible técnica de «movimientos de grupos», consistente en dividir los niños en tres grupos, en cada uno de los cuales debían realizarse simultáneamente tres acciones diferentes (actividad, lectura y motivación) que en un tiempo establecido había que rotarlas.

 Mi amigo se confundió en el proceso rotativo, y luego de un desesperado ¡Ay Dios mío!, intentó abandonar el aula y marcharse, casi huyendo, a preparar su maleta con el fin de partir hacia su Mao natal y abandonar para siempre el recinto educativo de la Normal. Fue necesario calmarlo y convencerlo para que desistiera de sus desertores propósitos.

Cada practicante era evaluado por dos compañeros, por la maestra titular del curso y por la encargada general de las prácticas escolares. Culminada la práctica nos llevaban a un salón, y allí se nos decía lo bueno y lo malo que hicimos, empezando siempre con lo positivo. Quien no la reprobara, debía repetirla. A más de un compañero mío y de otras promociones les fue imposible culminar exitosamente su carrera por no haber aprobado el número de prácticas que exigía el plan de estudios de las escuelas normales.

 Ningún detalle se nos podía escapar, vale decir, todo se evaluaba, desde la redacción del plan de clases hasta nuestra presentación personal. En ese proceso evaluativo, se le concedía una importancia singular al dominio del tema tratado, a la distribución del tiempo, a la participación y motivación de los alumnos, al mantenimiento de la disciplina, al enfoque lo más concreto o menos teórico posible del tema y, fundamentalmente, al logro o no de los objetivos propuestos en el plan de clases.

Dirigir la escuela experimental era otra de las difíciles pruebas que debíamos superar. Extrañamente, fue esta en la que peor me fue. Como mal matemático que soy, al realizar el cuadre de caja relativo a la venta de la merienda, hubo diez “tormentosos” centavos que nunca aparecieron.

Más de veinte prácticas o clases tuvimos que impartir para poder graduarnos de Maestro. La última de ellas se llevó a cabo fuera del ámbito de la Normal, esto es, en la Escuela Blanca Mascaró, de Licey al Medio.

¿Qué importancia tenían estas clases experimentales?

 Las prácticas docentes, vale reiterarlo, contribuían a reafirmar lo aprendido teóricamente. Nos enseñaban estas cómo planificar y conducir una clase, y cómo manejar las diferentes situaciones que se presentan en el aula. Nos permitían controlar el miedo escénico y, más importante aún, nos enseñaban que al aula no se va a improvisar. Que toda clase que se imparte, el maestro debe siempre planificarla. . También nos enseñaron estas prácticas a ser objetivo en la crítica, y a destacar primero lo positivo y luego lo negativo de una persona.
                                                               
  • El niño que ponía  en aprieto a los practicantes.
Había en tercero, el curso de la ya citada maestra Leida Pérez, un niño que fue causante de que   más de un compañero reprobara la práctica. Nueve años de edad talvez, inquieto, inteligente y reflexivo, formulaba unas preguntas que por su nivel de complejidad eran incontestables y, por ende, originaban que el sudor comenzara a derramarse por el rostro del nervioso practicante. Por esa razón, cada vez que nos correspondía practicar en ese curso, nos documentábamos bien pensando siempre en lo que pudiera pasar con el  inquisidor y fastidioso "carajito".
                                                                              
Casi siempre se sentaba en la parte trasera del curso, aparentemente indiferente a lo que se estaba explicando; pero cuando levantaba sus manos, ahí mismo comenzaban los problemas. Sus preguntas en cadena parecían proyectiles moviéndose peligrosamente muy cerca de nuestras cabezas. Todavía recuerdo bien el primer tema  que se me  asignó para impartirlo en ese curso : la piedras preciosas. Mis compañeros me advertían e insistían en  que tuviera cuidado con el niño preguntón. Yo, mostrando una tranquilidad y seguridad que no sentía, me limataba a responderles : " No ombe, no... es verdad que él es inquieto; pero tampoco es Salomón". Pero "buchi y pluma no más...". De mi mente no se apartaba la imagen del tormentoso y chico alumno. Por eso en cada moment libre, solo se me veía en la biblioteca consultando en libros, enciclopedias y otras fuentes acerca de todo lo que se pareciera a las piedras preciosas.

El día de la práctica llegó. Yo desarrollaba  el tema de manera normal, pero observando de reojo y muy disimuladamente al niño de nuestra historia, el cual parecía atento a cualquier cosa menos a lo que allí estaba ocurriendo. Apenas me faltaban cinco minutos para terminar y todo parecía indicar que los inconvenientes brillarían por su ausencia ; pero de repente el niño levantó sus tienas manos. Me rasqué la cabeza y mi rostro moreno se tornó blanco durante unos minutos. Las preguntas, como agua incontenible,empezaron a escucharse  : ¿ En la República Dominicana hay mina de diamante? ¿En qué pais de América hay minas de diamante?  ¿ Qué país produce esmeralda? ¿Cuál es más valioso del diamante y el oro? ¿ De cuáles piedras preciosas hay minas en nuestro país? ¿ Cuál es más valioso de la esmeralda, el diamante y el rubí? ¿Qué se fabrica con el topacio?

Parecíamos dos púgiles. El preguntaba y yo respondía. La maestra titular y todo el que allí observaba, medio se sonreían. Esperaba la siguiente pregunta cuando sorpresivamente el  niño abrió su cuarderno y se puso a dibujar. El interrogatorio terminó. Yo respiré profundo. Superé la pueba. Creo, no recuerdo bien, que obtuve una calificación de 95 puntos más la felicitación de quienes me evaluaron.

Debido a su conducta altamente inquisidora mostrada en clases, es natural que la mayor parte  de mis compañeros viera o  percicibiera al niño preguntón de tercero como   un "carajito" necio, pesado y fastidioso. Hoy, debido a nuestra mayor experiencia  y formación docentes,  necesariamente tenemos que  pensar de manera diferente, muy especialmente cuando  observamos a  nuestras  aulas  repletas  de estudiantes pasivos  o carentes por completo de utopías,  curiosidad e  inquietudes académicas. Estudiantes  que por no estudiar, pensar y reflexionar, tampoco están aptos para crear un espacio de preguntas y discusión. Frente a ese nuevo modelo de estudiantes,   cuánto no desearía un maestro contar en sus clases  aunque sean  dos alumnos parecidos al inquieto y productivo niño de Licey al Medio que tantos aprietos o dolores de cabeza supo producirles a todos los integrantes de mi promoción .

 • « Si quiere irte, mástame…»
                                                                               
                                                                               Profesor Andrés Núñez Merette.

Andrés Núñez Merette fue uno de nuestros más apreciados profesores. Su manera de ser era un tanto pintoresca. Por su juventud, conectaba bien con todos nosotros, razón por la cual, en los momentos de recesos, siempre estaba rodeado de estudiantes.

Fiel admirador del cantante y compositor Anthony Ríos, en ocasiones confrontaba problemas, como buen dominicano, para articular la s implosiva o aquella que aparece en posición final de sílabas o de palabras, esto es, «se comía las eses»; y para completar el irregular cuadro fonético, los estudiantes más “fuñones” afirmaban, sin razón alguna, que también solía, de manera ultracorrecta, pronunciarlas allí donde no iban. Esto provocó la satírica, hiperbólica, pero amorosa versión entre mis compañeros de que Merette, cuando cantaba una de las canciones de su artista favorito, decía: « Si quiere irte, mástame…»

No sé cuál habrá sido el destino de ese querido maestro, pero dónde quiera que se encuentre, vaya mi más sentida expresión de afecto y respeto.

                                                                                 Profesora Carmen Bejarán.

VI

 • « Los siervos de mi plantel» 

Como expresé en la primera parte de estos apuntes, nuestra estadía en la Núñez Molina hubiera resultado sumamente difícil de no haber contado aquí, además de la presencia y maternal asistencia de doña Mamina, con  la solidaridad y calor paternos de aquellos “héroes sin nombre” que conformaban el personal de apoyo: conserjes, cocineras, lavadoras y trabajadores agrícolas.

 Estos últimos, con amorosa, llana y hasta pintoresca manera de comportarse, creaban una atmósfera relajante o le imprimían un sello terapéutico a un ambiente caracterizado por la presión del estudio, la rigidez de la norma y el peso de la nostalgia.

 A pesar de todas las “carpetas” que les dábamos, con ellos nuestras relaciones fueron siempre muy estrechas y afectivas. Eran nuestros soportes materiales y espirituales. Con ellos charlábamos. Con nosotros, ellos desahogaban sus inconformidades laborales. Cuando necesitábamos algún material para las prácticas, a ellos acudíamos y, en ocasiones, hasta se convertían en cómplices de nuestras travesuras.

¿Quiénes fueron esos “héroes sin nombres”?

 Cocineras: Niña de León, Élida Rodríguez Ramos, María Triunfel y Altagracia Ramos.
                                                                                            Doña Niña

Conserjes: Vieja, María Ureña Portes (Q.E.P.D.) y Therma Dolores Portes.

 Jardineros: Juan Antonio Rosario (Chicho) y Pirilo López Valdez.

Trabajadores agrícolas: Bernabé Santos (Q.E.P.D.), Efraín Ureña (Q.E.P.D.) y Ramón Antonio Ureña (Q.E.P.D.).

Lavadoras: María del Carmen Acevedo (Mañán – Q.E.P.D.) y María Luisa Ramos (Maguisa – Q.E.P.D.).

Cargas y descargas: Joaquín Polanco (Juaco – Q.E.P.D.) y Valentín Díaz (Valé – Q.E.P.D.).

 Chicho era el más joven y Juaco el de mayor edad.

A pesar del esfuerzo que implicaba cocinarles diariamente a casi cien personas, las tres cocineras siempre se comportaban cordialmente y alegre. Doña Niña, por ejemplo, no paraba de cantar mientras ejercía su culinario oficio. La otra María, la conserje (Q.E.P.D), era archicontenta y bullosa. Vieja, apenas hablaba.

Chicho, caballeroso y corpulento, semejaba un “muchacho grande”. Todavía lo visualizo llegando a la Normal a ejercer su trabajo en su inseparable motocicleta Honda 50. Eternamente junto a Pirilo, se encargaba de apilar la grama que este cortaba con su ruidosa máquina desyerbadora.

 Pirilo era un caso aparte. Un ser sumamente bueno, caballeroso, noble y solidario. A más de un estudiante ayudó en uno u otro aspecto, entre ellos, a mi hermano mayor, Pedro Caba, quien en la Núñez Molina se graduó de Maestro ocho años antes que yo; pero Pirilo era además un personaje altamente folklórico, un sindicalista de boca. Escuchar sus ocurrencias era todo un espectáculo. Oírle decir, refiriéndose al Señor Tejada, aquello de que « Yo, Caba, le vuelo el pescuezo con este colín si inventa conmigo o me jode mucho», era más que frecuente; pero después de ahí, nada: boca de diablo y corazón de santo. Nadie como él apreciaba a su jefe director. Yo lo quería mucho; porque aparte de su especial forma de ser, tenía un gran parecido con uno de mis tíos favoritos. Aunque discapacitado y ya octogenario, Pirilo, agraciadamente, aún vive; y ojalá que vivo continúe durante muchos años.

 El viejo Juaco , más que cargar junto a Valé , alimentos y otros paquetes de un departamento a otro, cargaba sobre sus cansados y envejecidos hombros el peso aplastante de los años. Por esa razón, muy común era verlo tendido en los peldaños que conducían hacia el escenario del salón de actos. En muy pocas ocasiones le escuché conversar.

Valé, por el contrario, era más expresivo, más “tíguere”, un viejito extremadamente simpático. De rápido andar, a pesar de su avanzada edad, con Efraín solía escabullirse en la espesura del bosque para ordeñar, sin que los vieran, el fondo ardiente de una espirituosa “brugalita”.

 En la Normal, después de doña Herminia, Niña, indiscutiblemente, era nuestra segunda madre. Nos hervía el té cuando teníamos gripe, nos brindaba la palabra de aliento cuando estábamos tristes y nos conseguía el poquito de comida extra cuando quedábamos con hambre. En cada uno de nosotros, los estudiantes, ella veía a un hijo más, como bien se aprecia en su muy tierna y amorosa nota de despedida que escrbió en mi autógrafo días antes de que nuestros estudios llegaran a su fin y nos marcháramos definitivamente a nuestros hogares :

 « Caba, Te deseo todo el vien para ti tu madre, niña que no te olbidara nunca»

 Se trata de un mensaje redactado con la tinta del amor que emana desde lo más profundo del alma. Por eso lo conservo celeosamente en el cofre de mis recuerdos entrañables. Así eran ellos, los siervos de mi plantel.

    Serían cerca de las cinco de la mañana de un fresco sábado de primavera cuando desperté sin poder luego recobrar el sueño. Me levanté y después de bañarme salí y me senté en uno de los bancos que bordeaban el amplio patio. Los árboles todavía dormían, a lo lejos se escuchaba el armónico concierto de los grillos madrugadores, y muy cerca de mi lecho, un bohemio ruiseñor preñaba de regocijo el nuevo día con su divertido y alegre canto mañanero.

Una hora después, uno por uno, comenzaron a llegar ellos: los siervos de mi plantel. Al verlos, una extraña sensación sacudió todo mi cuerpo. No pude aguantar: me dirigí a mi cuarto, busqué lápiz y papel y regresé de nuevo al patio. Y como si una voz me los dictara, escribí los versos que siguen, expresión del más sentido homenaje a estos verdaderos  "héroes sin nombres":

 LOS SIERVOS DE MI PLANTEL

 «A través de la cortina,
 veo siempre desfilar,
 los siervos que a trabajar,
van a la Núñez Molina.

 En primer plano se ve,
 en constantes movimientos,
 cargando los alimentos,
al simpático Valé.

También se ven abatidas,
 como fieles misioneras,
 a las nobles cocineras,
preparando las comidas.

 Entre ellos está María,
muy cordial y cariñosa,
 y Vieja, aunque silenciosa,
otra cosa no sería.

 Élida en su misión,
 los mosaicos va fregando,
 mientras Niña va entonando,
una armoniosa canción.

Cerca de los balnearios,
se oye un ruido estridente,
es María que impaciente,
asea los sanitarios.

Al igual que dos hermanas,
 que mutuamente laboran,
Mañan y Maguisa lavan,
 la ropa de la semana.

Como un triste corderín,
agotado por las años,
recostado en los peldaños,
se encuentra el viejo Joaquín.

 Entre los frutos verduscos,
con machete y colín,
van Bernabé y Efraín,
desyerbando el conuco.

Chicho con su escoba dura,
 y Pirilo y su motor,
constituyen el terror,
de la grama y la basura.

 Humildes, pero honorable,
 cada quien cumple su rol,
 bajo lluvia, bajo sol,
con entrega incomparable.

De nobleza insuperable,
 ellos son esencia pura,
ellos son el alma pura,
de este Centro inolvidable»

 Y VII

 • ¡Cómo olvidarla!

 En dos años de intensa actividad y vivencias compartidas, son muchas las imágenes y los episodios que permanecen fijos en la memoria. Imágenes que no obstante el tiempo transcurrido se crean, recrean y proyectan continuamente en el telón de nuestra conciencia.

 ¡Cómo olvidar esas imágenes!

 ¡Cómo olvidar las novatadas, las nocturnas escapadas de la Normal y los también nocturnos “maroteos” o robos de cocos de las frondosas matas plantadas en el terreno del centro educativo!

 ¡Como olvidar los sabatinos y/o dominicales “serruchos” que realizábamos para comprar el “pote” de Bermúdez que ocultos bajo la sombra de la noche libábamos en un escondiste, lejos de la mirada inquisidora del profesor vigilante!

 ¡Cómo olvidar las notas gloriosas del Himno Normalista que con gran emoción entonábamos acompañados de los acordes del violín magistralmente ejecutado por nuestro profesor de música, Apolinar Bueno!

 ¡Cómo olvidar a aquellos viernes en que nos “tragábamos” la comida, abandonábamos rápido el comedor para “tirarnos” en el piso de la marquesina de la escuela a observar, en el entonces programa de lucha libre (Color Visión), los sangrientos enfrentamientos sostenidos entre la “Gallina”, Relámpago Hernández y el “hijo de doña Tatica” y “Campeón de la bolita del mundo”, Jack Veneno!

 ¡Cómo olvidar los conflictos que unos y otros amoríos generaban entre algunos de mis compañeros!

 ¡Cómo olvidar los muy sabrosos “totos de monja” ("coconete") que por el precio de cinco cheles les cogíamos “fiao” a Manolo y Andrea, en el colmado que esa pareja de esposos tenían frente a la Normal!

¡Cómo olvidar, por último, las sabias enseñanzas recibidas de quien para la época estaba considerado como el más prestigioso centro de formación de Maestros Normales de la República Dominicana!

 En la Escuela Normal “Luis Núñez Molina”, fundada el 11 de octubre de 1950, no solo se nos enseñó técnicas docentes y los principios de la pedagogía moderna. Más que eso, se nos impartió la verdadera educación en valores de la que tanto se habla en la actualidad, vale decir, no solo se nos formó didácticamente para ser maestros, sino integralmente para ser mejores personas.

Allí tuvimos que aprender y practicar normas de convivencia social. Tuvimos que aprender cómo comportarnos en una mesa, a respetar a los demás, a no producir escándalo mientras el otro duerme, a ser organizado y responsable. Aprendimos a cuidar la higiene y la presentación personal, a cuidar la pronunciación, la ortografía y la caligrafía y a colaborar o ser solidario con los demás.

 Solo así se explica el que entre grupos de estudiantes, procedentes de zonas geográficas distintas, de sexos distintos, y con formación familiar distinta, se establecían lazos de compañerismos que rayaban en la hermandad. A cada compañero lo percibíamos y tratábamos como a un verdadero hermano.
                                                                                
                                                                              
El cierre o restructuración de las escuelas normales: ¿valió la pena?

 Una de las primeras medidas llevadas a cabo por la profesora Ivelisse Prats de Pérez, tan pronto asumió el cargo de Secretaria de Educación (1982), fue declararle la guerra a las escuelas normales, centros que a la luz de los nuevos tiempos constituían, según ella, modelos ineficientes y atrasados, razón por la cual solía referirse a ellos en forma despectiva.

 La crisis que afectó al sistema educativo dominicano en la década de los años 80 contribuyó significativamente para que la idea de Ivelisse prendiera en el seno de este. La estampida de maestros y la escasa demanda de la carrera de educación prácticamente dejaron vacías las escuelas normales. De ahí que una década después, el Plan Decenal de Educación contemple dentro de sus lineamientos generales restructurar estos centros y convertirlos en instituciones de educación superior. Esta idea se materializó con la promulgación de la Ley 66’97.

 ¿Valió la pena el cierre o restructuración de las escuelas normales?

¿No hubiera sido preferible, como bien lo recomienda la Dialéctica, mantener intacto, junto al nuevo plan ( universitario ),  ese modelo de enseñanza, preservando los aspectos positivos y cambiando solo aquellos considerados negativos? Los sectores involucrados en el que quehacer educativo y la población en general, tienen, al respecto, la última palabra.

En lo que a mí respecta, pienso o estoy más que convencido, de que las escuelas normales no debieron clausurarse. Soy un producto profesional de estas instituciones, y más que nadie sé la formación humana y pedagógica que en ellas recibíamos. Por el momento, solo me resta terminar estos emocionantes recuerdos, evocando y cantando el siempre recordado “Himno Normalista”, de la pluma de nuestro siempre recordado maestro Apolinar Bueno:

 « ¡Hosanna! normalista
 cantemos a la escuela
 que rauda el alma vuela
 de suave ritmo en pos.

 ¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Hosanna…!
 cantemos sin demora 
 que ya llegó la hora
 de levantar la voz. 

 De la escuela en las aulas austeras 
 recibimos la luz del saber 
 y a las pruebas de examen severas
 nos impone la ley someter.

Infantiles los ecos alcemos
 nuestro canto al son del laud 
y al probar que aprendimos,cantemos
 del maestro la ciencia y virtud»

O proclamando, con los líricos versos de la mexicana Alicia del Campo:

« Compañeros cantemos la gloria 
 de esta noble Escuela Normal 
con clarines que anuncien victoria
 saludemos su nombre triunfal…

 ¡Salve, salve!, ¡oh! Escuela Bendita
 ¡salve, salve!, ¡oh! Escuela Normal
 con tu nombre mi alma se agita 
y tu ciencia me hace triunfar…» 
 



(*) - Domingo Caba Ramos