Por: Domingo Caba Ramos
Lunes 8 de mayo del 2017, 3p.m. Aquella soleada tarde, encendí mi vehículo y partí hacia la ciudad de Moca a realizar una de mis habituales diligencias en la llamada Villa Heroica o Villa del Viaducto. Negros nubarrones presagiaban la presencia inminente de la lluvia, a la vez que le restaban intensidad a los calcinantes rayos de un sol primaveral.
Al llegar al poblado de Licey al Medio, momentáneamente tuve que detenerme. Por la vía contraria se desplazaba una larga caravana de vehículos, compuesta mayoritariamente por motocicletas, y franqueada por una guagüita “tumbacocos”, provista de un “rompetímpanos” equipo de sonido, cuya estridencia posibilitaba que hasta en Moca, en el Palacio de Justicia, el Peregrino escuchara el muy efusivo “Se soltó Teodoro”, emitido por el bachatero que lleva este nombre, en medio de la interpretación de la movida bachata que tronaba a través de sus potentes bocinas:
«Vuelve…/ que no resisto,
seguir viviendo/ en este infierno,
sin una mami / que me acaricie,
que me añoñe / que me mime,
vuelve mami con tu papá,
vuelve morena con tu papá…»
Detrás de la sonora guagüita, iba el carro fúnebre con el cadáver que minutos después, y bajo una lluvia de “romos”, quedaría sepultado en el camposantos del pequeño y combativo pueblo. Y a continuación del fúnebre vehículo, en la parte trasera de un “motor”, un moreno de canoso cabello y escasos dientes ordeñaba el último trago de un Brugal Carta Dorada que orgullosamente exhibía cada vez que levantaba los brazos en cruz, al mismo tiempo que vociferaba a mandíbulas batientes: «Ei diablo, coño, “se soitó Tiodoro”»
Igual expresión de algarabía mostraban quienes le seguían. Era tal la atmósfera festiva que allí se respiraba, que hasta el cadáver, no lo dudo, estaría también saltando de alegría el interior del ataúd.
Reanudé la marcha.
Ya en Moca, se me ocurrió pasar frente al Palacio de Justicia, donde se le conocía medida de coerción al famoso peregrino de esta demarcación. Sin salir del carro, allí me detuve un rato. La tensión reinaba en la heroica ciudad, y el nerviosismo de los agentes del orden era más que evidente. Los ánimos estaban muy, pero muy caldeados. Los eslóganes antigubernamentales y antipoliciales no cesaban. En el área no cabía un alma más. A ritmo de redoblantes y canciones de contenido libertario, cientos de personas esperaban la decisión del tribunal.
Mientras tanto allá, en alto cielo, las nubes se tornaban cada vez más grises, cada vez más amontonadas. De ahí que de repente, “Rauda, pesada, cantando broncas canciones, la lluvia llegó…”. La multitud se dispersó; pero los redoblantes no dejaron de escucharse. Yo, por mi parte, continué rumbo a mi destino.
Abandoné el lugar dejando tras de mí el canto siempre armónico de la lluvia, el bullicio de las masas solidarias y el eco repiqueteado de los tambores; mas, a pesar de todo, las imágenes del moderno y folklórico entierro de Licey al Medio no se apartaban de mi cerebro.
Por eso en cada tramo recorrido me parecía presenciar un carro fúnebre, franqueado por una guagua provista de un potente equipo de sonido, seguido por pintorescos, libadores y gozosos enterradores que después de ordeñar “con paciencia la gota de la última botella…”elevaban sus brazos hacia el cielo para proclamar a todo pulmón:
«Ei diablo, coño, “se soitó Tiodoro”»