Por: Domingo Caba Ramos
Pensaba, y así lo había dicho más de una vez, que los dominicanos, en su gran mayoría, no leían o sufrían de «lecturofobia» Pero me equivoqué. Y me equivoqué, por cuanto no es posible calificar de «lecturofóbica», o decir que no lee, una sociedad en donde la edición de un libro recientemente publicado, «El Manual de la chapiadora», se agotó en menos de una semana. Y aquellos que no pudieron adquirirlo, en un gesto de inusitado interés, dejaron sus nombres registrados en listas de espera.
Por esa razón, es posible que a su autora haya que entregarle en cualquier año no muy lejano el Premio Nobel de Literatura o colocarla en el mismo pedestal de Cervantes, García Márquez, Saramago, Rulfo, Juan Bosch, Manuel del Cabral, Vargas Llosa, Pedro Mir, Rubén Darío, Pablo Neruda, Marcio Veloz Maggiolo, Aída Cartagena y otros preclaros representantes de la literatura dominicana, hispanoamericana y universal.
Cientos de dominicanos que desconocen por completo y no les interesa saber para nada quiénes fueron o son esos y otros autores de renombres, y mucho menos sus obras, andaban como «locos» buscando el excitante «Manual…» Y comunicadores que en sus programas de opinión nunca han comentado un libro, esta vez le dedicaban minutos interminables al texto que nos ocupa.
Tan sorprendente acontecimiento editorial retrata de manera fehaciente el gusto de nuestra gente por todo lo que sea «light», vacío, insustancial, vacuo, farandulero o carente de valor y trascendencia.
Pero, a pesar de lo que se pueda argumentar, me equivoqué.
Y merced a mi equivocación, pude convencerme de que el dominicano, en el continente americano, es el ser que más lee. Agotar una edición de quinientos ejemplares en solo siete días constituye una hazaña cultural que coloca a nuestro país al lado de las más desarrolladas naciones del mundo.
Lo antes expresado quiere decir que no es cierto, como antes creía y afirmaba yo, que los hombres y mujeres de la República Dominicana sean «lecturofóbicos», odien o sientan fobia por la lectura.
No señor.
Los dominicanos acaban de demostrar que son capaces de dejar vacía la estantería de una librería, siempre que la lectura requerida sea «light», carente por completo de ideas profundas y del más mínimo valor simbólico o metafórico, que trate temas tan vacuos como el «chapeo femenino» y que no demande mayores esfuerzos para desentrañar su contenido profundo.
Quien en el juicio anterior no crea, solo tiene que preguntárselo a la feliz autora del «monumental» y « archiinstructivo» Manual de la chapiadora.
jueves, 13 de septiembre de 2018
miércoles, 12 de septiembre de 2018
EL DOMINICANO, LA BOA DE HAINA Y SU MIEDO CULTURAL A LAS CULEBRAS
Por: Domingo Caba Ramos
Los moradores de Haina, San Cristóbal, han perdido la paz y apenas duermen. Una enorme serpiente (Boa de la Hispaniola) de aproximadamente unos 1.5 metros de largo y un grosor de seis a siete centímetros se desplaza silenciosa entre bosques, árboles y otros espacios, sin que se conozca su paradero exacto. Por eso los nervios de los «jaineros» se encuentran al borde de la explosión. Y es natural que así suceda. Es natural, porque existen miedos culturales, aprendidos. Y en nuestro país, uno de esos miedos culturales o aprendidos es el miedo a las culebras. Posiblemente el 95% o más de los dominicanos padezca esa fobia (ofidiofobia)
A mí, por ejemplo, cuando niño, me inculcaron en mi subconsciente todo lo malo o negativo acerca de estos reptiles, las culebras. Me dijeron que estas «bajiaban» a las personas, que daban «fuetazos», que cantaban cuando eran muy grandes, que si las orinaban sacaban las patas, que introducían su cola en la boca del bebé, mientras ellas extraían la leche del seno de la madre, que cuando una resultaba herida y dividido su cuerpo en dos partes, venían otras y lo unían, que sólo agarradas con la mano izquierda se podían dominar y, por último, que antes andaban paradas, pero un día la virgen las maldijo y, a partir de ahí, comenzaron a moverse arrastrando sus cuerpos.
Todo eso me decían insistentemente mis parientes, vecinos y demás personas mayores, logrando, de esa manera, que en mi ingenua mente infantil se forjaran las más satánicas y monstruosas imágenes relativas a la naturaleza de un animal acerca del cual, hasta en el bíblico relato, se habla de su seductor y perverso protagonismo.
Luego aprendí que todo eso no era más que una especie de Realismo Mágico. Que nada de eso era cierto, que las culebras de aquí son inofensivas y que en lugar de proporcionarle daños a los seres humanos, lo que hacen es huir de estos.
Eso aprendí; pero como el subconsciente no borra, confieso que de solo escuchar la palabra culebra o serpiente, mi cuerpo comienza a temblar; y cuando muy cerca tengo a uno de estos animales, mis músculos casi se paralizan y apenas puedo correr. Por esa razón, mientras más lejos de mí se encuentran, mayor es mi felicidad. Por eso, en cada serpiente yo veo un monstruo. Por eso, mientras más me dicen que las culebras y serpientes dominicanas son inofensivas, más miedo les tengo. Mi ofidiofobia, pues, tengo que reconocerla y, al mismo tiempo, calificarla de severa o extrema.
Compadezco a los hermanos moradores del municipio de Haina. Sé que hasta tanto esa gigantesca y trotamundos boa no aparezca, tranquilos nunca estarán. Yo, en su lugar, quizás hubiera abandonado el lugar y colocado en mi casa el siguiente letrero: CERRADA HASTA NUEVO AVISO…
Los moradores de Haina, San Cristóbal, han perdido la paz y apenas duermen. Una enorme serpiente (Boa de la Hispaniola) de aproximadamente unos 1.5 metros de largo y un grosor de seis a siete centímetros se desplaza silenciosa entre bosques, árboles y otros espacios, sin que se conozca su paradero exacto. Por eso los nervios de los «jaineros» se encuentran al borde de la explosión. Y es natural que así suceda. Es natural, porque existen miedos culturales, aprendidos. Y en nuestro país, uno de esos miedos culturales o aprendidos es el miedo a las culebras. Posiblemente el 95% o más de los dominicanos padezca esa fobia (ofidiofobia)
A mí, por ejemplo, cuando niño, me inculcaron en mi subconsciente todo lo malo o negativo acerca de estos reptiles, las culebras. Me dijeron que estas «bajiaban» a las personas, que daban «fuetazos», que cantaban cuando eran muy grandes, que si las orinaban sacaban las patas, que introducían su cola en la boca del bebé, mientras ellas extraían la leche del seno de la madre, que cuando una resultaba herida y dividido su cuerpo en dos partes, venían otras y lo unían, que sólo agarradas con la mano izquierda se podían dominar y, por último, que antes andaban paradas, pero un día la virgen las maldijo y, a partir de ahí, comenzaron a moverse arrastrando sus cuerpos.
Todo eso me decían insistentemente mis parientes, vecinos y demás personas mayores, logrando, de esa manera, que en mi ingenua mente infantil se forjaran las más satánicas y monstruosas imágenes relativas a la naturaleza de un animal acerca del cual, hasta en el bíblico relato, se habla de su seductor y perverso protagonismo.
Luego aprendí que todo eso no era más que una especie de Realismo Mágico. Que nada de eso era cierto, que las culebras de aquí son inofensivas y que en lugar de proporcionarle daños a los seres humanos, lo que hacen es huir de estos.
Eso aprendí; pero como el subconsciente no borra, confieso que de solo escuchar la palabra culebra o serpiente, mi cuerpo comienza a temblar; y cuando muy cerca tengo a uno de estos animales, mis músculos casi se paralizan y apenas puedo correr. Por esa razón, mientras más lejos de mí se encuentran, mayor es mi felicidad. Por eso, en cada serpiente yo veo un monstruo. Por eso, mientras más me dicen que las culebras y serpientes dominicanas son inofensivas, más miedo les tengo. Mi ofidiofobia, pues, tengo que reconocerla y, al mismo tiempo, calificarla de severa o extrema.
Compadezco a los hermanos moradores del municipio de Haina. Sé que hasta tanto esa gigantesca y trotamundos boa no aparezca, tranquilos nunca estarán. Yo, en su lugar, quizás hubiera abandonado el lugar y colocado en mi casa el siguiente letrero: CERRADA HASTA NUEVO AVISO…
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