Por: Domingo Caba Ramos
“El amor a su pueblo es una expresión tangible del amor a la patria, que es el sentimiento que nace con el entrañable vínculo telúrico de apego a la tierra, al paisaje, a la historia de nuestros mayores…”
(Bruno Rosario Candelier)
En el mes de diciembre del recién pasado año (2015), la licenciada Elsa Brito de Domínguez cumplió ochenta años de feliz existencia. Como parte de los actos de celebración de tan singular aniversario, la poetisa y consagrada educadora tamborileña puso en circulación el libro “Velada a la vida” En esa velada, doña Elsa realiza un vasto recorrido por los caminos, “de bendiciones”, que su “yo peregrino” le ha correspondido transitar durante el curso de su dilata existencia.
Un recorrido en el que, al decir de su autora, se propone contarnos “algo de mí” o en el que se recogen o yacen plasmadas sus más relevantes y vitales huellas : sus vivencias y sus emociones, sus recuerdos y memorias, algo de su historia y “sus eventos matizados de esfuerzo, gloria y alegría” Y al definir los propósitos que la impulsaron a dar a la luz su “Velada a la vida” o ese “algo de ella” que por muchos años llevó dentro, doña Elsa afirma con su característico o poético estilo :
« Ciertamente, hace aproximadamente nueve años, pensé que debía escribir un libro con vivencias y experiencias que puedan recrear mi espíritu… He pensado recoger el bullir de mis recuerdos y sentimientos, como si se tratara de un solo río con distintos torrentes de agua, que al canalizar la tierra, dejan añoranzas, piedras milenarias, arenas húmedas de rocío ; pero sobre todo, un gran canal de fecundidad» ( pág. 24)
Pedro Domínguez Brito, afamado abogado, escritor y articulista, en unas breves notas introductorias tituladas “Los frutos de la velada de la vida”, al referirse a la obra de su madre, apunta que:
«Este libro me hace admirar más a mi progenitora .Contiene reflexiones de alto calibre místico, humano y literario. Su prosa nos envuelve y anima, abrazada de versos que le cantan a coro a la promotora incansable de la fe, a la esposa que ama y comprende, a la educadora de mil generaciones de estudiantes que la valoran, a la viajera del mundo de ilimitados pasos, a la que arriesga sus latidos por su fe, a la amiga que ríe y sufre con el sentir de su entorno, a la que no olvida de dónde viene… » (p.16)
En consonancia con las ideas expresadas en los párrafos precedentes, y en un artículo publicado en la prensa nacional con el título de «Doña Elsa, sus ochenta años y su “Velada la vida”» yo escribí, entre otras ideas, lo siguiente:
«El jueves de la semana pasada (10/12/2015), doña Elsa Brito de Domínguez cumplió ochenta años de productiva existencia. Con motivo de tan significativo acontecimiento, la destacada maestra y poetisa tamborileña puso en circulación el libro “Velada a la vida”, en un concurrido acto que se realizó en el teatro de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Se trata de un texto de intimista esencia o en el que aparecen plasmados aspectos importantes relativos a la vida y pensamiento de la autora, vale decir, un libro que recoge las vivencias o experiencias que en su dilatada trayectoria vital ha cosechado como ciudadana, madre, maestra y escritora» ( La Información, 18/12/2015 )
Escrita en un estilo donde se entremezclan lo lírico y lo épico, lo objetivo y lo subjetivo, la crónica y el verso, conformando así un todo temático de indiscutible pertinencia literaria, esta “Velada” de doña Elsa constituye la auténtica expresión de sus más nobles y genuinos sentimientos. Se trata de un tejido escritural elaborado sin poses ni dobleces. Como bien ella lo aclara y reafirma:
« Este libro – escribe al respecto – tiene la belleza de la imaginación y la fuerza de la verdad extasiada en la vida interior. No hay desdoblamiento de la personalidad. ¡Eso nunca! Hay un Yo unificado expresado en una hermosa simbología que es el Globo de Cristal» (p.21)
La autora está consciente de que son muchos los escritores que publican sus vivencias y/o memorias cuando ya casi están descendiendo al pie del sepulcro. Por eso ella, consciente también de los verdaderos propósitos que la impulsaron a publicar el libro, y convencida, como convencidos estamos todos, de la potencia orgánica y mental, cuasi juvenil, que tipifican sus cotidianos haceres, parece adelantarse ante cualquier desviada presunción al respecto, razón por la cual establece con el más expresivo acento:
«Escribir para dejar de vivir, ¡eso nunca!... Hay nuevos caminos para andar. Hay caminos de bendiciones y caminos por bendecir» (p.25)
Muy segura estaba doña Elsa, cuando esto escribió, de que en su paso por este mundo son muchos los caminos que le faltan por trillar y muchas las veladas que le faltan por publicar. Y una de esas veladas, publicada apenas cinco meses después que la primera, tenía que ser la que genera estas notas, la que alude o recrea su telúrico recorrido por los caminos para ella siempre bendecidos de su patria chica: por los caminos de Tamboril, su pueblo amado.
Y tenía que ser así, pues como bien escribió su hijo Pedro, su madre “no olvida de dónde viene…” Y como no olvida eso – agrego yo - Tamboril está siempre presente en la pantalla mental en la que descansan y se proyectan sus más entrañables y afectivas imágenes. Este no olvido ha quedado más que demostrado, no solo por su asidua presencia en la tierra de sus amores, ni por sus aportes y colaboración en pos de la materialización de cuantos proyectos redunden en bien del desarrollo social, educativo y cultural de su adorada Pajiza Aldea, sino también por haber escrito este libro que la inspirada poetisa me ha concedido la honra y el privilegio de comentar :“Tamboril, mi pueblo amado”, texto de intimista esencia y memorable aliento, en el que “ con mirada de cristal y gozo en el corazón”, la autora vuelca todo el amor que siente y siempre ha sentido por esa “ tierra con olor a samanes y frescos de eterna primavera” llamada Tamboril.
Merced a ese amor, posiblemente ella haya tenido que decir, con las palabras de su compueblano Tomás Hernández Franco (1904 – 1952):
“Yo también fui tamborileña en París, en New York, en Centroamérica y en Santiago”
Es el mismo amor que sienten por su lar nativo todos los nacidos en esta dinámica y emprendedora franja municipal llama Tamboril. El mismo amor que llevó al autor de Yelidá a expresar en una conferencia dictada aquí, en su tierra, el 27 de octubre de 1931:
«Tamboril fue el trampolín desde el cual lanceme hacia la vida, por las rutas sin huellas del mar y por los vírgenes camino de la fantasía y del ensueño y siempre, en las horas del recuerdo, en la nostálgica evocación del viajero, la patria lejana me cabía en el corazón...»
Y el mismo amor que muestra el brillante bardo tamborileño, cuando en un poema epistolar de elegíaco acento, “Poema anclado para el hijo viajero”, dedicado a su hijo recién nacido, Tomasito, le dice a este con la más paternal y aldeana de las ternuras:
“Hubiera querido verte crecer en tu casa,
en esa casa que es mía y de tu madre,
la de Tamboril, la única, donde vivieron,
mi padre y mi madre, tus abuelos, donde
también vivieron mis abuelos y tus bisabuelos.
Creo que hubiera sido una ventaja para ti tener
tu paisaje, que es, desde que se nace,
la
manera más exacta y sencilla
de tener
una patria”
Ese amor que siente doña Elsa por el terruño local aparece fielmente plasmado en los primeros versos de su ya clásico y muy famoso “Mi canto a Tamboril” :
«Oh Tamboril adorable,
pinceladas eufóricas,
recogen tus samanes,
y al arrullo del viento,
tus flores amarillas,
se van de prisa a veces,
y no quieren volver»
La escritora y poetisa emplea como telón de fondo la versión completa de este hermoso canto ( primera parte ) para en versos de subjetivo o lírico acento presentarnos un perfil sociográfico, elaborado a partir de los elementos históricos y socioculturales que configuran y/o definen la vida tamborileña y que han logrado convertirse en verdaderos símbolos de “la tierra aldeana” De ahí que en los versos que lo conforman se inserte la lírica referencia a los samanes históricos, al tren que cruzaba por el pueblo, a las cultas damas que en tiempos pasados se solazaban leyendo a Tabaré bajo la sombra de los samanes, el ámbar, el laurel del parque “ con su copa desafiante…”, y los artesanos de las fábricas cigarreras que han “cortado el cigarro/con chaveta hechizada”.
Y, naturalmente, no podía faltar la poética mención de Yelidá, “con su canto sonoro”, monumental composición de antillanita raigambre, escrita por el ya citado y laureado poeta Hernández Franco, composición que a juicio de la autora que nos ocupa: le “dio gala y renombre al poeta/cuando hablaba de dioses noruegos/y de sueños azules/con étaxis augusto/y frenesí de la tierra morena”
Todos estos elementos referenciales aparecen además distribuidos en cada uno de los seis capítulos que conforman la estructura textual de “Tamboril, mi pueblo amado”
Merced a ese amor, Tamboril ha estado en todo momento presente en su visión del mundo. Y de esta visión se desprende la valoración emocional del paisaje local, la estimación estética y espiritual de todo lo que a este atañe, así como su interés por describir las vivencias memoriales que nutren su historia y constituyen la base o piedra angular de sus recuerdos y su nostalgia. Es por ello que las evocaciones, las añoranzas, las imágenes testimoniales y las expresiones de amor al lar nativo pueblan cada espacio y están representadas en cada línea de esta original y significativa obra.
La autora es bastante explícita al delinear los verdaderos propósitos que originaron el alumbramiento de esta nueva “Velada vital”:
«Este libro – explica - es un signo visible de los designios de Dios, para plasmar en imágenes, historias y memorias sagradas, vivencias y acontecimientos de vigor relevante acerca de mi querido Tamboril. En una zona de quietud pausada el espíritu se recrea y el recuerdo, como agua milagrosa, fecunda la mente y enciende el corazón para recoger algunas estampas de mi pueblo amado…»
Con la publicación de “Tamboril, mi pueblo amado” ciertamente estamos ante a una nueva “Velada”. Ante un nuevo desplazamiento por caminos diferentes, pero guiado por el mismo hilo conductor o por la misma línea temática de la primera “velada” Una debe percibirse como la continuación de la otra. El mismo enfoque, la misma protagonista, historias, vivencias, nostalgia, emociones, añoranzas y recuerdos parecidos. Y por qué no: el mismo amor.
Ningún detalles se le escapa a la “santa memoria” de esta dinámica educadora de alto vuelo mental, a esta artista de la palabra de fértil imaginación creadora.
En “Tamboril, mi pueblo amado” aparecen expuestas las principales vivencias que vinculan afectivamente a doña Elsa con su entorno, ya sea por medio del verso lírico o de la prosa referencial. Lo lírico y lo épico, la poesía y la crónica, lo objetivo y lo subjetivo, la expresión directa y la construcción metafórica se conjugan para conformar un todo armónico, un cuerpo temático o un producto bibliográfico de indiscutible valor histórico, artístico y cultural.
Nos presenta la autora una ojeada histórica del municipio, imágenes de un alto valor testimonial, su relación con la iglesia del pueblo, el vínculo con su gente, reconocimientos recibidos, actividades relativas a los diferentes proyectos en que ha participado en bien del desarrollo de su comunidad, sus primeros maestros y la expresión de afecto y gratitud hacia estos, su quehacer docente y sus experiencias infantiles.
Además, las costumbres ya perdidas como las vueltas al parque, sus años de estudio, sus crónicas de viaje y reflexiones aventureras, sus vínculos con personalidades importantes, su religiosidad y ligazón a la iglesia, entre otros aspectos, se constituyen en imágenes que, cual cinta cinematográfica, corren por las páginas de este nuevo y e interesante libro que la también autora de “La muralla de los siglos”, esta vez ponen en nuestras manos.
Gran parte de sus actividades con miras a rescatar la imagen del poeta y compueblano Tomás Hernández Franco, igualmente aparecen referidas en “Tamboril, mi pueblo amado”. Porque con justicia vale resaltar, que es doña Elsa una de las personas que más ha trabajado para que este afamado escritor y artista literario permanezca en su justo lugar en la conciencia de los dominicanos en general y de los tamborileños en particular.
También está presente en el libro esa religiosidad y elevada expresión de fe que en su condición de ser altamente creyente ha caracterizado a esta digna hija de Tamboril.
Las imágenes, en el libro, hablan por sí solas. Como forma de comunicación iconográfica, constituyen el más idóneo y didáctico complemento de las palabras.
La obra culmina (sexta parte) con unas reflexiones de alto sentido humano y filosófico. Las titula “Algo de mí”. Se trata de un apartado en el que se percibe un amplio despliegue de su yo, un libre fluir de la conciencia o la expresión de sus más íntimas convicciones. Ideas que bordean lo íntimo, lo personal, lo familiar, su yo profundo. La autora aprovecha para insertar aquí muchas de las imágenes que adoraron su infancia, sin excluir, en ningún momento, la maternal conexión con sus cinco “racimos”, afectivo nombre con el que suele referirse a sus vástagos, a esos hijos que tanto calor, aprecio y apoyo le brindan.
«En este espacio – aclara - quiero sacudir un poco las fibras de mi conciencia, que aunque siempre están en camino, esta ves como broche dorado y experiencias más cercanas a mis valores educativos literarios y familiares. Quiero exprimir mi corazón agarrado con mis propias manos. Quiero abrir fronteras envuelta en el cristal de la alegría, para dejar dibujado en el prisma de la vida tres conceptualizaciones muy importantes para mí»
Nos habla aquí de la vida y de la muerte, de espiritualidad, de la gratitud, incluye una serie de frases de carácter sentencioso y nos explica el valor semiótico de la portada y de lo que ella denomina “Mis espumas”, e incluye versos sueltos de indiscutible valor existencial.
La vida, para la autora “es fluencia abierta” y al contrastarla con la muerte y el más allá considera que:
«La caminata parece una marcha. No hay tiempo para mirar a los lados. Los jardines, los prados, las arenas, el humus o la ceniza que cultivaste ya no los puedes recoger. Estarán en tu conciencia, y la luz de Dios no deja espejismo. Vive de tal manera que cuando te vayas, mucho de ti quede en aquellos que tuvieron la dicha de encontrarte»
Y culminan sus disquisiciones sobre el tema con los versos siguientes:
«Para amar la muerte en su misión divina,
romper con el tiempo su mundo y su vuelo.
Y allá en las alturas de un mundo más libre,
bendecir la vida, saludar la muerte,
en el viaje tunante, de esa gran viajera,
que acarició perlas, de lágrimas ausentes,
que chupó las mieles de rosas silvestres.
¡Oh, mi canto quimérico,
de muerte y vida ansiosa!
Al invertir las cosas, con su ángulo y rumbo,
yo prefiero la vida que se enquista en la muerte,
de mi real destino,
a la muerte de una vida,
sin valor de camino.
¡Oh, muerte y vida entrelazadas!
Te canto y cantando te digo,
que yo vivo en la muerte,
porque espero la vida.»
Esta y otras reflexiones marcan el final de este libro singular, “Tamboril, mi
pueblo amado” que la muy ilustrada maestra, escritora y poetisa
tamborileña ha querido dar a la luz pública como forma de rendirle
homenaje y expresarle su afecto eterno al pueblo de sus emociones e
íntimas querencias, de sus vivencias memorables y de sus nostalgias
entrañables.
MUCHAS GRACIAS
Mayo, 20, 2016.
domingo, 22 de mayo de 2016
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