viernes, 29 de julio de 2011

LOS PADRES NO TIENEN QUIEN LES ESCRIBA

“Dime papá, ¿por qué se secan las flores?,
¿de dónde vienen las lluvias?,
y ¿por qué sale la luna?,
cuando me voy a acostar…”

(Manuel Alejandro)

¿Conoce usted, amigo lector, un himno a los padres? ¿Conoce usted aunque sea un solo poema dedicado a los padres?

A parte del ya clásico “Viejo, mi querido viejo”, popularizada por Piero, y “Pregunta a pregunta”, compuesta por Manuel Alejandro y Ana Magdalena, e interpretada magistralmente por Rafael de España, ¿conoce usted, amigo lector, otra canción inspirada en el padre?

Indiscutiblemente que en el ámbito de la creación literaria, el padre, contrario a los que ocurre con la madre, históricamente ha sido el gran olvidado, el gran excluido.

Quizás se deba tal marginación a la conducta irresponsable mostrada por muchos malos padres en el cumplimiento de sus deberes paternos. Probablemente tenga que ver con la imagen rígida, fuerte y correctiva como tradicionalmente ha sido concebido el padre, percepción que podría convertirlo en una figura poco inspirable. O talvez se deba a que su desempeño, por más eficiente que resulte, siempre será opacado por el amor, ternura, entrega y papel trascendental desempeñado por la madre.

Vale aclarar, sin embargo, que esa imagen patriarcal, represiva y autoritaria que antes teníamos del padre, ha cambiado sustancialmente en los nuevos tiempos. Hoy ya nos encontramos con un padre más amoroso, tierno y mucho más consciente de sus responsabilidades familiares. Padres que en ocasiones desempeñan también el papel de las madres. Esos padres merecen que exista alguien que les escriba.

Desafortunadamente tenemos que reconocer que en la acera opuesta están los otros: los padres charlatanes e irresponsables, especie de briosos sementales, varracos o machos cabríos destinados exclusivamente a engendrar, “pintar” o lanzar muchachos al mundo a sufrir o padecer todo tipos de calamidades. Esos no merecen que nadie les escriba.

Uno de los pocos poetas dominicanos que ha sabido recrear o expresar en versos el amor, nobleza y ternura del padre, fue nuestra gran Salomé Ureña. De ella trascribimos y dedicamos a los auténticos padres, su ternísimo y nostálgico poema “Tristezas” (1888), el cual refiere cómo sufría el entonces niño Pedro Henríquez Ureña ante la ausencia de su progenitor, el médico, poeta y escritor, Francisco Henríquez y Carvajal, en el momento en que este se encontraba en París cursando una especialidad relativa a su carrera :

TRISTEZAS.

Nuestro dulce primogénito,

que sabe sentir y amar,
con tu recuerdo perenne,
viene mi pena a aumentar.

Fija en ti su pensamiento,
no te abandona jamás,
sueña contigo, y despierto,
habla de ti nada más.

Anoche cuando de hinojos,
con su voz angelical,
dijo las santas palabras,
de su oración nocturnal.

Cuando allí junto a su lecho,
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos,
viniese el sueño a cerrar.

Incorporándose inquieto,
cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio,
las penas tan sólo dan.

Exclamó como inspirado,
“¿Tú no te acuerdas mamá?
El sol ¡que bonito era,
cuando estaba aquí papá!