jueves, 30 de enero de 2014

¡ADIÓS, DOCTOR OZORIA!



 Por: Domingo Caba Ramos.


 La primera noticia que acerca de su estado de salud recibí, fue sumamente dolorosa: « El doctor Ozoria está grave de muerte…»; pero mucho más dolorosa y desgarrante fue la información que la misma fuente me proporcionó días después: « El doctor Ozoria falleció y lo están velando en la Funeraria Blandino…». 

En principio me resultó difícil creerlo, pero al ver, horas más tarde, su cuerpo inerte tendido en un ataúd, no tuve más que aceptar la triste realidad.

 Al doctor Rufino Ozoria yo le tenía mucho afecto, y por esa razón la noticia de su fallecimiento me impactó de manera considerable. Él, igualmente, supo siempre distinguirme con su cariño y amistad, razón por la cual, desde que me veía en las calles detenía su jeepeta para brindarme su muy afectuoso saludo.

 Afamado médico anestesiólogo, socio accionista, miembro fundador y coordinador de la Unidad de Anestesiología de la Clínica Unión Médica, al “Compañero”, como él llamaba y lo llamaban, lo conocí por vía de mi cuñada, Josefina Rubio (Gina), coordinadora de una de las salas de cirugía del antes citado centro de salud y, más que compañera de trabajo, hermana del galeno extinto. A partir de nuestro primer encuentro, el doctor Ozoria se convirtió no solo en el amigo, sino en el médico anestesiólogo de mi familia. Tanto a mí como a tres de mis hermanos nos ofreció sus servicios profesionales en momentos en que fuimos a parar a la siempre indeseada sala de un quirófano.

 En mi caso particular, fue el doctor Ozoria quien me practicó el primer bloqueo epidural para calmar el dolor lumbar generado por mi eterna y fastidiosa hernia discal. Y fue él quien en enero del pasado año participó en la primera cirugía de importancia que hasta la fecha se me ha realizado.

 En su condición de ferviente y convencido  “peralista”, su muerte provocó que mi pensamiento se conectara con el año 1995. En este año, el destacado cantante y compositor español, José Luis Perales, se presentó por primera vez en la República Dominicana, específicamente en la sala principal del Teatro Nacional. Hacia este lugar partimos en la primeras horas de la tarde de un viernes cualquiera, mi hermano Basilio y su esposa Josefina, así como el doctor Ozoria y su esposa.

 Desde las primeras horas de la mañana de ese día, un tormentoso y musical  hipo no me dejaba en paz. Tal fue la gravedad del caso, que antes de partir a disfrutar el concierto de mi muy esperado artista preferido, fue necesario consultar a un médico. Para la capital nos fuimos en el vehículo del “compañero”. Al negarme a tomarme un trago de wisky que me brindó, por la razón de que el médico a quien consulté me había inyectado un medicamento, el doctor Ozoria, con su singular estilo me respondió:

 -« Compañero, ¿y usted cree en los médicos? Los médicos son todos locos. Tómese su trago y olvídese del mundo»

 No tuve más que sonreír. Quien así hablaba era nada más y nada menos que uno de los más prestigiosos médicos anestesiólogos de la ciudad de Santiago y, posiblemente, del Cibao.

 En otra oportunidad tuve el placer de compartir con él en su casa. Ningún otro anfitrión lo superaba en atenciones y cortesía.

Yo disfrutaba las ocurrencias preñadas de humor y picardía que emanaban de su espíritu contradictorio. En mi condición de paciente quirúrgico percibía que en la sala de cirugía la calma y la solemnidad se mantenían hasta que llegaba el doctor Ozoria. Desde que este hacía acto de presencia, “la pista se calentaba” y hasta la más paciente enfermera tenía que reaccionar con las pintorescas “ozoriadas” de este médico y amigo inolvidable.

 Así era el doctor Rufino Ozoria: un gran amigo, un excelente padre, un brillante médico, un extraordinario ser humano.

¡Adiós, doctor Ozoria!
 ¡Adiós, amigo mío!
¡Hasta siempre, Compañero!