viernes, 20 de diciembre de 2013

ENTRE LAS VOCES DEL ORFEÓN Y EL LLANTO DESESPERADO DE UN NIÑO

Entre las voces del Ofeón y el llanto desesperado de un niño.
 (Curiosa y breve crónica de un concierto anunciado)

Por: Domingo Caba Ramos.


 Como ya es su costumbre, el padre Hilario, director del Orfeón de Santiago, me llamó el jueves de la semana pasada para invitarme al concierto de navidad que un día después esa agrupación coral llevaría a cabo en el Gran Teatro del Cibao.

El espectáculo estaba programado para empezar a las 8:30p.m., sin embargo, media hora antes ya yo estaba sentado en uno de los asientos centrales de la Sala de la Restauración del referido centro cultural. Me correspondió ubicarme en medio de dos sujetos bastante singulares: a mi izquierda, un señor alto, cincuenta años talvez, elegante, impecablemente vestido y portando unas gafas que le imprimían visos de encumbrado ejecutivo. A sus pies yacía un voluminoso bulto repleto de yo no sé qué…

 A mi derecha, se encontraba sentado un señor casi setentón, moreno, de baja estatura y el cual, al parecer, padece de “incontinencia urinaria” o “prostatitis bacteriana crónica”. Solo así se justifican las veces que abandonaba su silla y salía a no sé qué, obligándome a encoger las piernas y a abrirle pasos casi de manera urgente.

En cuanto al señor de elegante porte y voluminoso bulto, vale destacar que no interrumpía ni siquiera por un segundo un misterioso monólogo (hablar solo) que muy pronto captó la atención de los vecinos de mi asiento. En ocasiones se paraba en medio del pasillo, extraía su teléfono celular y comenzaba a hablar y a gesticular como si estuviera reportando para una cadena internacional de noticias desde el mismo lugar de los hechos. Fue entonces cuando alguien me informó que dicho sujeto padecía de trastornos mentales.

 El concierto se inició aproximadamente a las nueve de la noche. Escucharlo con la concentración que un espectáculo de esa naturaleza demanda, no me resultó tarea fácil. En el área del público, se originaban los más diversos y perturbadores “ruidos” los cuales competían desarmónicamente con las cincuenta y dos voces del Orfeón que amarradas o fundidas en un todo armónico emitían desde el escenario los más acompasados y sublimes de los sonidos.

 Así, mientras tenores, barítonos, sopranos y mezzopranos interpretaban en el escenario las bellas letras de “Blanca navidad”, de Irving Berlin, en el público se escuchaba el monólogo ininterrumpido del “loco ejecutivo”.

Mientras en el escenario los líricos vocalistas del Orfeón interpretaban los magistrales versos del villancico “Navidad, luz del mundo”, de Manuel Rueda”, en el público se escuchaban los tiernos gorjeos o el famoso “tatatata…” de un bebé casi salido del vientre de la madre.

Mientras el Orfeón entonaba los históricos versos de “Noche de paz”, de Franz Gruber, dentro del público se escuchaba la voz preñada de lamento y desesperación de un niño que a todo pulmón le decía a su progenitora: “Mami, tengo hambre”.

 Mientras el Orfeón interpretaba el tradicional y no menos popular “Alabemos todos…”, dos niños tal parece que se pusieron de acuerdo para a dúo emitir un grito cuya potencia parecía quebrar las sólidas columnas del Gran Teatro.

Un niño que sea capaz de permanecer sentado y callado me encanta verlo en el Gran Teatro del Cibao y otros centros culturales; pero un bebecito, ¿qué busca en este lugar y en horas de la noche ?.

 La respuesta parece ser sencilla: existen madres que a pesar de estar recién paridas o tener un hijo pequeño, no modifican sus agendas recreativas y quieren continuar disfrutando de los espectáculos como si sus hijos fueran ya adolescentes. Olvidan esas madres que un bebé tiene su lugar adecuado: la cuna .