Por: Domingo Caba Ramos
« ¡Hija, yo no sé decirte si la muerte es buena
o si la vida es amarga;
sólo te aconsejo que despiertes, adulta de
comprensión más que tu padre!»
Domingo Moreno Jimenes
(Del Poema a la hija reintegrada)
Obligados por la circunstancia siempre adversa provocada por la muerte, en
esta fresca y tranquila mañana de un invierno que casi agoniza, nos hemos
reunido en este apacible y sagrado templo, para despedir o dar el último adiós
a la hija ejemplar, a la madre agnegada, a la hermana solidaria y cariñosa, a
la amiga fiel y a la joven profesional de la Odontología.
Estamos aquí para despedir o dar el último adiós a la amada hija de los profesores Mariano Zapata y Milagros Arias; a la amorosa madre de Jacob y Jodayrie, niños estos que hoy muy seguro han de estar con sus corazoncitos espiritualmente destruidos. Aquí hoy nos hemos concentrado para despedir, previo al recorrido por la ruta que conduce a su morada definitiva, a la esposa de Johnson y a la tierna hermana de Milagrito (su melliza), así como de Mariela, Marianito, Lissette y Mariedy. Estamos aquí para brindar el último adiós a un ser humano íntegro, noble, decente, prudente e inigualable. En fin, aquí nos hemos reunido para ofrecerle nuestro adiós definitivo a DANEIRE MILAGROS ZAPATA ARIAS.
Era Daneyre, como ya dijimos, hija de Mariano o Mario Zapata, como lo llamamos familiarmente sus amigos de infancia. Nació este en la misma comunidad o en el mismo nicho campestre donde yo y mis hermanos nacimos. Por tanto, recorrimos los mismos caminos, bebimos de las mismas aguas, nos recreamos con los mismos juegos, estudiamos en la misma escuela, fuimos acariciados por la misma brisa, arrullados por el canto armónico de las mismas aves y pájaros cantores y hasta protagonistas de las mismas travesuras infantojuveniles. Esa realidad, indudablemente, forjó entre él y mi familia una sólida y eterna amistad en la que los límites entre el amigo y el hermano siempre han sido muy borrosos o casi imperceptibles. Y como los afectos parecen transferirse de un cerebro a otro o de una generación a otra, desde que él contrajo nupcias, muy pronto su fraterno cariño logró invadir el corazón de su esposa Milagros, convirtiéndose esta, en una hermana más, y contribuyendo que ese manto de afectos envolviera también a la descendencia de ambas familias. Y es esa la razón por la que a sus hijos, más que simples amigos, siempre los hemos percibido como los parientes o sobrinos que no llevan nuestro apellido. Por esa razón, sacudió sensiblemente nuestra conciencia y representó un duro golpe para todos, la noticia del sorpresivo fallecimiento del ser querido, a cuyo cadáver se le dará en breve cristiana sepultura.
La muerte, como se sabe, es un fenómeno natural y parte esencial del proceso evolutivo de la existencia humana; pero, ¡caramba!, en ocasiones la muerte nos golpea y avasalla, generando de esa manera grandes grietas en nuestro estado de ánimo. Y cuando la comparamos con momentos relevantes de la vida, parece que nuestro edificio mental se derrumba por completo. Merced al juicio precedente, vale decir que Daneire, en sus breves pasos por la Tierra, supo generar momentos de inolvidables regocijos para sus padres, amigos y relacionados. Regocijo familiar hubo, por citar solo algunos ejemplos, cuando nació el 14 de septiembre de 1981. Júbilo hubo en su familia, el día en que inició sus estudios primarios en la Escuela Primaria de Colorado, Santiago, y cuando comenzó los secundarios en el Politécnico «Nuestra señora de las Mercedes ».
La alegría estuvo también presente aquel día del año 1999, cuando se inscribió en la PUCMM a estudiar Estomatología. Y desbordante alegría familiar se produjo en el 2004, año en que Daneire obtuvo el título de doctora en Estomatología en la precitada universidad. También cuando en este mismo año, contrajo matrimonio, así como en las fechas en que nacieron sus dos retoños.
Desafortunadamente, tan luminoso, alegre y esperanzador pasado, fue de repente empañado por la tristeza de un presente sombrío marcado por la muerte que en forma inesperada llegó acompañada de un cáncer letal que la sorprendió lejos de su tierra, en Brooklyn, N.Y., donde residía, y ¡hela ahí!, inmóvil en el interior del ataúd, como diría el poeta: «muda y pálida».
« Mi hija – afirma acerca de ella su madre - estaba llena de valores, y entre estos, además de solidaria y colaboradora, resaltaban su fe en Dios, su madurez, empatía, sencillez, humildad, prudencia y don de gente; pero sobre todo, su firmeza en todo lo que hacía. Para la familia –continúa su atribuldada progenitora - era el equilibrio, la templanza, la fortaleza, la seguridad, donde todos íbamos a buscar su ayuda y sabios consejos... Como hija, siempre estuvo presente e hizo más de lo que tenia y podía hacer. Como madre, transmitía seguridad, confianza, humildad y amor a sus hijos... Como hermana – amplía Milagros – su amor no tenía límites. Como estudiante era excelente, colaborada y amiga fiel de sus compañeros de estudios. Era protectora, diplomática y conciliadora, amable y altamente respetuosa con todos»
Así, llena de impotencia, describe la madre a la hija que ya nunca besará y abrazará. Y en tal virtud, perdida toda esperanza, me la imagino con sus manos atadas a las del padre, para en coro de doloroso y resignado acento decirle a Daneire, «carne de su carne» , con las palabras del poeta :
«Hija, ya no habrá oriente ni poniente para tu porvenir:
una sábana blanca serán tus días,
una sábana blanca será tu pasado
y tu recuerdo una estrella que frente a frente
me iluminará el porvenir… »
En medio del dolor, el poeta parece resignarse y admitir la dura realidad de la muerte. Y como si tratara de convencer a su hija querida de esa realidad, se dirige a ella con unas palabras que en este momento bien podrían Mariano y Milagros pronunciarlas ante el cadáver de su hija:
«Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca;
verás envuelta el alba en la noche,
y las cosas de mayor transparencia
tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo…»
Y como el poeta padre, Domingo Moreno Jimenes, que ante el féretro de la hija, por él considerada reintegrada a la vida, parecía no estar seguro de si estaba frente a la realidad o a la fantasía, no dudo que a los progenitores del ser que hoy se apartará para siempre de su lado, los escuchemos una y otra vez decirle a esta con imperativo, pero tierno acento:
«Hija, ya han venido a avisarme que tus pies están fríos.
Hija, resígnate a que lo blanco no sea blanco
y a que lo negro no sea negro»
Y por si alguien duda lo mucho que el padre y la madre de Daneire la amaban, es posible que al percibirla aún viva y quizás, como la niña que un día fue, continúen velando por su cuidado, ordenando a viva voz, más con lágrimas que con palabras, como lo hizo el poeta:
« Tibien la leche, terciada con agua,
para si mi chiquitina despierta.
Cuídemela
hasta que se vuelva esperma como
capullo inmortal el cuidado.
Ella es carne de mi vida, flor de mi
pensamiento, cemento de mi
alma. »
¡Qué padre, qué madre no expresaría lo mismo en iguales circunstancias!
A Daneire siempre la recordaré por su eterna sonrisa. Una sonrisa que como la de la Gioconda, a veces parecía irónica. En otras ocasiones proyectaba timidez, ingenuidad e inocencia. La recordaré también por ser la primera o una de las primeras que estaba atenta a los mensajes y mis artículos de prensa que en mi muro de la red de Facebook acostumbro a compartir con mis lectores amigos. El 14 de diciembre del 2021 fue su última incursión en dicho muro. Esa ausencia me inquietó bastante. Hoy entiendo los motivos. Ahora, Daneire, comprendo tu silencio. Al final del pasado año, tu voz empezó a apagarse. Empezaste a enmudecer hasta que finalmente enmudeciste por completo. Y ante tan estremecedora realidad, yo debo terminar estas palabras diciéndote con los versos de nuestro Poeta Nacional, don Pedro Mir:
«Enmudeciste... , querida Daneire
para adorar tu soledad tranquila,
pero a tu oído bajarán las horas,
a decirte el secreto de los siglos,
pero tu voz la ahuecará el recuerdo
para llorarte en la ilusión de un nido
y el último destello de tus ojos,
saldrá a la tierra floreciendo lirios.
Enmudeciste... , querida Daneire,
para vivir tu eternidad tranquila, pero en tu tumba
muchos lamentos besarán tus huellas,
para alfombrar de llanto tu camino…»
Y al confesarte eso, pienso que incurrí en un error imperdonable cuando al principio de esta fúnebre intervención declaré que en este sagrado templo nos habíamos reunido para expresarte el último adiós; pues como también lo diría don Pedro:
No, Daneire,
« No te decimos adiós. Tú no te has ido
tú estás en el recuerdo palpitante,
y eterno en las raigambres del gemido.
Cada lágrima en flor…
apretada en el pecho conmovido,
será como un puñal de sentimiento,
que querrá defenderte del olvido.»
« ¡Hasta luego!, Daneire, mi adorada hija», te dicen esos padres tuyos que tanto te quisieron.
« ¡Hasta luego!, mi dulce y tierna mami», te dicen esos niños o hijos que tanto te adoraron.
« ¡Hasta luego!, mi querida esposa», te dice ese compañero que siempre permaneció a tu lado.
« ¡Hasta luego!,
hermana del alma», te dicen esos cinco hermanos, a los cuales siempre te
mantuviste fraternamente unida.
« ¡Hasta luego!,
apreciada Daneire», te decimos todos los que en vida te quisimos
Que tus restos gocen del descanso eterno y sean siempre iluminados por la misma luz con la que tú supiste alumbrar la mente y el corazón de todo aquel que moró junto a ti.
Muchas gracias
Domingo Caba
Ramos
(Extracto del panegírico pronunciado en la iglesia Corazón de Jesús, de Licey al Medio, en la misa de cuerpo presente, oficiada con motivo del fallecimiento de Danerie Milagros Zapata Arias. Marzo, 19, 2022)