Por : Domingo Caba Ramos
«La belleza del
monte es múltiple, infinita, cuando lo dora la luz del sol, cuando lo azota la
tormenta, cuando lo bate la lluvia, a toda hora, en cada estación,
eternamente…»
(Francisco Moscoso Puello: Cañas y bueyes)
Domingo, 7 de agosto de 1994
Cuando el reloj marcó las 9:00
a.m., ya todos los socios ( activos y honorarios) del Club Rotario Tamboril
estábamos concentrados alrededor de los tres vehículos que nos trasladarían
hasta la entrada del angosto sendero que conduce hacia una de las más impresionantes
y talvez menos exploradas de las elevaciones pertenecientes a la Cordillera
Septentrional: el pico Peñón.
En el seno del pueblo la mañana
ardía. Mañana calurosa de agosto. Mañana de verano. Más, allá, en el corazón de
la montaña, divisábamos la presencia de espesos y negros nubarrones, los cuales
parecían anunciar la llegada inminente de la lluvia refrescante. Una simple
señal del Ing. Agrónomo Domingo Rodríguez, quien además de fungir de cicerón tuvo
a su cargo la coordinación de todo lo relativo al muy instructivo y recreativo
viaje, bastó para que de inmediato emprendiéramos la marcha.
Apenas unos pocos minutos de carrera y ya nos encontrábamos ascendiendo por
la empinada carretera que comunica las comunidades de Canca La Piedra y Carlos
Díaz.
Las veloces camionetas, diestramente piloteadas por don Pablo Henríquez,
Porfirio Guzmán y el veterano mecánico Danilo Rodríguez, mejor conocido con el
mote de “San Víctor”, más que correr, parecían danzar al tener que moverse de
manera irregular por la tortuosa y bailarina ruta.
Antes de las diez llegamos a la comunidad de Arroyo del Toro. Aquí
estacionamos los vehículos para iniciar nuestra caminata hacia la entrada del
monte, y aquí también apareció Julián, el atento jovencito que nos sirvió de
guía.
- «Allá, en el pico, nadie debe lanzar
desperdicios, escribir nombres en los árboles ni mucho menos extraer plantas
para llevar a sus hogares» - sentenció el Ing.
Rodríguez, actual macero del Club, consagrado ecologista y dos veces presidente
de la Sociedad Ecológica del Cibao (SOECI). Y sin mediar palabras dio comienzo
a sus botánicas explicaciones:
- « ¿Ustedes ven aquellas matas,
parecidas a la palma? Esas son las manaclas y pertenecen a la misma familia de
la cana, el guano, coco, es decir, al grupo de las llamadas plantas palmeras…».
Empezamos a subir…
Muy pronto la respiración de todos se tornaría más acelerada, los pasos más
lentos y largas columnas de sudor comenzarían a descender por los cuerpos
agotados. Producto del cansancio, Almonte (Albita), cual Jesucristo azotado,
completó su tercera caída. A don Félix
Henríquez lo vimos rodar como el ágil pelotero que se desliza en el robo de
base, en tanto que al doctor Carlos Tejada fue necesario “remolcarlo” y hasta
se valoró la posibilidad de aplicarle respiración boca a boca.
- «Esa otra mata - continúa
nuestro orientador - se llama Guayullo y suele utilizarse como
insecticida o repelente de insectos».
- «Cuando yo nací - amplía don Braulio López, con aire de experto
naturalista - ya los campesinos lo usaban
como repelente, así cuando las gallinas tenían piojillos les forraban el nido
de guayullo e inmediatamente el piojillo moría”. Luego le
escucharíamos susurrar, con orgullo inocultable: -“Ven, que yo no soy fácil».
En el transcurso de la travesía hubo un momento de tensión e inquietud, y
fue que Carlos José Rosario, presidente de los rotarios excursionistas,
desapareció sorpresivamente y no respondía a nuestros insistentes llamados.
Cuando reapareció pudimos comprobar que el “presi” no se había extraviado ni
estaba realizando “oficio particular”, alguno como pensaban mentes morbosas,
sino devorando guayabas en medio de la espesura del bosque.
Pero a pesar de las dificultades,
logramos llegar hasta la misma cima del Peñón.
- «La cumbre del Peñón - interviene nuevamente Domingo - es el límite exacto entre las
provincias de Santiago y Puerto Plata y está situada a una altura de unos mil
metros sobre el nivel del mar. Nótese la gran abundancia de helechos. Cuando en
un lugar nos encontramos con este tipo de vegetal, esto indica que en dicho
lugar la pluviometría sobrepasa los dos mil doscientos milímetros, vale decir,
que es mucha la lluvia que cae en esta zona».
Y en lo que respecta a las características del terreno, expresa lo
siguiente:
- «Estas tierras son de clase 6 y 7, esto es,
suelos de muy poca fertilidad. Según las investigaciones, existían en este
sitio grandes minas de ámbar, las cuales con el tiempo se han petrificados.
Como podrá apreciarse - expone con evidente
amargura - ya no hay árboles, todos
fueron cortados indiscriminadamente y por eso hoy sólo percibimos la presencia
de hierbas y arbustos. En tal virtud pienso - puntualiza finalmente - que
el presidente de la República debiera emitir un decreto mediante el cual se declare
este monte como zona vedada para que así no penetre nadie a su interior y
mediante el proceso de reforestación natural, vuelvan a levantarse los
frondosos árboles que en épocas pasadas yacían plantados en este serrano y
fresco ambiente»
Es la una de la tarde, hora
propicia para picar y cherchar bajo la sombra extasiante producida por las
ramas entretejidas que nos sirvieron de techo protector. A partir de este
instante ya no percibíamos las ilustrativas descripciones científicas relativas
a la flora rastreada, sino las sazonadas ocurrencias de don Braulio, las mudas
sonrisas de César Rodríguez y Publio Germosén, el inarmónico ronquido, cuando
dormía, de Lourdes Tapia, la incansable secretaria ejecutiva de SOECI, la risa
explosiva de Camucha y los cuentos multicolores de Domingo y Julio Rosario,
este último, síndico tamborileño recién electo.
Y entre chistes y tragamientos, yo esparcía mi espíritu contemplando desde
las alturas del Peñón la siempre imponente imagen del monumento santiagués, la
iglesia Corazón de Jesús de Moca, con su cúpula rozando las estrellas, la
chimenea de la cementera (Cemento Cibao) esparciendo hacia el infinito su humo
blanquecino, el desplazamiento de los automóviles, las calles, carreteras, las
copas de los árboles que vistos desde arriba semejan hileras interminables de
cómodos o confortables colchones tachonados de verdes hojas. Y en fin, los
múltiples encantos que a la vista nos presenta nuestro bien amado Valle del
Cibao.
A las 2:00 p.m., emprendimos el viaje de regreso.
Cuando por última vez clavé la mirada en el vientre de la cumbre recorrida,
de nuevo afloraron a mi memoria las palabras del artista literario y científico
naturalista, inicialmente citado en la presente crónica:
«La belleza del monte es múltiple, infinita, cuando la dora la luz del
sol, cuando lo azota la tormenta, cuando lo bate la lluvia, a toda hora, en
cada día, en cada estación, eternamente...»
(Publicado en el
diario La Información en fecha 26/8/94)
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