(A los profesores José Camejo y Pedro Caonabo Pichardo)
El próximo miércoles, 30 de junio, se celebrará en nuestro país el Día del Maestro. Los enjundiosos editoriales e impresionantes reportajes que con motivo de otras celebraciones se publican cada año en la prensa nacional, ese día, ténganlos por seguro, brillarán por su ausencia. Y es que más que al coronel aquel, el maestro dominicano si es verdad que no tiene quien le escriba. Y talvez muy pocos lo recuerdan. Ausentes estarán también aquellos regalitos que en épocas pasadas, con tanta ternura y amor, poníamos los alumnos en manos de nuestros profesores.
Yo, por mi parte, quiero aprovechar tan memorable fecha para recordar y rendir honor a muchos de mis ex maestros que en los diferentes niveles de enseñanza tuve el privilegio de saborear el néctar de sus sabias lecciones. Unos provistos de una sólida formación académica y/o pedagógica. Otros quizás no poseían siquiera el título de bachiller, esto es, teóricamente no conocían de Constructivismo, Funcionalismo u otras modernas corrientes educativas, ni mucho menos a los grandes pensadores de la educación universal. A estos últimos, sin embargo, difícilmente se les detectaba un trazo caligráfico irregular o una falta ortográfica en su escritura; pero con sus sombras y sus luces, todos tenían un rasgo común: enseñaban. Y enseñaban porque la mayoría de ellos disfrutaban el arte de enseñar, respetaban su trabajo, amaban a sus estudiantes, poseían mística docente, infundían valores, forjaban disciplina, actuaban con responsabilidad y, lo que es más importante: leían. Enseñaban, como bien lo recomendó Gabriela Mistral, “con su actitud, el gesto y la palabra”
Conforme a semejante contexto, en el nivel primario tengo necesariamente que recordar a mis queridos maestros Noel Ramón Peralta (Monchi), Arismendi Grullón y Leonardo Estrella (Leo), actualmente síndico de San Víctor. Mi formación profesional la asumo hoy como el edificio plantado sobre las bases que en un buen tiempo ellos supieron construir.
Olvidar no puedo en el nivel intermedio, Escuela Juan Pablo Duarte, San Víctor, Moca, a los profesores Rodolfo Rodríguez y su esposa, doña Milagros Luna; a mi profesor de español, Luis Jiménez, al director del plantel, Joaquín Medina y al maestro de matemáticas, Pedro Maximinio Reyes. De este último, muy vinculado afectivamente a mi familia, recuerdo siempre sus rabias y sus impulsos cuando nuestras bellaquerías desbordaban los límites de la paciencia. Y recuerdo igualmente que quien con él no aprendía matemáticas, no la aprendía con nadie, vale decir, nadie como él tenía tanto dominio y facilidad para enseñar tan compleja disciplina.
Del Liceo “Domingo Faustino Sarmiento”, Moca, fija yace en mi mente la imagen de la profesora Amada Ferreiras, maestra de Lengua Española y a quien todos llamábamos La querida, Frank Rosario, maestro de Filosofía y José Alba, maestro de Trigonometría. Y cómo no recordar al siempre pintoresco profesor de música Pablo Bienvenido de la Cruz.
En la Escuela Normal “Luis Núñez Molina”, donde cursé estudios pedagógicos durante dos años en la categoría de internado, razones sobran para recordar a consagrados educadores a quienes allí lo veíamos como padres y maestros: a la nunca olvidada Herminia Vda. Pimentel (doña Mamina), a Marino Henríquez (profe Maro); a los profesores Francisco Polanco y Alfredo Abel, luces que iluminaban el horizonte educativo dominicano; a Carmen Bejarán y a la maestra Mercedes María Reyes, entre otros.
Y cómo no recordar, finalmente, a mis profesores de la UASD, en los grados de licenciatura y maestría, Pedro Ureña Rib, Diógenes Céspedes, Carlisle González, Mukien Sang, Andrés Paniagua, Jesús Tellería, y, particularmente, a ese Maestro de maestros llamado Celso Benavides, uno de los académicos de más sólida formación linguística la República Dominicana.
Cuando en cualquier momento con uno de esos educadores antes mencionados me encuentro, de ningún modo siento que estoy frente a un colega o compañero de trabajo. Entiendo, al contrario, que estoy sencillamente frente a frente a mi maestro.
¡Felicidades a los aún viven y que sus restos descansen en paz los que ya fallecieron!