Por: Domingo Caba Ramos
« Duarte no fue ajeno al quehacer poético. La Providencia le concedió el don profético de la inspiración…»
Julio Jaime Julia.
En el sentido técnico y artístico del término, el patricio Juan Pablo Duarte no fue poeta. O “no presumía de poeta”, al decir del destacado historiador Vetilio Alfau Durán. La poesía no constituyó para él una actividad constante y permanente. No fue un quehacer habitual en su vida. Por eso apenas trece poemas conforman su producción poética: «Tristezas de la noche», «Santana», «Canto de guerra», «Antífona», «El criollo», «Desconsuelo», «Súplica», «Himno», «La cartera del proscrito» y otros cuatro carentes de títulos.
Escribió
impulsado por las circunstancias o los imperativos del momento, y muy
particularmente, como una forma de desahogo sentimental, vale decir, como un
instrumento de expresión de sus sentimientos patrióticos. Y de manera muy especial, para expresar la
pena, el dolor, la angustia y las emociones que el destierro y el exilio
desencadenaban en su alma atribulada.
Sus
poesías, al decir de Joaquín Balaguer, fueron “escritas sin pretensiones literarias, no estaban destinadas a la
publicidad y en su mayor parte desaparecieron en el destierro con el resto de
sus papeles íntimos…”. A través de estas se puede determinar la dimensión
de sus sentimientos patrióticos y conocer aspectos importantes de su
personalidad. La casi totalidad de sus versos constituyen el más fiel retrato
de la figura del padre de nuestra independencia. Las siguientes muestras
poéticas así lo ponen de manifiesto:
En «La
cartera del proscrito» expresa Duarte el pesar que se siente en la vida
azarosa del destierro:
«Cuan triste, largo y cansado,
cuan angustioso camino,
señala el Ente divino,
al infeliz desterrado.
Llegar a tierra extranjera,
sin idea alguna ilusoria,
sin porvenir y sin gloria,
sin penates ni bandera…»
En «Tristeza
de la noche» la soledad, las nostalgias, el dolor y la melancolía
pueblan la mente atormentada del fundador de nacionalidad dominicana:
«Triste es la noche, muy triste,
para el mísero mendigo,
que sin pan, tal vez, ni abrigo
maldice la soledad.
Triste es la noche, muy triste,
para el bueno y leal patricio,
a quien aguarda el suplicio,
que le alzó la iniquidad…»
El 22 de agosto de 1844, el entonces presidente de la República, dictador Pedro
Santana, firma la sentencia mediante la cual se destierra a perpetuidad a
Duarte junto a otros patriotas, acusados de “traidores de la Patria”. El 10 de agosto,
los desterrados abandonan el país e inician la tortuosa ruta del destierro
rumbo al puerto de Hamburgo, Alemania. La larga travesía es aprovechada por
nuestro libertador para en la que se considera su mejor composición poética, «Romance»,
describir o dejar gravado en románticos y épicos versos el dolor que siente
quien se ve obligado a abandonar su lar nativo e iniciar el recorrido que
conduce al mundo pesaroso del exilio:
«Era la noche sombría,
y de silencio y de calma,
era una noche de oprobio,
para la gente de Ozama,
noche de mengua y quebranto,
para la patria adorada,
y el recordarla tan sólo,
el corazón apesara.
Ocho los míseros eran,
que mano aviesa lanzaba,
en pos de sus compañeros,
hacia la extrajera playa…»
La humildad característica del patricio no le permite referirse en primera persona
del singular a un acontecimiento del cual fue él su principal actor. Por eso informa
en tercera persona del plural:
«Ellos
que al nombre de Dios,
patria y libertad se alzaran,
ellos que al pueblo le dieron,
la independencia anhelada,
lanzados fueron del suelo,
por cuya dicha lucharan.
Proscritos sí por traidores,
los que de lealtad sobraban…»
Sólo para presentarse como un simple testigo o relator de los lamentos
percibidos, emplea Duarte la primera persona:
«Se les miró descender,
a la ribera callada,
se les oyó despedirse,
y de su voz apagada,
yo recogí los acentos,
que por el aire vagaban»
«Los blancos, morenos,
cobrizos, cruzados,
marchando serenos,
unidos y osados,
la patria salvemos,
de viles tiranos,
y al mundo mostremos,
que somos hermanos»