Por : Domingo Caba Ramos
"Yo fui tamborileño en París, en New York, en Centroamérica y en Santiago”.
( Tomás Hernández Franco )
Tomás Hernández Franco
Si nos adentramos en el contenido que encierra el título del presente trabajo, fácilmente nos daremos cuenta de que el mismo sugiere el propósito que motivó su elaboración: descubrir en los escritos del poeta y escritor Tomás H. Franco (Tamboril, Santiago, 29/04/1904 - Santo Domingo, 01/09/1952) las referencias o alusiones directas o indirectas que este hace acerca del pueblo que lo vio nacer y crecer.
Pretendemos de esa manera demostrar que la intervención de determinadas ideas y palabras en los textos literarios de este autor cumplen una función referencial, es decir, no obedecen a una intencionalidad meramente gratuita, sino que constituyen la expresión de un estado de ánimo íntimo y personal. Se trata de ideas y palabras, la mayoría de las veces empleadas de manera reiterativa, que tienen en cada texto unas connotaciones afectivas y sentimentales, reveladoras de ese profundo sentimiento de amor que siempre supo proyectar el destacado bardo tamborileño sobre su paisaje nativo, sobre su Pajiza Aldea, que es lo mismo que decir, sobre Tamboril.
Nuestro estudio estará fundamentado en cinco textos suyos entre los que se incluyen su primer libro de versos: Rezos Bohemios (1921) y su último libro de cuentos: Cibao (1951).
Para los fines del presente análisis incluimos igualmente la conferencia que con el título de “El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización”, dictara Hernández Franco en Tamboril en 1931, la epístola que escribió en 1944 a su hijo mayor, "Poema anclado para el hijo viajero", y uno de los cinco poemas que fueron publicados después de su muerte: Puedo Jurar Ahora (1952).
Antes de entrar en detalle en torno al tema que nos ocupa, creemos pertinente hacer algunas precisiones por entender que estas podrían servir de soporte teórico al análisis que realizaremos a los textos precitados, y sin las cuales, talvéz, dicho tema dejaría de ser comprendido en toda su magnitud .
De entrada vale recordar que Tomás Rafael Hernández Franco nació en Tamboril, municipio enclavado al pie de la Cordillera Septentrional, el día 29 de abril de 1904, justamente en el mismo año en que se integró al mundo de los mortales el inspirado y genial poeta chileno Pablo Neruda (1904 - 1973). Nació, pues, a principio de siglo, en una época en que la sociedad dominicana comenzaba a formarse y preocuparse por su desarrollo material y cultural. Fue periodista, ensayista, cuentista, conferencista, deportista, poeta y diplomático. Desempeñó importantes funciones en la administración pública y en el servicio exterior, misión esta que le permitió viajar y residir en numerosos países latinoamericanos y europeos, en uno de los cuales, El Salvador, compuso y publicó su obra maestra: El poema Yelidá (1942).
En vida se distinguió por el entrañable amor que en todo momento sintió por su pueblo, al cual solía identificar con el afectivo y tierno nombre de Aldea o Pajiza Aldea. Ese cariño, ese sentimiento de amor y afecto mostrado por Hernández Franco hacia la comunidad de Tamboril aparece magistralmente resumido en la siguiente frase suya: "Yo fui tamborileño en París, en New York, en Centroamérica y en Santiago”
Falleció en la ciudad de Santo Domingo el día 1 de septiembre de 1952.
TAMBORIL: UNA CIUDAD RURAL
En su muy documentado libro La Poesía dominicana en el siglo XX, tomo II, 1975, el poeta y crítico chileno, don Alberto Baeza Flores (1914), sostiene que en los pueblos pequeños lo rural es lo próximo y significa una presencia, en tanto que en la gran ciudad, lo rural suele estar más retirado. Estas son sus palabras al respecto:“En la vida de la ciudad grande el campo siempre está más lejos y hay que ir a él. En la vida de la ciudad provinciana, íntima, familiar, el campo está ahí cerca, a la mano” (P. 411).
El contenido de la cita precedente resulta bastante revelador para los fines de nuestro estudio debido a la estrecha relación que guarda con las características sociogeográficas del Tamboril en que nació, vivió y al cual le cantó Tomás H. Franco en la mayoría de sus obras : un Tamboril con escaso desarrollo urbanístico y poblacional, constituido por una sola calle, habitado por un reducido número de moradores, rodeado de árboles gigantescos y bañados por las mansas aguas del río Licey.
El Tamboril de Hernández Franco era, en tal virtud, un Tamboril pequeño y casi despoblado, libre de los ruidos impertinentes que los tiempos modernos con su progreso electrónico y tecnológico han logrado sembrar en el seno de este municipio. Era un Tamboril pacífico, tranquilo y silencioso. Era una aldea o, si se quiere, era simplemente: una ciudad rural.
Y en ese mundo casi campestre, en un hermoso y amplio patio, a escasos metros de la iglesia católica, entre robles y platanales, bajo la sombra protectora de tres imponentes samanes y muy próximo a la ribera del ya mencionado arroyo Licey, estaba ubicada la casa donde residió, junto a su familia, el poeta tamborileño, autor de Yelida. Este hogar, como es fácil advertir, yacía plantado en medio de una naturaleza física que debió imprimir imperecedera huella en la vida y obra del poeta, logrando que de su fértil imaginación creadora emanaran los más bellos y líricos cantos inspirados en ese entorno vivencial en que se desenvolvió su infancia y su juventud. A propósito de estos señalamientos, el destacado escritor y crítico literario, Bruno Rosario Candelier, apunta lo siguiente :
“Tomás Hernández Franco recibió en este pueblo de Tamboril sus primeras orientaciones, se nutrió afectivamente con las raíces telúricas, con las raíces familiares que emanaban de aquí, y a partir de sus contactos culturales con el mundo, eso le permitió afianzar o ampliar su base cultural y proyectarla con una dimensión realmente extraordinaria, aquí y fuera de la República Dominicana” (Conferencia dictada en Tamboril el 17 de Octubre de 1988).
En lo que atañe a los tres preindicados samanes, sepultados inescrupulosamente por la mano ingrata del hombre, hay que señalar que tales árboles forman parte importante de la historia de Tamboril. Toda la vida de este pueblo discurrió alrededor de estos tres históricos, simbólicos y señoriales árboles. En una época en que aquí no existía parque público, los tamborileños utilizaron el tronco de los samanes como su sitio de recreación. Allí se daban citas los más disímiles tipos humanos: los niños, a jugar y ejecutar sus infantiles travesuras; los bohemios, a libar alguna copa de licor; los enamorados a sostener un romántico y confidencial diálogo, y las damas distinguidas del pueblo, a leer los versos románticos del el poema Tabaré.
Con el seudónimo de Gabriel Silveira Leal, en un poema intitulado Al Samán de Tamboril, y publicado en 1944 en el #7 de los Cuadernos Dominicanos de Cultura, Hernández Franco describe así al árbol que inspiró sus versos:
“Este árbol es mi vida. Este árbol es mi infancia. Está en medio del poblado, en la explanada que aísla mi casa de las demás y donde por el día vienen a jugar los niños, al salir de la escuela, y en las noches es asilo de los sueños de los enamorados y bahía donde los solitarios anclan meditaciones y esperanzas. Es un bello Samán de relucientes hojas, que de repente se han ido a volar, como mis pensamientos.”
Como apreciaremos más adelante, la obra de Tomás H. Franco está estrechamente condicionada por esa realidad geográfica, social y humana de su tierra, y en muchas de sus creaciones está presente ese gran aliento telúrico o profundo enraizamiento tamborileño que siempre le caracterizó.
Vistas estas consideraciones generales, pasaremos de inmediato al análisis textual con miras a determinar cómo aparece expuesta la realidad tamborileña en los versos y en la prosa de Tomás Hernández Franco.
Iniciaremos con su primer libro publicado: Rezos Bohemios (1921). De esta obra, prologada por el vegano J. Furcy Pichardo y escrita cuando su autor tenía apenas dieciséis años de edad, estudiaremos los cinco sonetos insertos en el apartado que lleva por título En la calma aldeana, constituidos, al decir del referido prologuista, por “Versos felices de concepción y ejecución, prestigiados por cierta fuerza de expresión que desea ser personal y que es loable”. “En dichos versos-continúa argumentando. F. Pichardo -Hernández Franco pinta la vida o el sueño de su Aldea gentilísima y romántica”, y al describir esa “Aldea ilusionada de sus cantos” lo hizo con los términos que designaban a aquellos seres y objetos del mundo natural y social que estuvieron íntimamente asociados a su ambiente familiar. De ahí que sustantivos como arroyo, río, roble, samán, campana y aldea o sus derivados aparezcan en toda su obra con inusitada frecuencia.
En cada uno de los sonetos se describe el paisaje local, el paisaje tamborileño.
En el primero de ellos, Media noche, el poeta nos presenta a un Tamboril callado, dormido, sereno y apacible en una noche iluminada por los rayos inspiradores de la luna. Ese silencio aldeano sólo es quebrantado por el canto monótono del arroyo murmurador:
Es muy puro el encanto de esta noche de luna;
la aldea se ha dormido bajo un cielo de plata
y un arroyo murmura, como un canto de cuna
monorrítmicamente su perenne sonata.
Los robles también duermen como gigantes buenos
bajo el celeste amparo de esta noche tan clara
¡taciturnos, sombríos, sufridos y serenos,
son como los vencidos de una epopeya rara!
Todos es paz en la aldea. El viejo campanario...
Nótese cómo en las estrofas anteriores el paisaje, más que simple telón de fondo, actúa como un ser de carne y hueso, aparece humanizado. El poeta, valiéndose de recursos metonímicos y prosopopéyicos de incomparable valor afectivo, actualiza y vivifica la naturaleza haciéndola de esa manera partícipe, testigo o confidente de su estado de ánimo. A tono con este planteo observamos que en lugar de los habitantes de la aldea, quien duerme es la propia aldea; el arroyo murmura, no suena; en tanto que los robles gigantescos gozan del humano privilegio de dormir, sufrir y permanecer en silencio. Todo esto indica que no obstante el tono modernista que se aprecia en estos versos de iniciación de Hernández Franco, en ellos subyacen igualmente reminiscencias típicas de la mentalidad y sensibilidad románticas.
Ese intimismo o subjetivismo romántico junto a la paz que se respira en la media noche descrita en el soneto, son rasgos constantes en la obra literaria del escritor tamborileño.
Mientras que en Media noche Hernández Franco le cantaba a su pueblo describiéndolo en una noche de luna, tranquila y silenciosa, en el soneto que sigue, Tristeza del domingo, nos lo presenta en medio de una tarde dominical, triste y melancólica:
“Tristeza del domingo. La gris melancolía
que padece el paisaje, ha llenado la tarde...
(1er. Cuarteto, V. 1 y 2)
“.... Florece en mí el fastidio que me infunde lo igual,
... todo es igual, lo mismo... el arroyo que ríe...
el viento que murmura por entre el robledal.
(2do. Cuart., V. 1 al 3)
“No hay una nota alegre en la tarde aldeana
el sol se va ocultando por la sierra lejana
mientras leo un soneto del divino Musset...”
(1er. Terceto)
“Y decora esta tarde, la silueta exquisita,
que veo en la lejanía, de una mujer bonita...”
(2do. Terc., V. 1 y 2)
Conviene destacar en esta vespertina descripción el contraste que se establece entre la tristeza que invade a la tarde con la socarrona sonrisa del arroyo, esto es, sólo dos hechos contribuyeron a imprimirle un toque de alegría a aquel domingo sombrío: la presencia lejana de una bella mujer y la risa incierta del río que una vez más parece proceder indiferente a lo que sucede en el medio que lo rodea. También es oportuno aclarar que cuando el poeta habla de sierra lejana, obviamente se está refiriendo a una de las tantas lomas que circundan al municipio.
El profundo fervor religioso que siempre ha caracterizado al pueblo de Tamboril lo encontramos genialmente plasmado en los dos cuartetos del soneto que lleva por título "En la vaga penumbra" :
“En la semi - inconsciencia de esta vida aldeana
cuando caen en la noche los primeros crespones
vibra pausadamente la voz de una campana
como un eco gigante de muchas oraciones...
Hay beatitud sencilla en la rústica escena;
florecen “Padres Nuestros” en labios temblorosos
y alguna novia triste desahoga su pena,
rezando por el novio, con los ojos llorosos...”
En La aldea está triste, Tomás H. Franco, cual romántico bohemio, proyecta sobre el paisaje local toda la intimidad o sentimientos que en él despertó la rápida partida de una linda dama que como un sueño fantástico pasó un día por su añorada aldea:
La aldea está muy triste desde que tú te has ido,
le falta tu alegría, le falta tu belleza...
¡y hasta mis propios versos por tú se han conmovido
al contar esta pura y aldeana tristeza!”
(1er. cuart.)
Y como si el río fuera el gran confidente o testigo de sus juegos sentimentales, el poeta pregunta a la fugaz visitante:
“¿... Te acuerda del arroyo que siempre gluglutea,
cual si contase un cuento pasional a la aldea
envuelto en el misterio de un divino secreto?...”
(1er. Terc.)
En la primera estrofa vemos cómo desaparece el yo interior del poeta para fundirse en el yo colectivo encarnado en una naturaleza personificada:
“La aldea está muy triste desde que tú te has ido...”
Hombre y medio ambiente se funden en un solo ser, formado así un todo homogéneo de tal modo que el sufrimiento y tristeza del poeta es el sufrimiento y tristeza del ambiente aldeano.
En el último soneto, En la paz del crepúsculo, Hernández Franco nos ofrece otra viva descripción de su natal terruño en ese instante del día en que los últimos rayos del sol empiezan a despedirse para ceder su turno a la noche:
“El crepúsculo vierte su divina tristeza
en el bello paisaje. Una franja grisácea
es un río que canta, con su eterna pereza
arrullando la muerte de la tarde violácea...”
Entre los componentes del mundo natural y social en torno al cual se desenvolvió la vida de Tomás H. Franco, vale resaltar el papel protagónico desempeñado por el arroyo que con tanta insistencia se menciona en los versos. Pero no se crea que se trata de un río imaginario, creado por la mente fantástica del poeta. Ese río cantarín, risueño y murmurador cruzaba por detrás de la casa de la familia Hernández Franco, esto es, existió realmente ( río Licey), como existieron también los robles, los samanes, la sierra lejana, las campanas de la iglesia y esa quietud municipal que se respira en las muestras poéticas que hemos analizado.
El 27 de octubre de 1931 Tomás H. Franco dictó en el Teatro “Apolo” de Tamboril la conferencia titulada El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización.
Antes de entrar en materia, el disertante nos presenta una breve introducción que bien podría considerarse como un canto de amor a su pueblo. Tal sentimiento de gratitud y cariño lo encontramos expresado desde el mismo inicio de la disertación:
“Pláceme sobre manera ocupar esta tribuna y frente a este público, porque en cierta forma es como una oportunidad de pagar una deuda de cariño contraída desde mi infancia, porque aquí en Tamboril mismo y mucho antes de lanzarme por mis propias fuerzas en las sendas de la curiosidad literaria, mi imaginación se nutrió de una tradición de cultura y de amabilidad que parece haber sido de todo tiempo patrimonio o herencia, timbre o blasón de esta comunidad”.
Hernández Franco paseó a Tamboril por todos los confines del mundo. De él se cuenta que a dondequiera que iba, su mayor orgullo consistía en proclamar su origen aldeano. Y en cada país que vivió los recuerdos de la patria chica afloraban a su mente:
“... Siempre, en las horas del recuerdo, en la
nostálgica evocación del viajero, la patria lejana
me cabía en el corazón...”
El poeta, que cada acaba de regresar a la tierra amada, muestra en la susodicha disertación la humildad del recién llegado y el acendrado amor que siente por sus raíces pueblerinas:
“... Siempre llegué sin la jactanciosa actitud de
quien pretende contar maravillas y a la vida
aldeana me reintegré sin esfuerzo porque aldeano
he sido siempre en mi orgullo y en mi sinceridad...”
TAMBORIL EN LOS CUENTOS DE TOMAS H. FRANCO.
En la cuentística de Hernández Franco lo mismo que en sus poesías, artículos y conferencias, está presente la atmosfera tamborileña. La narrativa de este autor es rica en referencias que responden fielmente a las vivencias personales o experiencias vividas en su lar nativo. Esa presencia se evidencia, entre otros relatos, en los cuentos contenidos en el tercer y último volumen publicado: Cibao (1951). Ya anterior a esta colección había dado a la luz pública: Capitulario (1921) y El hombre que perdió su eje (1925).
Los hechos que se narran en "Cibao", contrario a lo que podría interpretarse a juzgar por el título, no reflejan la vida de la región cibaeña en general sino la tamborileña en particular.
Del libro Cibao (Ediciones Sargazo, 1973) seleccionaremos tres cuentos que consideramos de particular interés por contener muchos de los elementos descriptivos y referenciales que permiten validar el planteamiento que hemos insertado en el párrafo anterior. Nos referimos a Mingo, Anselma y Malena y El asalto de los generales
Santa Ana fue por muchos años la santa patrona de Tamboril. Cuéntase que las fiestas patronales que en su honor se celebraban, las cuales coincidían con la cosecha de tabaco, eran muy concurridas; especialmente por los habitantes de los campos vecinos quienes embriagados por la alegría del momento incurrían en desbordadas o desenfrenadas romerías que degeneraban casi siempre en sangrientas y mortales riñas. En el cuento Mingo se lee al respecto:
`“Los matones que durante las fiestas de la señora
Ana venían desde lejos, con sus ladeados
sombreros de jipijapa, sus pañuelos colorados y
las grandes cachas blancas de sus Colts, a jugar
a los dados y a emborracharse con aguardiente
blanco...” (P. 41).
En Anselma y Malena se narra una historia de amor, los amores de Anselma y Malena con el coronel de dragones. En dicho relato es obvia la presencia de algunos toques descriptivos de inconfundible sabor localista:
“La aldea nunca tuvo más de una
calle y esa calle bastó siempre para
todas las divisiones del amor, del odio y
del dinero... “(P. 64).
El narrador nos informa que Malena nunca se enteró de los amores entre su marido y Anselma. Y acto seguido concluye:
“La aldea no había hecho ni un
guiño de malicia porque aquello no
tenía importancia” (P. 66).
Uno de los mejores cuentos de Tomás Hernández Franco y quizás el de mayor fuerza dramática es El asalto de los generales. Esta pieza narrativa, como podrá inferirse, trata de una acción bélica, de un levantamiento armado. Previo a la presentación de los hechos, el cuento se inicia con una descripción del ambiente, rica en imágenes sensibles que le imprimen un colorido singular al lugar o espacio donde suceden los hechos:
“Aldea suspendida en final del crepúsculo. El samán había acabado de cerrar los millares de sus hojas, una por una, meticulosamente, como quien cuenta billetes de banco. Un grillo desató la locura irritante de su canto, alto surtidor de fuente invisible. Chirriaba una rueda en retorno cansado. Bolas de equilibrio sobre las pértigas, las gallinas recontaban las plumas de sus alas sin vuelo. El platanal, unánime y manso, dialogaba en ligera brisa confidencial. Tímidas vanguardias de estrellas en cielo claro y más alto. Paz.” P. 85).
La siguiente intervención es mucho más explícita:
“Papá, por Dios, esa es una tontería. Deme cien hombres o cincuenta o veinticinco, y yo le desalojo a esa gente de la aldea” (p. 92).
Lo mismo que esta:
“A tiro de fusil de la aldea se reunieron en compacto núcleo de cosa decisiva...” (p. 93)
En uno de sus poemas póstumos, Puedo jurar ahora (1952), el poeta recuerda al padre en el momento en que sembraba sus venerados samanes:
“Puedo jurar ahora que yo lo he visto.
Y que ese recuerdo solo fuera capaz para llenar toda mi vida,
que vi el crepúsculo detenido entre sus manos
mientras estaban sus manos sembrando el árbol...”
Pero donde los recuerdos de infancia y juventud, el fervor aldeano y la emoción ante el paisaje local, alcanzan su máxima expresión en los escritos de Tomás H. Franco, es en el texto Poema anclado para el hijo viajero, epístola de incomparable acento elegíaco dedicada a su hijo mayor, Tomás Hernández Tolerntino (Tomasito), cuando este apenas acababa de nacer. El poeta, merced al gran afecto que siempre mostró hacia su pueblo, supo plasmar en forma magistral la recóndita tristeza que produce la ausencia del suelo paterno. Su lectura, como se podrá apreciar , nos remite al genio de un José Joaquín Pérez:
“¡Mi dulce Ozama! Tu bardo amante
a tus riberas torna a cantar...”
(La vuelta al hogar)
O a un Nicolás Guillén:
No hay martirio más grande que el hondo desconsuelo
de suspirar ausente de los paternos lares
y deshojar la rosa negra de los pesares
bajo la indiferencia de otro sol y otro cielo.”
(Páginas Vueltas)
En su Poema anclado para el hijo viajero escribe el autor de Yelidá:
“Apenas tenemos una semana mudados a esta nueva casa, que no es la mía, que no ha de ser tuya: es la número 159 de la Avenida Independencia, en Ciudad Trujillo”.
Las ideas que siguen reseñan la vida diplomática del poeta:
“Eres el hijo viajero. Tienes casi quince meses de nacido. Ni un año y medio siquiera. Debiste nacer en El Salvador, América Central. Pudiste haber nacido en Costa Rica, pues para allá salíamos. Era casi de rigor que nacieras en México. Pero naciste en la Habana. Pocos meses después, llegamos contigo a tus pies, a este, a esta ciudad que no es la mía, ni la de tu madre”.
Abrumado cada vez más por los recuerdos emocionales de su tierra, el padre envuelve su voz en el más nostálgico de los acentos para proseguir diciendo al hijo:
“Tu no tienes una casa tuya. Al menos la tuya, la que es mía y de tu madre, donde yo pasé todos los años de mi infancia, te es todavía, desgraciadamente, casi desconocida. En ella ha vivido días solamente, como en todas las otras que has vivido: casas de alquiler, casas de huéspedes, hoteles, aviones”.
La añoranza inspira en el padre el deseo de que su hijo esté junto a lo suyo:
“Hubiera querido verte crecer en tu casa, en esa casa que es mía y de tu madre, la de Tamboril, la única, donde vivieron mi padre y mi madre, tus abuelos, donde también vivieron mis abuelos y tus bisabuelos. Creo que hubiera sido una ventaja para ti tener tu paisaje, que es, desde que se nace, la manera más exacta y sencilla de tener una patria”.
Finalmente escribe el poeta:
“Todos tenemos en el mundo un sitio en el cual debiéramos estar para siempre, o en el cual, al menos, todos quisiéramos estar para siempre: Tamboril es mi sitio. El sitio de tu padre. Ojalá lo escojas tú también como tuyo: para querer vivir y morir, para tener tu paisaje anclado dentro de tí”.
Tomás Rafael Hernández Franco, el poeta dominicano que le cantó a los mares del trópico y al mulato de las Antillas, el autor de uno de los más grandes poemas escritos en nuestro país y el mismo que dio a conocer por primera vez a nuestros principales poetas en los círculos literarios del Viejo Continente, también supo dedicar a su pueblo, como hemos intentado demostrar, los más bellos, líricos y hermosos cantos.
(* ) - Publicado por primera vez en el Suplemento Cultural “Coloquio” (- El Siglo - 20 - 5 - 89) y posteriormente en mi libro " Tamboril, su gente y su cultura ( y otros ensayos ) ", Editora Teófilo, 2000, págs. 26/37
domingo, 5 de junio de 2011
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