sábado, 15 de marzo de 2014

Chofei me deja ai doblai


  Por: Domingo Caba Ramos.

 Aquella mañana, la vieja " voladora " se desplazaba como víbora endiablada por las “tarvias” encendidas de la ciudad capital. Al llegar a la Kennedy con Tiradentes, el eco imperativo de una voz salida desde lo más profundo de la " cocina " o asientos traseros del chatárrico vehículo, se dejó escuchar con toda la fuerza de un grito desesperado:

 - " Chofei, me deja ai doblai…”.

 Una irónica sonrisa se dibujó en los labios del sudoroso conductor. Y como si hubiera marcado el compás de inicio, un coro de incontenible y burlona carcajada quebró el silencio momentáneo que se produjo en el interior del recinto vehicular, al mismo tiempo que sus ocupantes repetían con el más sarcástico y mortificante de los acentos:

 - “Chofei, me deja ai doblai… "

 Muy pronto la paciencia del viajante cibaeño llegó a su fin. Cuando se proponía descender para quedarse en el punto anunciado, se emburujó con el primer pasajero capitaleño que encontró a su paso y allí, dentro de la guagua, se originó un intercambio de puñetazos los cuales, al rebotar entre cuerpo y cuerpo, producían un seco sonido igual al emanado del toque repiqueteado de la alegre tambora quisqueyana.

 El caso antes relatado ocurrió hace ya trece años. Se trata de uno más de los tantos enfrentamientos lingüísticos que suceden entre habitantes de una misma comunidad parlante en la que interactúan diversas variantes regionales, y en la que una de ellas, en términos normativos, se abroga el prestigio y la supremacía, adoptando, en consecuencia, una actitud de sanción y censura a cuantas prácticas de la lengua se aparten de sus habituales usos idiomáticos.

 Por esa razón los hablantes nacidos y /o residentes en el Distrito Nacional, especialmente los de más bajo nivel de instrucción, se burlan y gozan un mundo cuando escuchan a un cibaeño pronunciar la i en lugar de la r y la l , porque desde su punto de vista o percepción metropolitana de la lengua, y tomando como ejemplo la frase que nos ocupa, lo correcto sería decir: " chofel me deja al doblá “, pero nunca: " chofei, me deja ai doblai "

 Obviamente que un hablante del Cibao y de la capital que posea un mediano o elevado nivel de escolaridad jamás empleará una y otra formas dialectales, porque una y otra se apartan por completo de la norma gramatical fijada académicamente. Y, por ende, al establecer relación entre una y otra variante, no es posible hablar de mayor o menor prestigio, por cuanto desde el punto de vista lingüístico nadie habla mejor ni peor, ni tampoco existen lenguas más prestigiosas que otras. Se trata, simplemente, de las diferentes posibilidades que ofrece la lengua a los usuarios, en esta oportunidad, de dos comunidades dialectales diferentes. Lo de bien y mal son simples valores o conceptos axiológicos carentes por completo de fundamentación científica.

Los dominicanos se comunican e intercomprenden a través de una de las modalidades del español de América llamada español dominicano, modalidad conformada por un conjunto de rasgos o variantes que se distribuyen y practican en diferentes áreas dialectales, entre las que merecen citarse: el Cibao interior y el Sureste.

El Cibao interior tiene como centro a Santiago, Moca, La Vega, Salcedo y San Francisco de Macorís, y el fenómeno lingüístico que lo caracteriza se llama vocalización. Se define esta como la pronunciación de la r y la l como i, en posición final de sílaba o de palabra: “cueipo”, “caima”, “pueita”, “aigo”, “mujei”.

 El sureste, cuyo centro se sitúa en el Distrito Nacional, se distingue por la realización de la r como l , así como la elisión de la r final de los verbos en su forma infinitiva: “coltá”, “trabajá” “escondel”, “amol…”. Pero al considerar muchos hablantes capitaleños, como los de casi todas las capitales del mundo, que su norma es la valedera o la que goza de tanta aceptación social como la académica, no resulta extraño que rechacen, estigmaticen y califiquen de incorrecta la vocalización cibaeña y expresiones como : “chofei de me deja ai doblai…”, la sustituyan por otra no menos inaceptable desde el punto de vista preceptivo:

“chofel de me deja al doblá…”. 

Y debido a lo fuertemente estigmatizado que se encuentra el fenómeno de la vocalización , tampoco constituye una sorpresa que muchos nativos del Cibao, incurran en casos de ultracorrección, evitando así pronunciar las íes hasta en las sílabas en que realmente deben articularse, diciendo, por ejemplo, “acelte”, por aceite y “Licer”, por Licey.

 Esa conducta ultracorrecta puede apreciarse igualmente en la pintoresca y no menos graciosa descripción realizada en una ocasión por un preocupado hablante cibaeño:

 “Había gente de to lo lao, de la capitar, de Azua, de Jarna y der serbo” 

 O, para evitar comportamientos burlescos, terminen adoptando las formas correspondientes al dialecto capitaleño. De ahí que no dudamos que en una nueva experiencia, el cibaeño protagonista de nuestra historia, en lugar de su natural “chofei me deja ai doblai”, se pare en medio de minibús que lo transporta, para ordenar, a mandíbulas batientes:

“Chofel me deja al doblá”