viernes, 29 de abril de 2022

DON JUAN COLLADO : MAESTRO Y POETA DE FINO ESTRO


 Por: Domingo Caba Ramos  

                                                                                            Don Juan Collado
                                                                             

 Un día de estos, mientras desempolvaba y organizaba mis libros, dentro de uno de ellos encontré un breve poema manuscrito titulado Hay un alma que llora, fechado en Jánico (1934) y firmado por Juan Collado.

 Confieso que mi sorpresa fue inmensa, por cuanto desconocía por completo la faceta literaria de este distinguido educador. Sin embargo, no me extrañó del todo; pues sabido es que en la historia de la cultura hispanoamericana en general, y de la dominicana en particular, son muchos los maestros que han prestigiado con sus firmas las páginas de la literatura, fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Significa esto que
el trabajo docente siempre ha estado estrechamente vinculado la creación literaria en sus diferentes vertientes.

En la literatura dominicana, maestros fueron autores de la talla de Félix María del Monte, José Joaquín Pérez, Emilio Prud -Homme, Salomé Ureña, Nicolás Ureña de Mendoza, los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, los hermanos Francisco y Federico Henríquez y Carvajal, Miguel Ángel Garrido, Manuel de Jesús Peña y Reinoso, Alejandro Angulo Guridi, Antera Mota, Pedro Mir. Domingo Moreno Jiménez, Félix Evaristo Mejía y Ramón Emilo Jiménez, entre otros. Y en la literatura hispanoamericana maestros fueron también el argentino Domingo Faustino Sarmiento y la brillante poetisa chilena y Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral.

Todo lo antes expresado significa que, independientemente de la mayor o menor calidad del arte literario cultivado o del carácter público o inédito de las composiciones de este resultantes, la creación literaria y el ejercicio magisterial, vale reiterarlo, son dos quehaceres que a través del tiempo se han desarrollado en forma paralela y mancomunada en el curso de la literatura hispanoamericana y, de manera muy especial, de la literatura dominicana.

¿Quién fue Juan Collado?

 Don Juan Antonio Collado fue un consagrado y respetado maestro, oriundo de   Santo Tomás de Jánico, provincia Santiago, municipio donde nació el 7 de abril de 1900. Aquí, con apenas veinte años, inició una fructífera carrera educativa que terminó en Tamboril, lugar hacia donde fue trasladado en 1942 como director de la Escuela Primaria e Intermedia “Prof. Sergio Hernández”, en su momento, el más importante centro educativo de este municipio. En esta comunidad, estableció residencia definitiva, desarrolló una ingente labor socioeducativa y supo ganarse el cariño y respeto de todos los tamborileños. Y aquí falleció el día 24 de julio de 1972.

 Contrajo nupcias con la también distinguida y apreciada maestra, Fredesvinda Halls (doña Fredé), y de esa relación nacieron sus hijas, destacadas abogadas ambas : Icelsa y Alba Nery Collado Halls, esta última expresidenta de la Cámara Civil y Comercial de la Corte de Apelación del Departamento Judicial de Santiago, en cuyo desempeño dio siempre muestras de gran  responsabilidad, probidad y competencia

 Diferente a la educativa, de la faceta poética de este veterano educador casi nada se conoce. Lo poco que de él se sabe al respecto se debe a informaciones aportadas por sus más cercanos parientes. Una buena parte de sus versos aún se conservan en cuadernillos, a la espera de que un buen día vean la luz pública. No conozco tales composiciones, pero el poema que nos ocupa, Hay un alma que llora, lo devela como un poeta de fino estro y elevada sensibilidad.

 Se trata Hay un alma que llora, de un poema de corte romántico o en cuyos versos (versos de juventud) late la expresión del sentimiento íntimo o personal, la desesperanza, la angustia metafísica, el desengaño, el quebramiento del ánimo y, en fin, las reminiscencias propias del romanticismo literario que en la cultura dominicana aún se percibían y ejercían notable influencia durante la primera mitad del siglo XX. Los mismos rasgos que se aprecian en la obra poética de un contemporáneo suyo como lo fue el cubano José Ángel Buesa (1910-1982). Veamos su contenido:

 HAY UN ALMA QUE LLORA

 «Hay un alma que llora,
 con angustia doliente,
 la desgracia infinita, 
de un amor que se fue… 
Hay un alma que implora, 
con la fe del creyente, 
y, en afanes se agita,
 en espera, ¿de qué?

¡Ah! el alma está triste, 

está enferma y muy sola,
 pues huyó su esperanza, 
a lejanas regiones,
 y, para ella no existe, 
ni el rumor de la ola, 
de una dulce bonanza, 
en sus negras visiones»

 
Juan Ant. Collado 
Jánico, abril de 1934.

OTRO POEMA

«De los poemas de mi abuelo – confiesa su nieta, Alba Almonte - recuerdo uno, sin título y sin fecha, dedicado al pueblo de Tamboril». Los versos de este poema son los siguientes:

«Al pie de la norteña cordillera,
plena de sol, radiante de belleza,
se recuesta la Villa romancera,
ofreciendo cultura y gentileza.

Del valle prodigioso de La Vega,
es punto culminante, centro rico,
región maravillosa veraniega,
como nunca jamás ojos han visto.

Sus valientes e hidalgos caballeros,
amantes del trabajo y la cultura,
son firmes y templados, cuál acero,
si la patria reclama su bravura.

¡Qué decir de sus vírgenes hermosas!,
todas llenas de encantos y de gracia,
son lindas como trovas armoniosas
y émulas de Penélope y aspacias»

Y, cuando hay que llegar al sacrificio
de salvar el honor de la bandera,
cada Tamborileño es el patricio
de la villa gloriosa y romancera»

 

miércoles, 27 de abril de 2022

TOMÁS HERNÁNDEZ FRANCO : UN ILUSTRE POBREMENTE CONOCIDO


Por: Domingo Caba Ramos


 
«Tomás Hernández Franco fue un poeta de originales encantos»

(Mariano Lebrón Saviñón)


Don Héctor Inchaustegui Cabral (1912 - 1978), en el prólogo al libro La poesía dominicana en el siglo XX (1975, tomo I), del poeta y crítico chileno Alberto Baeza Flores (1914 ), escribe lo siguiente:

“La literatura dominicana no ha tenido las proyecciones que a uno se le antoja que merece. Quiero decir: las obras de los autores dominicanos no han logrado la circulación que haría hincharse de orgullo nuestros pechos” (P. VIII). Y al explicar los motivos que generan tal indiferencia, don Héctor señala de manera enfática que “Aquí nadie se ocupa de nadie que se haya muerto y si hay excepciones, son muy escasas: libro editado por escritor desaparecido, libro enterrado con su autor” (P. IX).

Las palabras de Inchaustegui Cabral cobran fuerza y validez a la luz de numerosos ejemplos extraídos de nuestra historia literaria. El más vivo de ellos lo constituye el anonimato en que yace sepultado el nombre de eximio poeta y escritor tamborileño Tomás Hernández Franco (1904 - 1952), quien no obstante ser uno de los máximos exponentes de la poesía dominicana y una de las figuras representativas de la literatura hispanoamericana, su obra, por no haber “logrado la circulación que haría hincharse de orgullo nuestros pechos”, resulta desconocida en el ambiente cultural dominicano, y por esa razón hoy su nombre es ignorado casi de manera total hasta en el mismo pueblo que lo vio nacer. En sintonía con esta idea debemos decir, sin temor a errar, que de la producción literaria de Tomás Hernández Franco apenas si se conoce su obra maestra: el poema Yelidá (1942). De las demás composiciones, por no decir nada, es muy poco lo que se sabe.

Tomás Rafael Hernández Franco. Poeta, cuentista, ensayista, orador, periodista y diplomático. De temperamento bohemio y espíritu aventurero, nació en el municipio de Tamboril, provincia Santiago, el 29 de abril de 1904 y murió en la ciudad de Santo Domingo el día 1 de septiembre de 1952. Fueron sus padres el comerciante don Rafael Hernández Almánzar y doña Dolores Franco Bidó. Cursó los estudios básicos en su pueblo natal y en la ciudad de Santiago de los Caballeros y de aquí viajó a Europa a estudiar Derecho en la mundialmente famosa Universidad de la Sorbona de París, Francia, carrera que pronto hubo de abandonar para dedicarse por completo al estudio y cultivo de las letras.

En el viejo continente Hernández Franco logró forjarse una sólida formación cultural y literaria. Allí mantuvo estrecha ligazón con intelectuales latinoamericanos y europeos, conoció la poesía francesa, la poesía modernista, las corrientes de vanguardia vigentes en la época (cubismo, futurismo, dadaísmo, surrealismo, etc.) y publicó muchas de sus obras. Sobre su permanencia en el mundo parisiense, el crítico literario, Pedro René Contín Aybar, nos presenta un informe bastante resumido al sostener que: “Tuvo una vida accidentada, multiforme, aventurera y muy pocos instantes de reposo. Vivió en Europa, casi siempre en París, donde además de estudiante, poeta, bohemio, conferenciante, adinerado, en la pobreza, feliz, angustiado, batallador fue hasta... ¡boxeador!” (In Memoriam)Cuadernos Dominicanos de Cultura No. 118, septiembre 1952).

Residió en Francia hasta 1929, año en que tuvo que regresar al país con motivo de la muerte de su señora madre.

Contrajo nupcias en dos oportunidades. La primera unión, de la cual no nacieron hijos, se llevó a cabo con la joven Thelma Hernández. Luego se casó nuevamente con la distinguida dama doña Amparo Tolentino, hija del escritor Vicente Tolentino Rojas, relación producto de la cual nacieron dos hijos: Tomás y Rafael Luciano, ambos herederos fieles de la vocación poética de su padre. El primero de ellos, Tomás Hernández Tolentino, publicó en 1960 un libro de versos intitulado Poemas de mi otro Yo, y por la gran calidad que se advierte en muchas de sus composiciones estamos seguros de que su autor, de no haber sido por su muerte a destiempo, hubiera brillado con luz propia en el exigente horizonte poético dominicano. Fuera del matrimonio, Hernández Franco procreó dos hijos: Norma Guareño y Salvador.

La vida de este “genial inspirado”, como lo llamó Máximo Lovatón Pittaluga, giró alrededor de tres actividades fundamentales: el periodismo, la política y la literatura. Su labor periodística se inicia antes de los quince años en el diario La Información, órgano en el que aparte de redactor, tanto en Santiago como en París, llegó a compartir su dirección con los entonces jóvenes escritores Rafael César Tolentino y Joaquín Balaguer. Colaboró igualmente en el desaparecido diario La Nación y formó parte del consejo de dirección de los Cuadernos Dominicanos de Cultura, revistas literarias publicadas a partir de 1943 y en las cuales colaboraban los más connotados intelectuales de la época.

Hernández Franco tuvo una destacada participación en la vida política de la nación. Tan pronto regresó de Europa desarrolló una intensa campaña de prensa desde la tribuna del periódico La Información contra el gobierno del presidente y general Horacio Vásquez, y aliado a Rafael Estrella Ureña se integró de manera militante al movimiento cívico del 23 de febrero de 1930 que puso fin al ejercicio presidencial del político mocano.

En la administración pública y en el servicio diplomático desempeñó con probidad y competencia numerosas funciones oficiales: fue subsecretario de Estado, diputado al Congreso Nacional por la provincia de Santiago, oficial mayor de la Secretaría de Agricultura, cónsul en Amberes, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Haití, encargado de negocios en Cuba, secretario de la Legación Dominicana en Puerto Príncipe, La Habana y San Salvador. También cumplió funciones consulares en Francia, Bélgica y otras naciones europeas. Además representó a la República Dominicana en varias conferencias internacionales. Mientras participaba en una de estas, en la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en Bogotá, Colombia, en 1943, le correspondió defender con las armas en las manos las más nobles causas enarboladas por el movimiento popular de carácter conspirativo que la historia americana registra con el nombre de El Bogotazo.

No obstante haber desempeñado todos estos cargos, Tomás Hernández Franco murió en medio de la más absoluta pobreza.

Labor literaria

En la vida y trayectoria de Tomás Hernández Franco resalta sobremanera no sólo su gran talento y fértil imaginación, sino también su impresionante precocidad intelectual. Bachiller a los dieciséis años, ya a los catorce lo encontramos escribiendo sobre literatura y arte vanguardista en las páginas del periódico La Información. En 1921 publica sus dos primeros libros: Rezos bohemios y Capitulario, después de haber leído, al decir de Pierre Loiselet, a Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Herrera Reissig y José Santos Chocano, de quienes probablemente recibió la influencia modernista que se percibe en todos sus libros de iniciación.

Aunque escribió cuentos y ensayos, Hernández Franco fue antes que todo poeta. Entre sus mejores cuentos se destacan El asalto de los generales y Anselma y Malena. El primero de estos, vale aclarar, fue seleccionado por la Yale University, en los Estados Unidos, para ser incluido en una antología de cuentos españoles e hispanoamericanos destinada a los estudiantes norteamericanos que tomaban los cursos lingüísticos que se impartían en esa prestigiosa institución docente.

Dio a conocer dos libros de cuentos: El hombre que había perdido su eje (París, 1925) y Cibao Esta obra, de la cual forman parte los dos cuentos mencionados en el párrafo anterior, fue editada en nuestro país en noviembre de 1951. Se trata del último libro de Tomás Hernández Franco.

En París dictó una conferencia en Francés, cuando apenas tenía 19 años, con el título de La poesía en la República Dominicana Esta conferencia, leída en la Universidad de la Soborna, fue luego publicada en forma de libro en la misma capital francesa. Otros de sus ensayos fueron La más bella revolución de América (Amberes, 1930) y Apuntes sobre poesía negra y popular en las Antillas (El Salvador, 1942).

Como ya dijimos antes, Hernández Franco descolló en la poesía. Entre sus obras poéticas merecen citarse Rezos bohemios (Santiago, 1921); De amor, inquietud, cansancio (París, 1923); Canciones del litoral alegre (Ciudad Trujillo, 1936) y Yelidá, su obra cumbre, escrita y publicada en El Salvador en 1942, cuando su autor se desempeñaba como secretario de la Legación Dominicana en aquel país centroamericano. Junto a los destacados poetas Héctor Inchaustegui Cabral, Pedro Mir y Manuel del Cabral, Tomás Hernández Franco formó parte de los llamados Independientes del 40.

En junio de 1952 compuso en Tamboril En esta alta cuesta de la noche, su último poema, en el cual parece presentir y anunciar la muerte que tres meses después lo sorprendería en su lecho de enfermo del Hospital Salvador B. Gautier, triste hecho acaecido la noche del 1 de septiembre de 1952.


Además de artista literario, Hernández Franco sentía una extraordinaria afición por los deportes. Su pensamiento deportivo aparece magistralmente expresado en El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización, título de la conferencia leída por el propio autor en el teatro “Apolo” de Tamboril, la noche del 27 de octubre de 1931 en provecho del tem de beisbol “Senadores” de este municipio. En esa disertación, cuyo propósito central estuvo dirigido a poner de manifiesto los estrechos vínculos que unen al arte con el deporte, el bardo tamborileño supo plasmar al mismo tiempo todo el amor que siempre sintió por su “Pajiza Aldea”, afectiva y poética denominación que solía usar para referirse al pueblo que donde nació.

¡Pero no sólo eso!

Hernández Franco fue también promotor de boxeo en Santiago y cuando estudiaba en París se coronó campeón amateur de boxeo universitario al noquear o derrotar a un estudiante alemán que ostentaba tan importante galardón.

El mismo día, o en los días próximos a su muerte, fueron muchas las voces que se levantaron para lamentar el caso y exaltar sus glorias.

«La irreparable muerte del distinguido escritor dominicano - reseñó el periódico La Nación - quien fue uno de los más apreciados colaboradores de este diario, enluta las letras nacionales» (sept. 1952).

Por su parte el diario La Información emitió también sus consideraciones al respecto, al opinar que:

«La muerte arrastra con Tomás Hernández Franco, a uno de los más caracterizados talentos del país; su inteligencia y su cultura rielaron paralelamente con sus magníficas condiciones de hombre bueno. En el periodismo dominicano, principalmente como redactor de La Información, su pluma tuvo aureolas proceras, sobre todo en la prosa combativa y mordaz. Era capaz de enrolar una sentencia en una frase corta. “En la oratoria dominicana - continúa diciendo La Información - tuvo la virtud de arrebatar muchedumbre, tanto por los conceptos como por la elocuencia de su peroración. Fue poeta, gran poeta, trilló luminosamente las reformas de la métrica y de la consonancia haciendo obra verdaderamente artística» (sept. 1, 1852).

En un artículo titulado Tomás Hernández Franco: Positivo valor nacional, publicado en las mismas páginas del rotativo santiagués, el escrito Máximo Lovatón Pittaluga nos presenta lo que entendemos como el mejor retrato intelectual del autor de Yelidá:

«Era Tomás Hernández Franco, el dominicano que traspasó triunfal las fronteras literarias, la más genuina expresión del talento en los trópicos de Hispanoamérica. Es el cuentista que deleita, el orador tonante en la barricada política, festivo en la charla del culto salón, de austera expresión, de seriedad en el Ateneo, la más ática y fácil de las plumas que militaron en el periodismo dominicano por espacio de más de 25 años y el mismo que nos sorprende y provoca desconcertante admiración con YELIDA, su maravilloso poema en versos, gloria verdadera de las letras nacionales, escasamente conocido en este nuestro medio a donde impera el sórdido materialismo, injusto a veces con nuestros positivos valores. Yelidá sólo consagra el nombre de Hernández Franco entre los grandes poetas de América» (La Información, sept. 3, 1952).

En junio de 1952 compuso en Tamboril En esta alta cuesta de la noche, su último poema, en el cual parece presentir y anunciar la muerte que tres meses después lo sorprendería en su lecho de enfermo del Hospital Salvador B. Gaut
ier, la noche del 1 de septiembre de 1952.

 (Publicado originalmente en el suplemento cultural Isla Abierta, del periódico Hoy, el 20 de abril de 1991)