viernes, 11 de julio de 2014

EL COMPLEJO DE INFERIORIDAD LINGUISTICA DE LOS DOMINICANOS.

 Por: Domingo Caba Ramos.

 “… no hay un español mejor, sino un español de cada sitio para las exigencias de cada sitio. Al margen queda lo que la comunidad considera correcto y eso lo es en cada sitio de manera diferente. El español mejor es el que hablan las gentes instruidas de cada país: espontáneo sin afectación, correcto sin pedantería, asequible por todos los oyentes"

 (Manuel Alvar)

El tema que hoy ocupa nuestra atención atañe a uno de los conceptos con que opera la sociolingüística: al de actitudes lingüísticas, que no son más que todas aquellas reacciones subjetivas a partir de las cuales el sujeto hablante rechaza o asume determinadas estructuras de su lengua materna.

 Si toda actitud emana de una creencia, valdría entonces preguntarse:

 ¿Qué piensan los dominicanos acerca de su lengua?

 Tan pronto como intentamos dar respuesta a esa interrogante, otro cuestionamiento aflora necesariamente a nuestra mente:

¿Qué piensan los dominicanos acerca de su país?

 Sencillamente que somos inferiores al resto de las demás naciones. Y conforme a esta concepción, el dominicano no cree ni confía en lo dominicano. Sufrimos, pues, de "dominicanofobia".

Para el dominicano promedio nada de lo nuestro sirve. El plátano embrutece. El merengue despierta las bajas pasiones. Bailar o escuchar ritmos extraños prestigia. El paisaje nativo nos produce náusea. El cielo extranjero nos deslumbra. La inscripción “Made In” nos embriaga y pletóricos de satisfacción compramos en Estados Unidos el pantalón que se fabrica en una de nuestras zonas francas.

 Para florecer y crecer necesitamos de otros aires y de otros soles. “La atmósfera de este país, sentenció uno de nuestros escritores, no es propicia al desarrollo superior de los espíritus”.

 Acostumbramos a autodescribirnos con los más despectivos e hirientes calificativos. Somos holgazanes, viciosos, lambones, turbulentos, ladrones, jugadores, primitivos y borrachones.

Imbuidos por ese “dominicanofóbico” sentimiento, el célebre Tomás Babadillas jamás confió en que los dominicanos por sí solos lograrían la Independencia Nacional. Por eso llamó locos e ilusos a Duarte y demás trinitarios.

Pedro Santana, por la misma razón, anexó la República a España. De igual manera, procedió Buenaventura Báez. Y hasta un patriota del calibre de Félix María del Monte prefirió, en su famoso “Himno a la Independencia”, para invocar o referirse a los dominicanos, prefirió emplear el gentilicio “españoles”:

“Al arma españoles,
 volad a la lid, 
tomad por divisa, 
vencer o morir”. 

El 14 de julio del 2002 falleció un veterano escritor y político dominicano, Joaquín Balaguer, quien en uno de sus primeros libros, Tebaida Lírica, dice aborrecer el suelo patrio que lo vio nacer:

 “Yo - confiesa Balaguer con rabioso y molesto acento - aborrezco el ambiente en que me ha tocado nacer, pero aborrezco más a los intelectuales (con muy pocas excepciones) con quienes he tenido la mala suerte de codearme...” 

Esa es la creencia que muchos  dominicanos tienen acerca de la patria en que nacieron. Y ese es el mismo criterio que poseen en torno a su lengua.

Perciben el español que hablan y escriben como el más inferior de los dialectos que forman parte del mundo hispánico. De ahí que suelan afirmar con inusitada insistencia que los colombianos, argentinos, chilenos, mexicanos, etc., hablan mejor que nosotros; juicio que por partir de una visión preceptista o normativista de la lengua carece por completo de soporte lingüístico o fundamentación teórica. Y es que desde el punto de vista científico no existen lenguas superiores a otras, ni sociedades cuyos hablantes hablen mejor que otros.

La lengua cumple una función fundamental : establecer la comunicación entre las personas. Lo de bien o mal son simples valores, conceptos axiológicos cuyo tratamiento escapa al interés de la ciencia. Son apreciaciones que se estructuran en función de una norma gramatical impuesta por una comunidad lingüística determinada.

“Desde una perspectiva teórica, científica y lingüística - apunta Orlando Alba al respecto - de ninguna manera se justifica afirmar que una variedad geográfica de la lengua es mejor que otra" (La identidad lingüística de los dominicanos, 2009: 14)

Tal razonamiento conduce al afamado investigador y lingüista nativo de Santiago, a afirmar con indiscutible acierto:

 “Cuando un hablante asume una actitud negativa con respecto a su lengua, pensando que es inferior a otra, simplemente revela una opinión subjetiva que no se fundamenta necesariamente en razones lingüísticas, sino en hechos de carácter extralingüístico" (ob. cit., págs. 18-19)

 Para los nacidos en esta tierra de Quisqueya, la norma lingüística parece imponerla siempre el extranjero. Hablar a lo dominicano desprestigia o resta distinción. De ahí nuestra tendencia a imitar el habla de otras naciones o a identificar con nombres en inglés a establecimientos comerciales.

Y a saludar, cuando nos llaman por teléfono, no con nuestro criollo “buenos días” o “buenas tardes”, sino con un afamado y cantarín: ¡“Jelou”!

domingo, 6 de julio de 2014

LENGUA Y RELACIONES HUMANAS



Por : Domingo Caba Ramos.

 El humano es un ser social por naturaleza, esto es, nace, crece, se desarrolla y actúa en un mundo de personas que viven en sociedad. Y en tanto ser social, es a su vez un ser comunicativo.

 Al formar parte de una realidad social, los seres humanos establecen múltiples relaciones con los miembros del grupo a que pertenece. Y para hacer más efectiva estas relaciones, tienen que intercambiar información con los demás y exteriorizar lo que piensa, siente y desea. Para tal fin, precisa, pues, de ese instrumento de comunicación que todos conocemos con el nombre de lengua.

 Ya conocemos que la lengua se actualiza o concretiza a través del habla, y que hablar, no es más que traducir en palabras los deseos, sentimientos y pensamientos.

Pero los hablantes no siempre manejamos la lengua de la forma más adecuada en el instante de transmitir nuestras ideas. Frecuentemente adoptamos comportamientos lingüísticos que lejos de fortalecer las relaciones humanas, lo que hacen es producir en ellas profundas grietas . De ahí que surjan los conflictos que suelen destruir los vínculos armónicos que deben primar en el seno de todo conglomerado social.

 Tales conflictos se originan generalmente movidos más por palabras que por hechos. Incontables son los casos que nos permitirían validar este planteamiento : las demandas por difamación e injuria; la queja del empleado porque el jefe le habla “mal”; los chismes del vecindario que tantos roces o enfrentamientos generan ; el estudiante que se queja por la forma en que le habló su profesor; el empelado que dimite porque ya no soporta las groserías verbales de su jefe inmediato, etc, .

Desavenencias como estas ocurren porque a veces no hacemos uso de la lengua con la eficacia que una buena relación social requiere. A tono con este planteamiento conviene señalar que en el momento de intercambiar ideas debemos seleccionar las palabras que en términos comunicativos generen apreciables resultados. Como bien lo dice Gastón Fernández de la Torriente: “El poder de la palabra eficaz es ilimitado no sólo en la esfera política, sino en lo personal o en las relaciones laborales” ( La comunicación oral Pág. 7).

Son muchas las personas que no se conducen con la prudencia requerida cuando tienen que hablar con los demás. Nos referimos, obviamente, a aquellos individuos que en lugar de usar la lengua para persuadir y orientar, la emplean para ofender, humillar e imponer criterios. Ya lo explicó claramente el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez en su discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua:

 “La lengua tiene la posibilidad de ocultar en vez de manifestar; de engañar en vez de transmitir la verdad; de dividir en vez de unir; de enfrentar en vez de pacificar; de exacerbar en vez de suavizar; de debilitar en vez de robustecer y de trastocar en vez de ordenar”.

 En relación con las consideraciones precedentemente externadas, creo pertinentes las siguientes recomendaciones :

 1.- Al hablar, mire a los ojos de su interlocutor, escúchelo con interés y permítale que se exprese libremente.

2.- Llame siempre a las personas por su nombre de pila. No le diga “caballero”, “jefe”, “viejo”, "don" “amigo”, “varón”, “comandante”, “caballo”, “ilustre”, “señor”, “querido”, etc. Sencillamente llámele Luis, Abelaida, María, Efigenia, Ramón, Andrómeda o Doroteo . Recuerde en todo momento el consejo de Dale Carnegie: “El nombre de una persona es para ella el sonido más dulce y más importante que puede escuchar”.

3.- Al dirigirse a sus superiores o subalternos, hágalo con cortesía y respeto.

 4.- La autoridad y el respeto se logran con palabras firmes, pero respetuosas ; nunca con el insulto grosero y bochornoso.

 5.- Evite ofrecer declaraciones o emitir opiniones en torno a cualquier asunto que tenga que ver con la vida íntima o privada de sus semejantes.

 6.- Procure evitar la murmuraciones, el comportamiento altanero y los autoelogios. Una y otras prácticas constituyen el sello distintivo de los seres mediocres y acomplejados. Lo que usted es o sabe debe demostrarlo con hechos, nunca con palabras. La pedantería y/o altanería es una de las conductas mas despreciadas por los seres humanos.

7.-  . Procure no utilizar   palabras con "sombras",   las que  hieren y bajan, en vez de elevar la autoestima de los demás.

8. - Existen hablantes de cuyas bocas en lugar de ideas lo que salen son proyectiles convertidos en palabras. Evite, pues, formar parte de su fila.

9.- Chismoso no solo es quien cuenta chismes , sino quien disfruta escuchándolos.

10.- La lengua jamás debe usarse para ofender, humilllar, denigrar o destruir. LA LENGUA DEBE EMPLEARSE PARA ESTRECHAR LAS RELACIONES HUMANAS Y CONSTRUIR UNA SOCIEDAD CADA DIA MEJOR.