En la madrugada de aquel infausto 16 de febrero que no quiero
recordar, se nos fue para no volver, víctima de un fulminante paro cardíaco, hace ya veintitrés años. A veces mi mente
admite que ya falleció, y su tierna imagen
maternal, aparentemente se me aleja o la olvido; mas de repente, como un torbellino,
y en el momento menos esperado, la tengo
más cerca que nunca, más viva que nunca, tan cerca y tan viva que parece que la veo, que me habla, que me ríe, besa y me abraza dulcemente. Es entonces cuando mi subconsciente
trata de convencerme de que ella, doña Librada, aún vive. Y es entonces cuando comprendo
la grandeza o inmenso sentido que entraña las sabias palabras del poeta cuando dijo: “Hay muertos que van subiendo cuánto más su ataúd baja”
sábado, 15 de febrero de 2020
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