sábado, 14 de mayo de 2016

"VETE A SEMBRÁ HIELO PA' BANÍ

 Por: Domingo Caba Ramos.

“Resulta muy comprensible que una lengua como el español presente diversidad de formas en su pronunciación, en su sintaxis y en su vocabulario. Es normal que las distancias geográficas hagan difícil la comunicación entre personas que viven alejadas unas de otras. Esa falta de contacto conduce a la diferenciación lingüística…” 

 (Orlando Alba)

Imagen del pueblo de Baní


El hecho ocurrió en la tarde de un domingo cualquiera del año 1991, en la playa”Quemaíto”, allá, en la lejana ciudad de Barahona.

 Las olas rugían cual león embravecido, y como víbora endiablada se desplazaban raudamente por la pista sin límites de la marítima ruta, expulsando hacia las arenas encendidas todo aquello que encontraba a su paso.

 Los rayos del sol parecían descender más verticales o candentes que de costumbre, y asociados a una seca brisa que en el ambiente azotaba, quemaban y ennegrecían el rostro de los alegres bañistas. Y en medio del agua refrescante, una pareja de jóvenes de ambos sexos, banilejo él y barahonera ella, escenificaban el más ardiente y cloacal de los enfrentamientos verbales; pero a pesar de la verbal contienda , el mundo, a su alrededor, se comportaba con la más fría indiferencia, vale decir, cada quien parecía estar concentrado en sus privativas acciones y particulares intereses : unos nadaban sin parar, otros jugaban con la arena, un borracho ordeñaba la última botella, dos pescadores adolescentes se zambullían hasta lo más profundo del mar detrás de la presa deseada, mientras que un tanto apartado de los demás, una pareja intercambiaba besos de amor, los cuales, generaban un tenue sonido que en ocasiones se confundía con el eco rumoroso de las olas.

 Yo, en cambio, le di seguimiento al otro intercambio (de insultos e improperios), que nada tenía de amoroso y tierno. El llevado a cabo por el banilejo y la barahonera.

 Ella, la barahonera, una rubia gordiflona de inconfundible perfil prostibulario, exhibía en la parte delantera e interior de su diminuto traje de baño un “pote” de ron Brugal recién encetado, del cual tomaba al mismo ritmo en que se desarrollaba la encendida discusión .El, de mundano y “tigueril” aspecto, apenas podía hablar. Los signos de la embriaguez yacían plasmados en su rostro de libador sin tregua.

 La batalla verbal comenzó, como reza la frase popular, “tú me dices y yo te digo”

 La rubia parecía una metralleta. De su boca, más que sonidos articulados, lo que verdaderamente salían eran proyectiles convertidos en palabras. Y entre disparo y disparo, levantaba su codo para impulsar hacia su estómago un sorbo del espirituoso líquido poéticamente calificado por el gran José Martí como la “dulce maldición de las Antillas”

Frente a cada andanada, el banilejo temblaba de rabia, muy especialmente cuando ella lo mandaba a “picá o sembrá hielo pa’ Baní.” :  

    -“Vete, vete, a sembrá hielo pa’Baní…” - repetía con inocultable sarcasmo, al mismo tiempo que en sus labios se dibujaba una irónica sonrisa.

 La furia del hombre era incontenible. El fondo semántico del denostador mandato atrapó mi atención y despertó la curiosidad propia de mi formación lingüística. De ahí que muy pronto entendí que no podía regresar al Cibao sin saber por qué el banilejo que nos ocupa se molestaba tanto cuando lo mandaban a “sembrá hielo pa’ Baní.”

 ¿Qué significado soporta semejante expresión en esa parte de nuestro país?- me pregunté y pregunté. Y la respuesta no se hizo esperar, ni pudo ser más folklórica:

 “Desde hace mucho tiempo - respondió un moreno y barrigón barahonero con aire de versado dialectólogo- ha circulado por estas zonas la versión de que los hombres banilejos son fríos en la cama, esto es, en las relaciones sexuales. Y por esa razón-continuó – la mejor manera de ofenderlos o molestarlos es mandándolos a sembrar hielo”

 La respuesta no logró convencerme por considerarla muy impresionista, subjetiva y carente de fundamentación empírica.

 Prefiero conferirle valor a la historia que da cuenta de que existía en Baní un señor acaudalado llamado Tomás Velásquez que solía comprar hielo en la Capital para ser utilizado en las fiestas que se celebraban en su residencia. Para conservar o evitar que el hielo se derritiera, don Tomás lo enterraba en el patio de su majestuosa casa. Merced a esta experiencia, los capitaleños que asistían a dichas fiestas, propalaron la noticia de que habían visto en Baní a alguien sembrando hielo.

 Sin embargo, oída la pintoresca explicación que me dio el barahonero antes citado, sólo me limité a comentar:

 “Cosas de nuestra lengua. Cosas de nuestras variantes regionales. Cosas de nuestras variaciones diatópicas. Cosas de una lengua, la española, la cual si bien posee rasgos comunes que permiten la intercomunicación entre usuarios residentes en regiones y comunidades diferentes, también posee rasgos particulares que definen las variantes propias de una comunidad lingüística determinada”