sábado, 18 de septiembre de 2010


¡ADIOS DOCTOR MARTINEZ
!
Por : Domingo Caba Ramos

“Hay muertos que van subiendo
cuando más su ataúd baja…”

(Manuel del Cabral)


Se apagó la estrella que más iluminó los espacios insondables de las almas atribuladas del municipio de Tamboril: ¡murió el Dr. Jorge Armando Martínez (Ico)!, y con su muerte, ha dejado de latir un corazón noble, bueno y generoso. El mismo corazón que logró que otros tantos corazones se mantuvieran palpitando en el corazón de su siempre adorada Pajiza Aldea.

¡Murió el doctor Martínez!, posiblemente el más consagrado y auténtico filántropo dominicano del siglo XX.

¡Murió el doctor Martínez! Tamboril está de luto. Ha muerto su médico. Ha muerto el protector de los pobres y el médico de los necesitados. Ha muerto su ícono. ¡Ha muerto un grande! Ha muerto, en fin, un hombre noble.

El dolor y la tristeza yacen plasmados en cada morador de su aldea gentilicia: en cada madre que ayudó a parir en forma gratuita; en cada pobre enfermo a quien curó y donó medicinas; en cada trabajador del Seguro Social, institución en la que ejerció durante treinta y cinco años; en cada habitante del sector (Barrio de Ico) cuyo terreno donó. Un dramático silencio cunde en la aldea y hasta el inmenso samán (Samán de Ico) plantado en la explanada frontal de su casa, parece llorar la partida de su amo.

¿Qué tamborileño no sintió alguna vez aliviado su dolor al sentir en la zona sensible el calor de las tiernas y amorosas manos de este APOSTOL DE LA MEDICINA? Los pacientes sin recursos se presentaban a su consultorio privado acompañado sólo del dolor y sin un centavo en los bolsillos. Ico, aparte de examinarlos sin cobrarles, les regalaba los medicamentos. Y no conforme con el altruismo mostrado en el ejercicio de su profesión, destinó una buena parte de la herencia de sus padres a la compra de solares que regaló a los pobres, conformando así lo que hoy se conoce como Barrio de Ico.

¡Murió don Ico Martínez! Y con su muerte, Tamboril pierde a uno de sus más prestantes hijos, y los pobres, a su verdadero e inolvidable ángel protector.

Caballeroso, sencillo, decente, cortés, jocoso y juguetón, nació este digno ciudadano el 23 de abril de 1923. Cursó los estudios primarios en su pueblo natal y los secundarios en el Liceo Secundario Ulises Francisco Espaillat (UFE), Santiago. En 1949 se graduó de doctor en medicina en la Universidad de Santo Domingo, realizando luego una especialidad en pediatría, en Canadá.

Al terminar el bachillerato, la incertidumbre invadió su mente juvenil: quería estudiar tanto medicina como ingeniería, pero el amor por la primera de estas carreras se impuso. Doña Elsa Brito, su comadre y amiga, entiende, sin embargo, que en la práctica Ico supo integrar una y otra profesión, por cuanto al mismo tiempo que curaba a los enfermos ayudaba a construir casas para los pobres. Al respecto apunta la destacada maestra y poetisa tamborileña, en carta que enviara a su amigo entrañable en 1963 al enterarse de que este había decidido inscribirse en los cursillos de cristiandad, lo siguiente :

“Hay ideales en pugna y profesiones en conflicto: el médico y el ingeniero se abrazarán un día. La ciencia de Hipócrates brotará como rama de olivo verde, adornando la viña del Señor. La otra profesión, con raíces numéricas, se desprenderá como un sueño aparentemente no real, pero sí realizado en una dimensión más serena. Viviendas diseñadas con el talento de la ingeniería cristiana, donde también estarán los enfermos aliviados y sanados…”


Sus hechos convirtieron a don Ico en un ser inmenso y gigante, como gigante e inmenso es el samán que de manera señorial yace plantado en la explanada frontal de su residencia. Merced a todos esos méritos acumulados, y con las palabras utilizadas por Salomé Ureña para honrar la memoria del eximio pensador antillano Eugenio María de Hostos, le decimos al médico amigo que acaba de partir:

¡Adiós!, doctor Martínez, cuando en las horas tranquilas que te esperan bajo otro cielo, acuda a tu memoria un pensamiento de amargura en el cual palpite el nombre de tu pueblo, piensa también que hay en él corazones amigos que te recuerdan y almas agradecidas que te bendicen.