jueves, 30 de octubre de 2014

EL VIAJE DE LA LENGUA ( 3 )

 Por: Domingo Caba Ramos
  (Consideraciones sobre el español de América)

 Tercera parte

Desde los primeros informes remitidos a los Reyes Católicos, Colón insertó en su Diario de navegación la afirmación de que la raza aborigen “mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con amor y no por fuerza” Y al referirse a los indios de la Española, los describe y presenta a los Reyes afirmando que son «la mejor gente del mundo y más mansas; y sobre todo que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor de que Vuestras Altezas los harán todos cristianos…» Con estas palabras, fácil resulta apreciarlo, el Almirante comenzaba a sentar las bases de la empresa que más tarde las páginas de la historia registrarían con el nombre de Evangelización de América.


«Al exponer tales conceptos – aclara al respecto Max Henríquez Ureña –Colón era el intérprete de un propósito que sabía grato a los Reyes Católicos: la conquista espiritual del Nuevo Mundo» (“Panorama histórico de la literatura dominicana” (1965, tomo 1, Pág. 14)

 Para hacer posible ese ideal, la lengua jugaría un importante papel por cuanto la cristianización implicaba necesariamente un proceso previo de hispanización o castellanización. Como bien lo concibe Ángel Rosenblat cuando sostiene que « Las instrucciones Reales de toda la primera época involucraban la enseñanza del español» (La hispanización de América, Pág. 193) Y más adelante (Pág. 194) enfatiza la idea al considerar que « El castellano era el instrumento de la catequización…»

 La enseñanza de la doctrina cristiana, y con ella la del español, estuvo a cargo de los frailes (fundamentalmente franciscanos y dominicos) que viajaban en las expediciones a cumplir dicha misión en cada uno de los territorios conquistados. Acudían, al decir de Rosenblat, a “hispanizar” o a “castellanizar” al Nuevo Mundo.

Pero la labor evangelizadora de los misioneros no resultó tan sencilla como pudo haberlo concebido Colón y sus gentes. Es cierto que la convivencia entre indios y españoles favoreció el intercambio de lenguas en uno y otro sentido. Es cierto que un grupo considerable de nativos aprendió la lengua de los conquistadores; pero también es cierto que la gran mayoría de la población indígena se resistió a abandonar sus hábitos lingüísticos, mostrando, en consecuencia, un abierto rechazo por la lengua española.

Ante este hecho, los predicadores muy pronto comprendieron que los objetivos hispanizadores trazados por la corona no se alcanzarían a través de la enseñanza del español a los aborígenes. Que era necesario invertir el método de acción seguido hasta ese momento, vale decir, en lugar de los indios dedicarse al aprendizaje de la lengua de los conquistadores, eran estos quienes debían aprender las lenguas de aquellos para filtrar por medio de ellas los patrones culturales del imperio español y destruir por efecto de esta filtración los modelos culturales nativos, o, como apunta Rosenblat, para « penetrar en ese mundo misterioso y temible de los indios, conocer sus costumbres, comprender su mentalidad, descifrar sus sentimientos y pensamientos, describir su historia, su vida» ( Ob. Cit.,Pág. 198 )

Podría pensarse que en virtud de este cambio de actitud, las lenguas aborígenes terminaron imponiéndose sobre el español, pero realmente no sucedió así. Los españoles, lo mismo que su religión y sus costumbres, lograron implantar su lengua en las nuevas tierras descubiertas. Y no podía ocurrir de otra forma, toda vez que el poder imperial que ellos representaban necesariamente tenía que ponerse de manifiesto en el plano de la lengua, y esta realidad, unida al maltrato que de ellos recibían los indios, dio origen a que muy pronto desaparecieran no sólo las lenguas de estos, sino también ellos mismos como raza. En este orden, y refiriéndose a los indios de las Antillas mayores, don Jacobo de Lara afirma que poco después del descubrimiento “Se había extinguido la lengua taína en dichas islas, sobre todo en La Española donde el puñado de indios que aún quedaba, hablaba el idioma de sus conquistadores, un castellano salpicado de taíno…” (“Sobre Pedro Henríquez Ureña y otros ensayos”, 1982, Pág. 275)

En términos parecidos se expresa Maximiliano Jiménez Sabater, al sostener que "por desigual, el enfrentamiento lingüístico entre taínos y españoles, estos no solamente lograron ir imponiendo su idioma al nuevo pueblo sojuzgado, sino que por espacio de sesenta años provocaron el exterminio de una población calculada entre 300,000 a más de un millón de habitantes” (“El español en República Dominicana” Suplemento Isla Abierta, No. 292, marzo, 1987)

 De todos modos, lo que nadie osa negar es que como producto de ese enfrentamiento se operó un proceso de adopción recíproca en el que por un lado voces del español pasaron a las lenguas nativas de América y, por otro, palabras y conceptos aprendidos en los nuevos territorios fueron incorporados por los conquistadores en la lengua peninsular.

 Desaparecidos los indios, la Corona apeló al recurso de introducir negros africanos al Nuevo Mundo en condición de esclavos para reemplazar la ya extinguida fuerza de trabajo indígena, generándose así, un nuevo conflicto idiomático que habría de incidir de manera significativa en la conformación del español de América, puesto que como resultado del mismo, el grupo étnico emergente logró asimilar en forma casi absoluta la lengua de sus amos, la cual, a su vez, se enriqueció bastante con el aporte lingüístico africano. Merced a esta realidad, el español de América se constituye en la expresión última, vale decir, la expresión lingüística resultante de la mezcla del español peninsular con las lenguas aborígenes americanas y algunas lenguas africanas.

Algunos estudiosos de la lengua han sido lo suficientemente específicos al proponer los períodos de conformación del español americano. Guillermo Guitarte, por ejemplo, propone tres etapas:

1) Período de origen. 
2) Período de institucionalización. 
3) Período de independencia. 

El primero de esos períodos abarca la época más temprana de la colonización. El segundo comprende la segunda época, y el tercero cubre la época posterior a la independencia de los pueblos hispanoamericanos.