Por : Domingo Caba Ramos
Una semana después que le otorgaron su VISA de residencia, Domitila arregló su maleta, compró un vuelo y se fue para New York. Con esta urbe se encariño tanto Domitila que muy pronto fue olvidando todo lo que tenía que ver con su lar nativo. Se olvidó incluso de su madre a la cual había dejado en delicado estado de salud. Con esta, su hija escasamente se comunicaba para enterarse de su estado, y ni un solo centavo le enviaba para la compra de sus medicinas.
A su país no hubiera regresado, luego de nueve años de ausencia, de no ser porque le informaron que doña Regina, su madre había fallecido. Domitila tuvo que comprar un vuelo y partir rápidamente para la República Dominicana. Cuando llegó a destino familiar, encontró a su viejita inerte, tendida en un humilde ataúd.
El llanto de Domitila retumbó en toda la comarca y hasta las estrellas del cielo parecían escucharlo. La mujer lloraba sin parar.
«- No sé por qué llora Domitila»- afirmó alguien con justificada molestia.
« - Yo tampoco» - replicaron otros.
Parado en una esquina del fúnebre salón, hasta mi oído llegaban los acentos del eco casi coral de este encono colectivo. Nadie parecía comprender las razones que provocaban el inexplicable y extraño llanto de esta hija desalmada. Por eso al salir de aquí, y contagiado por la crítica punzante que esas negaciones entrañaban, sin pensarlo dos veces no tuve más que afirmar:
«-YO TAMPOCO ENTIENDO POR QUÉ LLORA DOMITILA… »
domingo, 29 de mayo de 2016
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