Por: Domingo Caba Ramos.
El autor cuando recibió su título de Maestría de la Universidad Autónoma de Santo Domingo ( UASD )
Acerca de las voces “Ocupación” y “Título”, apunta el diccionario académico lo siguiente:
OCUPACIÓN:
1. Trabajo o cuidado que impide emplear el tiempo en otra cosa. 2. Trabajo, empleo, oficio. 3. Actividad, entretenimiento.
TÍTULO:
“Testimonio o instrumento dado para ejercer un empleo, dignidad o profesión”
De los conceptos precedentes, claramente se infiere que un título es una especie de facultad o poder que se le otorga a alguien para ejercer un trabajo, oficio u ocupación. Esto parece no entenderlo la Junta Central Electoral cuando en el proceso de expedición de la nueva cédula de identidad y electoral acepta que en el reglón OCUPACIÓN, se coloque el título que obtuvo la persona (Lic., Dr., Ing.) en vez del oficio que esta realiza para captar los ingresos que le permitan resolver los múltiples problemas que la vida le plantea.
Una ocupación es una actividad, un oficio, una profesión, un quehacer. Un título generalmente es un documento que faculta para ejercer esa ocupación, oficio o profesión. Por ejemplo, si usted es licenciado o doctor en Derecho y “ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las partes en toda clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico” (DRAE), lo lógico es que consigne ABOGADO en la ocupación y no Lic. o Dr., títulos que también se otorgan a quienes han cursado otras carreras, tales como Educación, Sicología, Administración, Comunicación Social, Medicina etc.
Igualmente quien se haya graduado de doctor en Medicina, en lugar de DOCTOR, lo que debería consignarse como verdadera ocupación es MÉDICO por aquello de que es la persona que habitualmente profesa o ejerce la medicina.
Por esa razón, cuando en mi nueva cédula el empleado que me asistió (uno de mis exalumnos universitarios) se adelantó y escribió que mi ocupación era LICENCIADO, le dije con el más cortés pero imperativo y firme acento: « Favor corregir eso y donde dice LICENCIADO escriba MAESTRO, por la sencilla razón de que en mi trabajo universitario yo desempeño el puesto de MAESTRO, no de LICENCIADO»
Más por respeto que por convencimiento, el susodicho empleado procedió a realizar la corrección.
Ahora bien, si por vanidad, arrogancia o presunción el ciudadano insiste en que se le coloque el título y no la profesión u oficio específico, es papel de la Junta Central Electoral no aceptar ese caprichoso, ilógico y artificioso juego. Desafortunadamente, en nuestro país no existe tradición de solicitar asesoría lingüística antes de ejecutar medidas que impliquen el uso de términos que puedan generar dudas, contradicción o confusión. Por esa razón, en la nueva cédula de identidad y electoral para indicar la ocupación se está colocando el título recibido en lugar del oficio que ejerce la persona.
sábado, 18 de octubre de 2014
viernes, 17 de octubre de 2014
EL VIAJE DE LA LENGUA
(Consideraciones sobre el español de América)
Por: Domingo Caba Ramos.
Don Miguel Cervantes Saavedra
“Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”
(PABLO NERUDA)
El 3 de agosto de 1492, un grupo de expedicionarios españoles, representando a los Reyes Católicos y comandados por Cristóbal Colón ( 1451 – 1506 ) partieron del puerto Palos de Moguer, iniciando así un largo viaje cuyos propósitos originales nada tenían que ver con el descubrimiento, conquista y colonización de un nuevo mundo. La expedición, llevada a cabo en tres naves, llegó a una isla del Mar Caribe llamada Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, materializándose de esa manera uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia de la humanidad: el descubrimiento de América, considerado por Francisco López de Gómera, como “La mayor cosa después de la criación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio…”
Pero aparte de ese extraordinario acontecimiento histórico, Colón, sin proponérselo, paralelamente llevó a cabo otra empresa de no menos importancia, considerada por José Juan Arom (Cuba, 1910 – 2007), como “La otra hazaña de Colón” .
Esa “otra hazaña …”, al decir del ya citado investigador, profesor, ensayista y laureado escritor cubano, consistió en llevar la lengua española a las nuevas tierras descubiertas. De ahí que considere, con sobradas razones, que la travesía del veterano y aventurero marinero de origen italiano, más que el viaje del descubrimiento fue “el viaje de la lengua”. La famosa gesta colombina no sólo nos puso en contacto con un nuevo espacio geográfico, sino que dio lugar al nacimiento de una nueva lengua: el español de América.
Esta variante dialectal, según el respetado maestro y brillante lingüista dominicano, doctor Celso Benavides, «comenzó a formarse a partir de 1492 en que se produjo el descubrimiento. Es el resultado de la colonización; una mezcla del español con las lenguas aborígenes del continente y en algunos casos con algunas lenguas africanas. Coincide con aquel – aclara Benavides – en todos los rasgos centrales del castellano, pero se aparta de él, en cada pueblo, en los rasgos marginales y no pertinentes para la uniformidad…» (Fundamentos de historia de la lengua española, 1986, Pág.272).
Para un mejor estudio del desarrollo histórico del español de América conviene insertar esta modalidad dialectal en el contexto lingüístico general en la que se inscribe: el español peninsular. En virtud de este criterio, el español de América, más que una lengua general, se nos presenta como un dialecto; o, en términos más específicos, como la variante dialectal con que se intercomunican y comprenden los pueblos hispanoamericanos.
Su origen histórico, como ya hemos señalado, se remonta al mismo instante en que Colón descubre el continente americano, vale decir, se inicia con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. En sintonía con esta idea, el profesor Arrom, en su ensayo “La otra hazaña de Colón” (1979), apunta lo siguiente:
« Pero vista desde una perspectiva americana, la gesta de Colón cobra un sentido distinto e invita a otro género de esclarecimientos y revelaciones. Por de pronto, para quienes hemos nacido y crecido en estas tierras por él descubiertas, su viaje, es el viaje de la lengua…» (Pág. 7)
Y continúa señalando más adelante:
« Las impresiones que le causan el paisaje y los hombres que súbitamente aparecen ante sus sorprendidas pupilas las fue asentando en su Diario de a bordo, no en el dialecto el genovés que habló en su infancia, ni en el idioma portugués que aprendió en su juventud, sino en la lengua española que adquirió durante su larga espera en Castilla y Andalucía. En lengua española hablaban los tripulantes de las tres carabelas. Y es una palabra española la primera que hiende el aire dormido de la madrugada del 12 de octubre: ¡Tierra!» (Pág. 8)
Y en cuanto al código empleado por el autor del “Diario de navegación” para describir el paisaje americano, el lingüista y antropólogo antillano enfatiza que:
«De ese modo, entendiendo cada vez más el habla dulce ‘y mansa y siempre con risa’ de los taínos, Colón resuelve el problema de expresar en una lengua europea los rasgos de la realidad americana. Mediante esos procedimientos sienta las bases de un idioma más extenso y preciso con sonoridades autóctonas, con algo de perfume a flor, el sabor a fruta y el frescor de los árboles cuyos nombres tanto había deseado conocer. Y esa lengua – puntualiza Arrom – enriquecida y elaborada artísticamente a lo largo de casi cinco siglos, es a la que hoy llamamos el español de América…» (Págs. 24/26)
Por: Domingo Caba Ramos.
Don Miguel Cervantes Saavedra
“Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”
(PABLO NERUDA)
El 3 de agosto de 1492, un grupo de expedicionarios españoles, representando a los Reyes Católicos y comandados por Cristóbal Colón ( 1451 – 1506 ) partieron del puerto Palos de Moguer, iniciando así un largo viaje cuyos propósitos originales nada tenían que ver con el descubrimiento, conquista y colonización de un nuevo mundo. La expedición, llevada a cabo en tres naves, llegó a una isla del Mar Caribe llamada Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, materializándose de esa manera uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia de la humanidad: el descubrimiento de América, considerado por Francisco López de Gómera, como “La mayor cosa después de la criación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio…”
Pero aparte de ese extraordinario acontecimiento histórico, Colón, sin proponérselo, paralelamente llevó a cabo otra empresa de no menos importancia, considerada por José Juan Arom (Cuba, 1910 – 2007), como “La otra hazaña de Colón” .
Esa “otra hazaña …”, al decir del ya citado investigador, profesor, ensayista y laureado escritor cubano, consistió en llevar la lengua española a las nuevas tierras descubiertas. De ahí que considere, con sobradas razones, que la travesía del veterano y aventurero marinero de origen italiano, más que el viaje del descubrimiento fue “el viaje de la lengua”. La famosa gesta colombina no sólo nos puso en contacto con un nuevo espacio geográfico, sino que dio lugar al nacimiento de una nueva lengua: el español de América.
Esta variante dialectal, según el respetado maestro y brillante lingüista dominicano, doctor Celso Benavides, «comenzó a formarse a partir de 1492 en que se produjo el descubrimiento. Es el resultado de la colonización; una mezcla del español con las lenguas aborígenes del continente y en algunos casos con algunas lenguas africanas. Coincide con aquel – aclara Benavides – en todos los rasgos centrales del castellano, pero se aparta de él, en cada pueblo, en los rasgos marginales y no pertinentes para la uniformidad…» (Fundamentos de historia de la lengua española, 1986, Pág.272).
Para un mejor estudio del desarrollo histórico del español de América conviene insertar esta modalidad dialectal en el contexto lingüístico general en la que se inscribe: el español peninsular. En virtud de este criterio, el español de América, más que una lengua general, se nos presenta como un dialecto; o, en términos más específicos, como la variante dialectal con que se intercomunican y comprenden los pueblos hispanoamericanos.
Su origen histórico, como ya hemos señalado, se remonta al mismo instante en que Colón descubre el continente americano, vale decir, se inicia con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. En sintonía con esta idea, el profesor Arrom, en su ensayo “La otra hazaña de Colón” (1979), apunta lo siguiente:
« Pero vista desde una perspectiva americana, la gesta de Colón cobra un sentido distinto e invita a otro género de esclarecimientos y revelaciones. Por de pronto, para quienes hemos nacido y crecido en estas tierras por él descubiertas, su viaje, es el viaje de la lengua…» (Pág. 7)
Y continúa señalando más adelante:
« Las impresiones que le causan el paisaje y los hombres que súbitamente aparecen ante sus sorprendidas pupilas las fue asentando en su Diario de a bordo, no en el dialecto el genovés que habló en su infancia, ni en el idioma portugués que aprendió en su juventud, sino en la lengua española que adquirió durante su larga espera en Castilla y Andalucía. En lengua española hablaban los tripulantes de las tres carabelas. Y es una palabra española la primera que hiende el aire dormido de la madrugada del 12 de octubre: ¡Tierra!» (Pág. 8)
Y en cuanto al código empleado por el autor del “Diario de navegación” para describir el paisaje americano, el lingüista y antropólogo antillano enfatiza que:
«De ese modo, entendiendo cada vez más el habla dulce ‘y mansa y siempre con risa’ de los taínos, Colón resuelve el problema de expresar en una lengua europea los rasgos de la realidad americana. Mediante esos procedimientos sienta las bases de un idioma más extenso y preciso con sonoridades autóctonas, con algo de perfume a flor, el sabor a fruta y el frescor de los árboles cuyos nombres tanto había deseado conocer. Y esa lengua – puntualiza Arrom – enriquecida y elaborada artísticamente a lo largo de casi cinco siglos, es a la que hoy llamamos el español de América…» (Págs. 24/26)
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