jueves, 30 de noviembre de 2023

LOS DIEZ AÑOS DEL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL DOMINICANO


Por: DOMINGO CABA RAMOS

El jueves 21 de noviembre del 2013 fue puesto en circulación, y su publicación representó un verdadero acontecimiento en el ámbito lingüístico y cultural de la República Dominicana, por tratarse del primer diccionario académico dominicano escrito con rigor lexicográfico. Esto significa que el Diccionario del español dominicano es ya casi un “adolescente”. Hace apenas días se celebró el décimo aniversario de su nacimiento. En mi condición de Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, constituyó para mí un honor inmenso el haber sido parte del equipo lexicográfico que laboró en el proceso de materialización de tan patriótico proyecto, ideado y asesorado por el Dr. Bruno Rosario Candelier, presidente de la academia, y dirigido por la distinguida lexicógrafa de origen español, Dra. María José Rincón González.

Días después de su puesta en circulación, publiqué al respecto un artículo, cuyo contenido, por considerarlo de interés, me permito reproducir de nuevo:

El Diccionario del español dominicano.

«La Academia Dominicana de la Lengua y la Fundación Guzmán Ariza Pro - Academia de la Lengua pusieron en circulación, el jueves de la pasada semana, el Diccionario del español dominicano, considerado como “el primer diccionario académico de la República Dominicana” y la “obra más emblemática y relevante publicada por la Academia desde su fundación en 1927″.

 Con el rigor lingüístico, metodológico y lexicográfico con la cual fue elaborada, es la primera vez que se publica una obra de esta naturaleza en nuestro país. Debido a esa rigurosidad científica, el Diccionario del español dominicano habrá de convertirse en un referente obligado y necesario para la realización aquí de nuevas investigaciones y producción de nuevas obras de carácter lexicográfico.

Conformado por ochocientas páginas, el diccionario registra un número aproximado de 11.000 entradas, 22.000 acepciones y 8.000 ejemplos. Incluye el léxico del español dominicano de los siglos XX y XXI, vale decir, registra el léxico vigente y frecuente en la actualidad, así como el que está en desuso o en vías de desaparecer por razones generacionales, sociales y cambios en la realidad cultural de la sociedad dominicana.

 Al decir del director de la antes citada institución lingüística, doctor Bruno Rosario Candelier, el diccionario se diferencia de las demás publicaciones por ser el primer trabajo colegiado que aspira a recoger y definir, conforme a los más recientes avances de la lexicografía, todas las voces distintivas del español que han hablado y hablan los dominicanos. Aclara que se trata de “una obra descriptiva, no normativa; aparece un léxico usual de los hablantes dominicanos, independientemente de su apego a las normas lingüísticas y académicas”.

 Innegablemente que el diccionario constituye un aporte lingüístico bastante significativo, por cuanto se traduce en un instrumento idóneo para el estudio y conocimiento del habla dominicana. Posee esta obra una extraordinaria importancia lingüística y cultural, toda vez que su contenido, además de ponernos en contacto con la identidad cultural de los dominicanos, nos presenta un fiel retrato de la realidad léxica de nuestro país.

Un proyecto lingüístico cuya idea había sido gestada hace ya muchos años, logra finalmente materializarse gracias no solo al esfuerzo mancomunado de la Academia Dominicana de la Lengua y de la Fundación Guzmán Ariza pro- Academia Dominicana de la Lengua, sino también al trabajo del equipo de colaboradores que de manera tenaz laboró durante cuatro años y, fundamentalmente, gracias a la sabia, competente e incansable coordinación de la lexicógrafa y miembro correspondiente de dicha institución , María José Rincón.

 En mi condición de Miembro Correspondiente  de la Academia Dominicana de la Lengua, formé parte del equipo lexicográfico que trabajó para que hoy tan importante y trascendental obra sea una realidad. Y como sé de su calidad e importancia, entiendo que el Diccionario del español dominicano debe permanecer como material de lectura y consulta en el librero de todo dominicano que se interese por todo lo concerniente a nuestra realidad lingüística y cultural»

 28/11/2013

PASO HONDO Y EL ESPÍRITU DE DOÑA REMIGIA EN LAS CALLES DE SANTO DOMINGO


Por : Domingo Caba Ramos

 

 «En Paso Hondo, por los secos cauces de los arroyos y los ríos, empezaba a rodar agua sucia; todavía era escasa y se estancaba en las piedras. De las lomas bajaba roja, cargada de barro; de los cielos descendía pesada y rauda. El techo de yaguas se desmigajaba con los golpes múltiples del aguacero» 

 

(Del cuento “Dos pesos de agua”) El pasado fin de semana, debido a los fuertes y constantes aguaceros que un disturbio tropical provocó,  la tragedia se aposentó en distintos puntos del país; pero especialmente en las calles de Santo Domingo. Como reza la frase popular: ¡Llovió a cántaros! Y fue tal la cantidad de lluvia caída, que por momentos pensé que la vieja Remigia se había mudado a esta zona, y una vez aquí, como lo hizo y pensó en su natal Paso Hondo, de nuevo volvió a prenderles velas a las ánimas del purgatorio, esperanzada en que «… Algún día caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche rompería el canto del aguacero …» La historia de la vieja Remigia y Paso Hondo pareció repetirse en el ámbito capitalino y otros lugares del sur de la República Dominicana.

 

 Paso Hondo es el ambiente imaginario en donde se desarrolla el hecho (una sequía) que magistralmente narra Juan Bosch en uno de sus cuentos capitales: “Dos pesos de agua”, incluido en el volumen Cuentos escritos antes del exilio (1962).  En términos generales, el cuento  nos relata la historia de Remigia, la vieja campesina y el extremo optimismo o fe inquebrantable de esta ante los peores desastres que en la vida puedan presentársele. Y el argumento es bastante sencillo: (Edición 1982).  Paso Hondo, sector rural adonde reside la vieja Remigia, es afectado por una gran sequía que genera la desesperación y emigración en masa de los residentes de este lugar. La tragedia natural no solo afecta a Remigia, sino también a sus vecinos, quienes forzados por las circunstancias deciden abandonar sus tierras y salir en busca de mejores condiciones de vida. Al decir de los lugareños, la sequía, cual castigo divino, se presentó en el momento en que menos se esperaba: « Todo iba bien. Pero sin saberse cuándo ni cómo se presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pasaron dos, pasaron tres. Los hombres que cruzaban por delante de su bohío la saludaban diciendo:  - Tiempo bravo, Remigia.  Ella aprobaba en silencio. Acaso comentaba:  - Prendiendo velas a las ánimas pasa esto» (p. 19) Fue así como poco a poco, la angustia fue aposentándose en el cerebro de todos los residentes del lugar: « Comenzó la desesperación. La gente estaba ya transida y la propia tierra quemaba como si despidiera llamas. Todos los arroyos cercanos habían desaparecidos; toda la vegetación de la loma había sido quemada…» (p. 20)  Antes de abandonar el lugar, los vecinos de la vieja pasaban a despedirse de ella y a externar el último lamento: «-Yo no aguanto, Remigia; a este lugar le han echado mal de ojo...» (p.21) Todos se marchan, menos Remigia, la cual se queda, confiando en que las ánimas del purgatorio, a las cuales ella ha estado prendiendo velas, un día se compadecerán de Paso Hondo y mandarán la lluvia. Y a todos, la vieja les regalaba monedas para  que compraran velas y se las prendieran a las ánimas: «-Tenga; préndamele esto de velas a las ánimas en mi nombre... » (p.21) «La vieja Remigia se resistía a salir. Algún día caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche rompería el canto del aguacero sobre el ardido techo de yaguas…» (p.18) Después  que sus insistentes pedidos habían sido ignorados, las ánimas descubren que Remigia había gastado dos pesos en velas. Es entonces cuando  deciden  complacer las peticiones de la muy optimista anciana y acto seguido comienzan a enviar  la tan esperada lluvia, una noble acción que habría de provocar  una segunda y más dolorosa tragediala inundación que destruye a Paso Hondo y  se lleva consigo a doña Remigia. «Rauda, pesada, cantando broncas canciones, la lluvia llegó hasta el camino real, resonó en el techo de yaguas, saltó el bohío, empezó a caer en el conuco. Sintiéndose arder, Remigia corrió a la puerta del patio y vio descender, apretados, los hilos gruesos del agua; vio la tierra adormecerse y despedir un vaho espeso. Se tiró afuera, rabiosa» (p.26)  En paso Hondo, como presa desbordada, las nubes no cesaban de enviar agua a la tierra:  «Pasó una semana; pasaron diez días, quince... Zumbaba el aguacero sin una hora de tregua…. Los ríos, los caños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se metían lentamente entre los conucos» (p.27) Por esa razón, como sucedió el sábado en la capital  y otras zonas del país: 

 

«… El agua sucia entró por los quicios y empezó a esparcirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y a ratos parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta. Un relámpago lejano alumbró el sitio de Paso Hondo. ¡Agua y agua! Agua aquí, allá, más lejos, entre los troncos escasos, en los lugares pelados. Debía descender de las lomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.» (p.27)  Remigia, que fue capaz de soportar estoicamente los embates de la primera tragedia (sequía) sucumbió ante la furia de la segunda (inundación): «Cuando sintió el bohío torcerse por la tormenta, Remigia desistió de esperar y levantó al nieto. Se lo pegó al pecho; lo apretó, febril; luchó con el agua que le impedía caminar; empujó, como pudo, la puerta y se echó afuera. A la cintura llevaba el agua; y caminaba, caminaba. No sabía adónde iba. El terrible viento le destrenzaba el cabello, los relámpagos verdeaban en la distancia. El agua crecía, crecía. Levantó más al nieto. Después tropezó y tornó a pararse. Seguía sujetando al nieto y gritando: - ¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!» (p. 18) En tanto las ánimas, allá en el cielo, gritaban enloquecidas:  «- ¡Ya va medio peso de agua! ¡Ya va medio peso de agua!» (p. 29) «-¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos, dos pesos de agua! ¡Son dos pesos de agua!» (p. 30)

CARTA ABIERTA A UN AMIGO TELEFOMANÍACO


Por: DOMINGO CABA RAMOS

«Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta tanto el escuchar con discreción…»

(Azorín)

Mí apreciado amigo:

He notado con gran preocupación que cuando usted habla con los demás, no hay manera de que se desconecte de su aparato celular. A tal extremo ha llegado su manía, enfermedad telefónica o “telefomanía” que de usted se afirma, irónicamente, que anda con el celular grapado entre sus manos. En tal virtud, me permito recomendarle que cuando se encuentre compartiendo entre amigos, por favor, controle sus impulsos y guarde o apague su adoradísimo móvil telefónico.

No es posible que mientras los demás conversan animadamente, usted esté chateando, leyendo mensajes, observando fotos y riendo solo. Cuando así actúa, aunque sin articular palabras, usted les está diciendo a los otros: “No me importa ni me interesa lo que hablan”, y, peor aún, está dando muestras de que es usted una persona muy descortés, mala educada, imprudente, antisocial y con un fatal e inadecuado manejo de las relaciones humanas.

Debo recordarle, mi muy enfermo y “telefomaníaco” amigo, que nada satisface o agrada más al que habla que sentirse escuchado y atendido; pues de esa forma se siente también respetado y distinguido.  Por tal razón, si usted oye la alarma indicadora de que un nuevo mensaje ha llegado a su venerado y móvil aparato, por favor, no se ponga loco, controle sus nervios y, salvo que se trate de un asunto de emergencia acerca del cual espera informe, deje para el momento oportuno la lectura de dicho mensaje y continúe hablando de manera normal con el o los amigos que tiene a su frente.

Nunca olvide que, en el proceso de la comunicación oral, el interlocutor que más privilegios o importancia tiene es el que permanece presencialmente junto a usted, no el que de repente llama desde algún lugar remoto. Por tanto, si alguien debe esperar a que termine la conversación es este último, no el primero.

Piense que el mundo no se acabará si usted lee y responde más tarde la llamada recibida mientras habla con otro o el mensaje que de repente aparece en pantalla. Piense que, para el logro de una comunicación verdaderamente efectiva en el discurso cotidiano, usted, desde ahora, debe proponerse como meta superar esa adicción tecnológica que a tantos usuarios de la lengua afecta, consistente en atribuirle más importancia a la pantalla de un aparato telefónico que al ser humano que yace a nuestro lado.

En otras palabras, mi muy apreciado y “telefomaníaco” amigo, es sumamente desagradable, y no menos repugnante, conversar con alguien que cada minuto tiene que estar respondiendo una llamada y sobando o frotando sus dedos en la pantalla cuasi “sacrosanta” de un “bendito” celular.

UNA RESPUESTA LINGUÍSTICA Y TARDÍA A PEDRO DOMÍNGUEZ BRITO


 

Por: DOMINGO CABA RAMOS

 

Con el título de «¡Desgarrador y preocupante, pero cierto!», el 25 de agosto del 2020, en pleno desarrollo del coronavirus, yo publiqué, entre otras ideas, lo que sigue:

 

«Una profesora (petromacorisana) que actualmente realiza el curso “Formación en el uso de herramientas digitales para la docencia”, organizado y coordinado por el Ministerio de Educación, les envía a las integrantes de su grupo de trabajo la nota que fielmente se transcribe a continuación“Buenas tarde hoy hacido muy importante la clase de hoy, aprendimo mucho”. Lo más preocupante del caso es que la susodicha profesora, ¡oh sorpresa!, imparte Lengua Española en el nivel medio, posee título de maestría y tiene veinte años en el servicio educativo»

 

Al leer mi artículo, el amigo y destacado abogado santiaguero, Pedro Domínguez Brito, en su columna del periódico El Caribe (26/8/2020), escribió al respecto:

 

 «Domingo Caba Ramos es uno de mis articulistas preferidos. Hace días publicó uno titulado “¡Desgarrador y preocupante, pero cierto!”. Se refería a una profesora que participaba en el curso “Formación en el uso de herramientas digitales para la docencia “, organizado y coordinado por el Ministerio de Educación…». Y ya al final de su artículo, Pedro me pregunta: “Domingo Caba, ¿Podrías ayudarnos a buscar la respuesta para ver cómo salimos del atraso y empezamos a desarrollarnos como pueblo? ¿Y es que la culpa de la ignorancia de la profesora que mencionaste la pagará el estudiante”?»

 

 Hoy, tres años después, debo responderle al conocido jurista, ajedrecista y exjuez laboral, que las causas, no la causa, que originan tan grave mal, son numerosas. En tal virtud, entiendo que el estudiante sufrirá las consecuencias, no solo debido a “la ignorancia de la profesora” o de cualquier otro docente que así se comporte. La culpa hay que buscarla también:

 

1.    En las autoridades que la ingresaron al sistema.

 

2.    En un Ministerio de Educación que no dispone de un científico sistema de supervisión docente, interna y externa, que permita a esas autoridades determinar y reforzar las competencias del maestro, así como la calidad del servicio que este brinda en el aula. En este sentido, vale aclarar que en cada distrito educativo laboran asesores técnicos docentes, la mayoría de los cuales llegaron allí por motivaciones políticas y que, por tal razón, no siempre muestran las debidas credenciales académicas para realizar una verdadera labor de asesoramiento, acompañamiento y seguimiento.

 

3.    En un sistema educativo que no dispone de un plan de incentivos para el personal docente, por competencias y calidad del servicio mostrados. Por eso, a los maestros del sector público  se les mide con la misma vara: el bueno es igual que el malo. Y si goza de una “cuña política”, es posible que el rol se cambia en forma contradictoria, vale decir, que el malo resulte premiado, ascendido y presentado mucho mejor que el bueno.

 

4.    En unos estudiantes que se inscriben en la carrera de Letras, no por el amor o pasión que sienten por esta especialidad, sino, como lo he recogido en más de una vez en encuestas aplicadas al respecto, a que «alguien me dijo que es la más fácil»

 

5.       En unos maestros de Lengua Española y Literatura que, a pesar de estar graduados en Letras, no sienten pasión por su especialidad ni por el noble oficio que realizan; que tampoco leen ni se actualizan mediante la lectura constante y participación en actividades culturales. Y, peor aún, que carecen por completo de sensibilidad lingüística y literaria.

 

6.    En un sistema educativo que en el proceso de enseñanza- aprendizaje prestigia más los aspectos formales que la calidad de la propia enseñanza. Por eso es tal el tiempo que el maestro tiene que invertir para mantener actualizado el famoso «Libro de registro», que no dispone de tiempo para actualizar sus conocimientos mediante la lectura. Y “para quedar bien”, o responder a la presión de las instancias diligénciales, suele presentar un plan de clases muy completo y hasta «bonito»; pero que no siempre se cumple en la práctica docente.

 

7.    En un sistema educativo cuyo nombramiento del personal docente, más que en las competencias mostradas por el maestro, estuvo durante muchos tiempos basada en la recomendación del «compañerito del partido», especialmente en las dos primeras décadas del presente siglo.

 

8.    En un sistema educativo que prestigia más la evaluación de las competencias del alumno que la capacidad pedagógica y académica del docente. En tal sentido se insiste hasta la saciedad en que el maestro debe evaluar por competencias; pero a él nadie le avalúa los conocimientos que posee, qué enseña y cómo enseña eso que dice saber.

 

Visto tan lúgubre panorama educativo, amigo Pedro, no resulta extraño que la ya citada profesora petromacorisana haya escrito, en medio de la pandemia, aquello de que «…hoy hacido muy importante la clase de hoy…».

 

BREVES REFLEXIONES LINGUÍSTICAS


Por DOMINGO CABA RAMOS

 

«Todo está en la palabra…»

(Pablo Neruda)

 

1.      De la palabra a los emoticones


Con la red de Internet, y muy particularmente vía wasap, se han masificado o popularizado hasta alcanzar niveles sorprendentes. Me refiero a esos símbolos utilizados en mensajes de textos para representar estados de ánimo o emociones, mejor conocidos con los nombres de emoticón, emojis y emoticonos.

 En relación con esta forma de expresión, vale subrayar que los emoticones por sí solos nunca deben sustituir o desempeñar el rol de la palabra. Lo ideal sería que el símbolo apareciera junto a esta cuando con él se persigue añadir contenido emocional a la información que la palabra comunica. Pero además, por más emoción que transmita un gráfico, nunca será comparable al sentimiento que entraña la expresión lingüística. Tampoco se debe olvidar que el signo natural y constante de comunicación que emplean los humanos para comunicarse no es el dibujo, sino la palabra.


2.      «Llámame o tírame por whatsapp»

Los dos jóvenes se encuentran en un supermercado. Después de sostener una amena conversación, uno le dice al otro, en el momento de despedirse:

– «Llámame o tírame por whatsapp»


Créanme que el uso de la construcción verbal “tírame”, con el mismo sentido de “escríbeme” atrapó mi atención y mi curiosidad lingüística. Y es que entre los verbos “tirar” y “escribir” existe tal distancia semántica (significativa) que difícil resulta admitir o entender que en lugar de  «Llámame o tírame por whatsapp», el joven de nuestra historia  no se dijera: «Llámame o escríbeme  por whatsapp»

Esta y otras creaciones léxicas se deben no solo a la natural evolución de la lengua, sino también al imperio de las modernas tecnologías que, vía las redes sociales, poco a poco van imponiendo unas formas expresivas que de manera inconsciente, y por efecto de la masificación lingüística, se implantan en el léxico activo del sociolecto de la juventud, razón por la cual es archirecurrente su presencia en la diaria conversación.

3.     

 «Ello hay…»


Se trata de uno de los numerosos dominicanismos sintácticos característicos del español dominicano. Así debe considerarse, por cuanto no se conocen estudios lingüísticos que demuestren que semejante construcción se registra en otras variantes dialectales del mundo hispanohablante. Se realiza cuando a la forma impersonal “hay “se le antepone la voz neutra “ello”, tanto al afirmar como al preguntar:


_“¿Ello hay clases mañana?

_“Sí, ello hay…”


Semejante “fósil lingüístico”, como se puede apreciar, nada aporta, nada amplía, nada aclara y nada agrega al sentido de lo expresado. Y su uso solo contribuye a violar el principio de economía lingüística o ley del menor esfuerzo. Se trata de una de las tantas “expresiones chatarra” empleadas por los hablantes dominicanos en el uso cotidiano de la lengua.