Por : Domingo Caba Ramos
«En Paso Hondo, por los secos cauces de los arroyos
y los ríos, empezaba a rodar agua sucia; todavía era escasa y se estancaba en
las piedras. De las lomas bajaba roja, cargada de barro; de los cielos
descendía pesada y rauda. El techo de yaguas se desmigajaba con los golpes
múltiples del aguacero»
(Del cuento “Dos pesos de agua”)El pasado fin de semana, debido a los fuertes
y constantes aguaceros que un disturbio tropical provocó, la tragedia se
aposentó en distintos puntos del país; pero especialmente en las calles de
Santo Domingo. Como reza la frase popular: ¡Llovió a cántaros! Y
fue tal la cantidad de lluvia caída, que por momentos pensé que la vieja
Remigia se había mudado a esta zona, y una vez aquí, como lo hizo y pensó en su
natal Paso Hondo, de
nuevo volvió a prenderles velas a las ánimas del purgatorio, esperanzada en que «…
Algún día
caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche
rompería el canto del aguacero …»
La historia de la vieja Remigia y Paso Hondo pareció
repetirse en el ámbito capitalino y otros lugares del sur de la República
Dominicana.
Paso Hondo
es el ambiente imaginario en donde se desarrolla el hecho (una sequía) que
magistralmente narra Juan Bosch en uno de sus cuentos capitales: “Dos
pesos de agua”, incluido en el volumen Cuentos escritos antes del
exilio (1962).
En términos generales, el cuento
nos relata la historia de Remigia, la vieja campesina y el extremo optimismo o
fe inquebrantable de esta ante los peores desastres que en la vida puedan
presentársele. Y el argumento es bastante sencillo: (Edición 1982).
Paso Hondo, sector rural adonde reside la vieja
Remigia, es afectado por una gran sequía que genera la desesperación y
emigración en masa de los residentes de este lugar. La tragedia natural no solo
afecta a Remigia, sino también a sus vecinos, quienes forzados por las
circunstancias deciden abandonar sus tierras y salir en busca de mejores
condiciones de vida.
Al decir de los lugareños, la sequía, cual
castigo divino, se presentó en el momento en que menos se esperaba:
« Todo iba bien. Pero sin saberse cuándo ni
cómo se presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pasaron dos, pasaron
tres. Los hombres que cruzaban por delante de su bohío la saludaban diciendo:
- Tiempo bravo, Remigia.
Ella aprobaba en silencio. Acaso
comentaba:
- Prendiendo velas a las ánimas pasa esto»
(p. 19)
Fue así como poco a poco, la angustia fue
aposentándose en el cerebro de todos los residentes del lugar:
« Comenzó la desesperación. La gente estaba
ya transida y la propia tierra quemaba como si despidiera llamas. Todos los
arroyos cercanos habían desaparecidos; toda la vegetación de la loma había sido
quemada…» (p. 20)
Antes de abandonar el lugar, los vecinos
de la vieja pasaban a despedirse de ella y a externar el último lamento:
«-Yo no aguanto, Remigia; a este lugar le han
echado mal de ojo...» (p.21)
Todos se marchan, menos Remigia, la cual se
queda, confiando en que las ánimas del purgatorio, a las cuales ella ha estado
prendiendo velas, un día se compadecerán de Paso Hondo y mandarán la lluvia.
Y a todos, la vieja les regalaba monedas
para que compraran velas y se las prendieran a las ánimas:
«-Tenga;
préndamele esto de velas a las ánimas en mi nombre... » (p.21)«La vieja Remigia se resistía a salir. Algún
día caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche
rompería el canto del aguacero sobre el ardido techo de yaguas…» (p.18)
Después que sus insistentes pedidos
habían sido ignorados, las ánimas descubren que Remigia había gastado dos pesos
en velas. Es entonces cuando deciden complacer las peticiones de la
muy optimista anciana y acto seguido comienzan a enviar la tan esperada
lluvia, una noble acción que habría de provocar una segunda y más
dolorosa tragedia: la inundación que destruye a Paso Hondo y se
lleva consigo a doña Remigia.
«Rauda, pesada, cantando broncas canciones,
la lluvia llegó hasta el camino real, resonó en el techo de yaguas, saltó el
bohío, empezó a caer en el conuco. Sintiéndose arder, Remigia corrió a la
puerta del patio y vio descender, apretados, los hilos gruesos del agua; vio la
tierra adormecerse y despedir un vaho espeso. Se tiró afuera, rabiosa» (p.26)
En paso Hondo, como presa desbordada, las nubes no
cesaban de enviar agua a la tierra:
«Pasó una semana; pasaron diez días,
quince... Zumbaba el aguacero sin una hora de tregua…. Los ríos, los caños de
agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se
metían lentamente entre los conucos» (p.27)
Por esa razón, como sucedió el sábado en la
capital y otras zonas del país:
«… El agua sucia entró por los quicios y empezó
a esparcirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y a ratos
parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta. Un relámpago lejano alumbró
el sitio de Paso Hondo. ¡Agua y agua! Agua
aquí, allá, más lejos, entre los troncos escasos, en los lugares pelados. Debía
descender de las lomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.» (p.27) Remigia, que fue capaz de soportar
estoicamente los embates de la primera tragedia (sequía) sucumbió ante la furia
de la segunda (inundación):
«Cuando sintió el bohío torcerse por la
tormenta, Remigia desistió de esperar y levantó al nieto. Se lo pegó al pecho;
lo apretó, febril; luchó con el agua que le impedía caminar; empujó, como pudo,
la puerta y se echó afuera. A la cintura llevaba el agua; y caminaba, caminaba.
No sabía adónde iba. El terrible viento le destrenzaba el cabello, los
relámpagos verdeaban en la distancia. El agua crecía, crecía. Levantó más al
nieto. Después tropezó y tornó a pararse. Seguía sujetando al nieto y gritando:
- ¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!» (p.
18)
En tanto las ánimas, allá en el cielo,
gritaban enloquecidas:
«- ¡Ya va medio peso de agua! ¡Ya va
medio peso de agua!» (p. 29)
«-¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos,
dos pesos de agua! ¡Son dos pesos de agua!» (p. 30)
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