Por: Domingo Caba Ramos.
"Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance..." (François de la Rochefoucauld)
En término individual considerada, José Ingenieros, en su famosa obra " EL HOMBRE MEDIOCRE", plantea que " la mediocridad podrá definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad "
El mediocre es un ser de mente estrecha y merced a esa cortedad mental, es incapaz de concebir profundos o dilatados pensamientos. “En el verdadero hombre mediocre - afirma Ingenieros - la cabeza es un simple adorno". La mentira constituye su princiapal y más codiciado instrumento de trabajo. Como bien escribió Anselm Feurbach :"El hombre mediocre siempre pesa bien, pero su balanza es falsa"
Al autoconcebirse chiquitos, los espíritus mediocres apelan a las más perversas acciones para llenar el vacío interior o construir la grandeza social, moral, intelectual y espiritual que sienten les hace falta. Por esa razón, el ser mediocre es, por naturaleza, hipócrita, simulador, vanidoso, pedante, altanero, envidioso, intolerante, inseguro, desconfiado, manipulador, servil y, por todo ello, peligroso.
Para los mediocres, la verdad es sólo su verdad. En tanto seres inseguros, piensan siempre que están al borde del abismo o a punto de sucumbir, y por eso en todo momento operan a la defensiva enfrentando todo tipo protagonismo ajeno. El triunfo de los demás les produce náuseas y una inmensa alegría la derrota ajena.
Como carecen de personalidad propia, adaptan su conducta al medio o situación que le interesa. De ahí que sus actitudes suelen ser siempre teatrales, simuladas o artificiales. Y quien no sea capaz de conocer o descifrar las reales intenciones de sus histriónicas ejecutorias, posiblemente termine atrapado en sus garras venenosas.
jueves, 1 de mayo de 2014
SIMULACIÓN, HIPOCRESÍA Y MEDIOCRIDAD
Por: Domingo Caba Ramos.
La sinceridad, autenticidad e integridad personal, en la sociedad dominicana, se nos presentan como tres de los valores tradicionales progresivamente en vía de extinción o como parte de las luces que poco a poco van dejando de iluminar el comportamiento humano.
La lucha por la supervivencia o el “sálvese quien pueda”, nos ha transformado en verdaderos seres "simuladores", "cínicos", "hipócritas", “mediatintas”, “fofos”, "plásticos" y "artificiales". Y hasta la sonrisa, en ocasiones, parece grapada en el rostro de muchos de los hombres y mujeres con los cuales necesariamente tenemos que interactuar en nuestras cotidianas relaciones sociales (laborales, familiares, políticas, sindicales, culturales, etc.) .
Un determinado interés genera una determinada conducta no siempre benigna, sino perversa; pero escondida tras la máscara maldita y no menos perversa de la simulación. Y como en los mundos políticos y del trabajo es donde con mayor énfasis se ponen de manifiesto las luchas de intereses, es en esos ámbitos donde fluyen las más dañinas lacras comportamentales, como fluye a la superficie del agua, el olor pestilente del cadáver que por mucho tiempo se mantuvo oculto en el fondo del océano.
Mundos en los que hay que mantenerse siempre a la defensiva e interpretando, para no sucumbir, las verdaderas intenciones que se esconden detrás de cada palabra, cada gesto, cada acción y hasta detrás de cada manifestación de cortesía. Mundos en los que aquel que no te soporta ha hecho todo lo posible por no tenerte a tu lado o excluirte de la organización en la que comparte compromisos, por delante te colma de elogios, aunque por detrás te inserte el dardo que neutraliza para siempre tus habituales movimientos.
Somos, pues, una sociedad pletórica de simuladores. Y ante cada nueva y fingida actitud, parece cobrar vigencia el contenido de un artículo que hace varios años publiqué en la prensa nacional con el título de “Sicología de los hipócritas”, y el que, por considerarlo de interés, nos permitimos transcribir a continuación:
SICOLOGÍA DE LOS HIPÓCRITAS.
“El hábito de la mentira paraliza la lengua del hipócrita cuando llega la hora de decir la verdad” (José Ingenieros).
El diccionario de la Lengua Española académico define los términos hipocresía e hipócrita de la siguiente manera:
“Hipocresía: Fingimiento y apariencia de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” “Hipócrita: Que finge o aparenta lo que no es o lo que no siente”.
“La hipocresía – apunta José Ingenieros (1877 – 1925) - es el arte de amordazar la dignidad. Es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira: como esos árboles cuyo ramaje es más frondoso cuando crecen a inmediaciones de las ciénagas” (El hombre mediocre, pág., 1975, 83).
Sostiene Ingenieros que: “La hipocresía es más honda que la mentira. Esta puede ser accidental, aquella permanente. El hipócrita – amplía” - transforma su vida en una mentira metódicamente organizada. Hace todo lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le reporte un beneficio inmediato” (ob. cit., pág.87)
De las ideas presindicadas se infiere que la mentira es la materia prima de los hipócritas, vale decir, el hipócrita es necesariamente mentiroso, y en virtud de esta cualidad es, sobre todo, un ser simulador, cínico, desconfiable y traicionero.
Si la hipocresía es una de las más perversas expresiones del egoísmo, los hipócritas son por naturaleza egoístas. Para ellos el yo de los demás carece de importancia. Sólo importa su propio yo. De ahí que siempre actúen movidos por sus particulares intereses, nunca inspirado en el interés colectivo.
Los hipócritas suelen tener cómplices circunstanciales, pero no amigos fieles y permanentes. Son utilitarios, oportunistas, individualistas y ambiciosos; pero fundamentalmente traicioneros. Con tal de materializar sus planes o propósitos son capaces de traicionar hasta su más íntimos amigos o más cercanos parientes.
Los centros de trabajo, sindicatos y partidos políticos están pletóricos de estos diabólicos personajes.
El hipócrita es un ser peligroso a quien hay que temer. En él todo es falsedad, engaño y apariencia. Por eso ríe cuando desea llorar y llora cuando quiere sonreír. Receta la medicina para curar el mal que él mismo ha provocado y suele desear larga vida al ser que desearía ver muerto. E l triunfo ajeno constituye su propia derrota. Por eso odia reconocer el mérito de los demás, y cuando lo hace, sus elogios resultan ser siempre falsos, irónicos y sarcásticos.
La lengua del hipócrita es mortal como el veneno de la víbora y destructora como la furia del huracán. Una palabra suya puede provocar el divorcio de dos amantes y la enemistad de dos amigos.
Estos individuos se rebajan sin saberlo. Su propia condición los transforma en entes chismosos, envidiosos, intrigantes y mediocres.
Conocer su verdadera identidad no siempre resulta fácil, pues aparte de actuar con gran habilidad, astucia y sagacidad, están también dotados de una increíble capacidad histriónica. Proceden como esos veteranos actores cuyos rostros parecen estar cubiertos por máscaras invisibles que les permiten ejecutar libremente sus maléficas acciones.
Más, sin embargo, conviene hacer todo lo posible para identificar en cualquier lugar a estos magos de la simulación, como única forma de no perecer devorado por sus garras mortíferas.
dcaba5@hotmail.com
martes, 29 de abril de 2014
LA VERDAD DEL CUENTO.
Por : Domingo Caba Ramos.
“La verdad del cuento”, posiblemente sea uno los textos menos conocidos del laureado narrador y Premio Nóbel de Literatura, Gabriel García Márquez . Nos permitimos reproducirlo para lectura y disfrute de nuestros amables lectores :
"La verdad del cuento"
“La historia es como la cuentan, pero tiene sus variantes. Es verdad que él hizo un agujero en la pared que separaba su alcoba del cuarto de su novia. Y es verdad también que ella hizo un agujero, a su vez, en la pared que separaba su alcoba del cuarto de su novio. Pero no había más que un agujero. Un agujero común que los enamorados perforaron , no de común acuerdo, pero sí en colaboración, y sin que tampoco esta colaboración hubiera sido acordada previamente.
Así las cosas, un día amaneció un agujero en la alcoba de ella, a través del cual podría vigilarse el movimiento más insignificante que él intentara en su cuarto.
Simultáneamente - puesto que era un agujero común - igual cosa ocurrió en el cuarto del novio. Pero como él había hecho las cosas por su propia iniciativa, y ella a su vez, había procedido a perforar la pared medianera, ninguno de los dos tomó precaución alguna con respecto al otro, puesto que ambos se sentían autores de ese agujero único, indiscreto, tremendo que vulneraba la intimidad de los cuartos respectivos.
El error de quienes cuentan la historia radica en que comienzan a contarla como si él y ella fueran novios en el momento en que perforaron el agujero. Y no fue así, porque ellos no se conocían, y si lo perforaron, fue precisamente porque cada uno de ellos, por su lado, tenía interés de saber quién vivía en el cuarto vecino.
Pocas horas después de perforado el agujero, ella sabía que su vecino era un hombre joven. Y él, por su parte, sabía que su vecina era una mujer joven que procedía de la puerta para adentro con la naturalidad de quien ignora la existencia de un vecino observador. Las cosas estuvieron de esa manera durante varias semanas. Ella llegaba temprano, apagaba las luces y se acostaba en la oscuridad a esperar a que sonara la puerta de al lado, y después las pisadas y se encendiera la luz. Entonces se escurría hasta el agujero y se dedicaba a observar los movimientos de él minuciosamente hasta cuando apagaba la luz y se metía en la cama.
La diferencia consistía en que él no acostumbraba a hacer sus observaciones sino por la mañana, y ella por la noche. Así que ella conocía la manera de acostarse de él, que es lo que verdaderamente vale la pena en un hombre, y él conocía la manera de acostarse de ella, que en una mujer es lo que verdaderamente vale la pena.
Tres semanas después de perforado el agujero se conocían entre sí, mucho más que si hubieran tenido muchos años de casados ; pero se ignoraban por completo en la vida.
Y así habrían seguido las cosas si no es porque una mañana, cuando se aplicaba a hacer sus observaciones, a ella se le ocurrió saber cómo era él cuando se levantaba. Cuando aplicó el ojo al agujero, se encontró con el ojo de él, y supuso avergonzada que su vecino había descubierto la clave de todo y había tapado el agujero. El, por su parte, en el momento en que ella acercó el ojo al agujero, supuso que era ella quien en ese preciso instante había acabado de taparlo. Sin embargo, un momento después empezaron las dudas. Y entonces fue cuando ambos salieron al corredor, se encontraron frente a frente, y sin hacer ningún comentario se dieron cuenta de que en realidad habían vivido durante varios meses en una misma pieza. Entonces hicieron lo único sensato que podría hacerse en ese caso: se casaron y tumbaron la pared”
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
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