martes, 2 de agosto de 2016

JUAN ANTONIO ALIX Y CEIBA DE MADERA

 ( A mi exalumno Pancho Zapata)

 Por : Domingo Caba Ramos
                                                                                      Juan Antonio Alix

 Ceiba de Madera es una dinámica y trabajadora comunidad mocana, ubicada al pie de la cordillera septentrional y limitada por los distritos municipales de San Víctor, Canca la Reina y Canca la Piedra, este último perteneciente a la provincia de Santiago. A Ceiba de Madera, de paso a la ciudad de Moca, fue a parar una noche cualquiera el laureado cantor popular Juan Antonio Alix ( Moca,1833 – Santiago ,1918 ), el famoso “Cantor del Yaque”, considerado por la crítica como el más grande poeta popular dominicano de todos los tiempos.

 A “Papá Toño”, como le llamaron también sus contemporáneos al afamado bardo popular, en esta localidad no le fue muy bien o no tuvo mucha suerte en función de sus expectativas o de lo que esperaba recibir en esa desafortunada noche... Así lo consigna el propio poeta en una de sus más celebradas décimas: “Tocinos y longanizas” (1878):

 «Saliendo de una gallera,
 donde fue mi suerte poca,
 tomé el camino de Moca,
 por la Ceiba de Madera,
 como ya de noche era,
y estaba más que nublada,
entré a pedir posada,
en la casa de un amigo,
gente buena, acomodada»

 El cansancio y la larga travesía habían hecho estragos en el estómago del poeta: 

 «Con mi panza no muy llena,
a la puerta le toqué,
 y el amo dijo: ¿-quién es?,
le contesté “- gente buena,”
mi amigo tuvo la pena,
de abrir la puerta en seguida,
y con la vela encendida,
 me dijo muy sorprendido,
 ¿de dónde diablo ha salido,
esa cabeza perdida?»

 Y como ya era de noche, el recién llegado no pierde tiempo en solicitarle al amigo que le permitiera amanecer en su casa: 

 «A mi amigo referí,
de dónde salí ese día,
y si él me permitía,
el pasar la noche allí,
 él me contestó que sí,
haciéndome desmontar,
y un chico peninsular,
que en la casa se encontró,
 mi caballo se llevó,
dizque a darle de cenar…»

 De paso llegó igualmente a la casa otro peninsular, “un chusco andaluz” que se hacía llamar “Pancho el epañó”, y quien luego de un heroico relato a lo “Martín Fierro” decidió continuar la ruta. Fue entonces cuando se procedió a prepararle al poeta su lecho correspondiente: 

 «Pancho tomó su camino,
y con él otros marcharon,
y una hamaca me colgaron,
debajo de un tocino,
pues llegué casi sin tino,
 porque me atacó un calambre,
mis tripas como un alambre,
delgaditas las tenía,
y al no comer ese día,
me hallaba muerto del hambre»

 La presencia de un tocino provocador encima del lecho asignado, creó en el poeta la ilusión o falsa espectativa de que antes de acostarse era casi seguro que los dueños de la casa lo sorprenderían con un sabroso y suculento sancocho:

 «Lo malo es el soñar,
entre todos mis defectos,
pues sueño siempre con muertos,
si me acuesto sin cenar,
pero aquí he de masticar,
dije para mí en Madera,
pues al ver la tasajera,
dije “ajitadera precisa,
 y esta noche… corredera”»

 Tan seguro estaba de esto el decimero, que no desmayó en conseguir los materiales que le servirían para condimentar el tan ansiado y esperado manjar: 

 «Un gran ají montesino,
por fortuna conseguí,
porque le viene al ají,
a un sancocho de tocino,
busqué allí con un vecino,
 de naranja un vinagrito,
 y para más apetito,
eché un trago de aguardiente,
y arreglé mi limpiadientes,
con la punta de un palito»

 Pero todas las esperanzas se desvanecieron cuando ya en la media noche, el señor, con amabilidad inigualable, le dice al viajero: 

 «Ya me voy a retirar,
usted querrá descansar,
como en su cara se ve,
solamente desearé,
 que pase una noche fresca,
y cuando a usted le parezca,
la lámpara apagaré»

 A escuchar tan gentil y no menos decepcionante despedida, la frustración se anida en el alma del poeta: 

 «Yo nada le respondí,
porque perdí la esperanza,
de meter allí en mi panza,
un sancocho con ají,
y así que solo me vi,
lo dije medio sin tino,
“¡Adiós ají montesino,
limpiadientes y vinagrito,
adiós sancocho maldito,
de longaniza y tocino”!»

 El bardo peregrino, hambriento o con su “ panza no muy llena “, no le quedó más que aceptar la triste realidad: 

 «No tuve más que aguantar,
y a acostarme muy tristón,
porque mi amigo Lescón,
 nada me dio de cenar,
después pude averiguar,
 que como tarde ya era,
no estaba la cocinera,
ni quien fuera a la cocina,
y pasé buena canina,
en la Ceiba de Madera»

 Pero no solo al jinete le fue mal en la ruta, vale decir, para el caballo tampoco hubo cerna, a pesar de que se lo habían llevado “dizque a darle de cenar”: 

 «Como tuve un gran desvelo,
temprano me levanté,
 y un caballo encontré,
amarrado de un ciruelo,
como limpio estaba el suelo,
yerba no pude encontrar,
pero pude averiguar,
que en lugar de estar comiendo,
pasó la noche leyendo,
"El Correo de Ultramar"» (*)

 (Notas: El caso, poéticamente prerrelatado, le fue confirmado al autor del presente artículo por don Armando Velásquez (Q.E.P.D.), un anciano de mucho respeto y credibilidad, nativo de la referida comunidad. Don Armando era pariente del médico y exvicepresidente de la República, Federico Velásquez y Hernández ( 1867, Guazumal, Tamboril - 1934, Puerto Rico)

 (*) – El Correo de Ultramar fue un periódico que a pesar de ser editado en España circulaba en Santo Domingo en la segunda mitad del siglo XIX.