Por: Domingo Caba Ramos.
Doña Librada Ramos Vda. Caba
«Hay muertos que van subiendo,
«Hay muertos que van subiendo,
cuanto más su ataúd
baja...»
(Manuel
del Cabral)
Todo,
lo alegre y lo triste, ocurrió entre los días quince y dieciséis de febrero de
1997. El primero de esos días, en las primeras horas de la tarde, partimos
rumbo al corazón de la sierra a celebrar el cumpleaños de una de mis cuñadas
(Josefina Rubio), en uno de los restaurantes (Cafeto) ubicados en La Cumbre,
Puesto Grande, del municipio de Moca.
Y
allí, desbordante de alegría, estaba ella (doña Librada) compartiendo el
gratísimo momento junto a sus hijos y nietos.
Allí
estaba ella, alegre como siempre, gentil como siempre, dinámica como siempre,
tierna como siempre.
Allí
estaba ella, arrullada por el canto armónico de las aves vagabundas y
acariciada por el aire puro de la montaña.
Allí
estaba ella, observando con singular concentración el vuelo cansado de las
garzas y dilatando sus agotadas pupilas para enterrar su retina envejecida en
el vientre del inmenso y maravilloso
paisaje del Valle cibaeño.
Allí
estaba ella, desbordante de alegría, tanto que parecía que era ella la que año
cumplía.
Pero
en las primeras horas de la mañana del día siguiente (domingo 16), un infarto
fulminante y traicionero paralizó los latidos de su enfermo corazón, sembrado
de tristeza, angustia y dolor el antes regocijado espíritu de unos parientes en
cuyas mentes jamás pudo anidarse la idea de que tan inesperado desenlace podría
producirse inmediatamente después de la tan festiva y ya referida celebración.
Un
día como hoy, hace ya veinte años, se
materializó tan infausta y dramática partida; más a todos nos parece que fue
ayer, esto es, nos parece que aún vive. Y al percibirla así, siempre le diremos
con las palabras del poeta:
“Eras sencilla y
dulce; eras tan buena
que nada para ti
nunca pediste
tu caudal de bondad
lo repartiste
con toda el alma de
ternuras llena.”
Y así fue: fue todo un caudal de bondad, amor, ternura, paz
y comprensión lo que en vida ella supo repartir. Por eso, en un poema titulado "Así era mi
abuela" (1997 ), compuesto un
mes después de su muerte por una de sus
nietas (Claritsa ), cuando apenas tenía
esta trece años de edad , en líricos
, afectivos y recordatorios versos
afirma la nieta de su abuela lo siguiente :
«Fuiste negra como la
noche pero blanca
como la superficie de una ola.
Y de esta manera continúa la
entonces adolescente:
«Recuerdo tu sonrisa
de niño, tu juvenil
Carácter y tu alegría de madre realizada,
al ver tus hijos y tus nietos crecer»
Una tarde de sol oro celebramos
tu despedida y una mañana fría
lloramos tu partida…»
Y ya para terminar, la nieta lanza
un grito de despedida en un par de versos pletórico del más profundo y lacerante dolor:
¡Oh abuela cuánto te extrañaremos!
¡Te extrañaremos mucho, abuela!
Y por esa misma razón, otro de sus nietos, Pedro Caba Ulloa (Pedrito), tres años después (Marzo, 2000) en su poema "Gracias abuela”, escribe sobre esta:
Y por esa misma razón, otro de sus nietos, Pedro Caba Ulloa (Pedrito), tres años después (Marzo, 2000) en su poema "Gracias abuela”, escribe sobre esta:
"Pero el tiempo me quitó tu presencia
el tiempo
me quitó tu paz
el tiempo me quitó tu complicidad…"
Y como si se
resistiera a aceptar la partida definitiva de su abuela adorada, el nieto eleva
el tono lírico de sus versos para decirle en el más elegíaco y confidencial de
los acentos:
"Estarás
conmigo,
cada vez que la vida
me pida elegir entre
el hombre y el dinero
¡sí, abuela!
entre tú y la nada
¡sí, abuela!
entre lo que amo y
lo que odio
¡sí, abuela!
por el amor a ti
y el amor a la
gente."
Y como a ella, a su abuela, a mi madre, todos la percibimos viva, quince
años después de su muerte no tengo más que confesar con los versos del poeta:
“Es verdad que ha muerto;
pero en mis actos está intacta,
pero en mis sueños está intacta,
pero en todas mis emociones está
intacta...”