sábado, 16 de agosto de 2025

LA HISTORIA OCURRIÓ ASÍ...

Por : Domingo Caba Ramos



a)     El 27 de febrero de 1844 – Se proclama, no se logra, la Independencia Nacional; pero los haitianos no se dan por vencidos, pues entienden que el dominio que de esta parte de la isla habían logrado durante veintidós años, de ningún modo podían perderlo.

  Por lo antes dicho, los haitianos se van a su país, organizan su poderoso ejército y con bélicas intenciones regresan a la proclamada República Dominicana, iniciándose así las llamadas guerras de independencia.

 Esas guerras, la primera de las cuales fue la del 19 de marzo de 1844, duraron doce largos años, es decir, no fue hasta el 24 de enero de 1856 cuando logramos quedar libre del ataque haitiano con el estadillo de la célebre batalla de Sabana Larga, última guerra sostenida entre haitianos y dominicanos y cuyo héroe fue el general santiaguero Juan Luis Franco Bidó.

 Cinco años después de la última guerra de independencia, el 18 de marzo de 1861, al presidente Pedro Santana se le ocurre anexar nuestra patria a España, pues entendía que solo bajo la protección de una nación poderosa podíamos evitar que el pueblo haitiano nos invadiera de nuevo.

  El 2 de mayo de 1861 se produce en Moca la primera rebelión con las armas en las manos en contra de la anexión a la España. José Contreras, Cayetano Germosén, José Inocencio Reyes y José Mará Rodríguez se cuentan entre los protagonistas de esta heroica gesta.

 El 16 de agosto de 1863 un grupo de catorce hombres bajo el mando de Santiago Rodríguez decidieron, en el cerro de Capotillo (Dajabón) bajar la bandera española e izar la dominicana, iniciándose así las llamadas guerras de Restauración. Estas guerras duraron dos años (hasta 1865), las fuerzas nacionales resultaron triunfantes y los últimos soldados españoles abandonaron el país en febrero de 1866.

 FOTO : General Santiago Rodríguez

 

BREVE SEMBLANZA DE UNA MAESTRA EJEMPLAR


(Con motivo del 115 aniversario de su nacimiento)
Por: Domingo Caba Ramos.


(Discurso pronunciado por el autor en el salón de actos de la otrora Escuela Normal "Luis Núñez Molina", el día 13 de abril del 1988, en el acto - homenaje organizado por la Asociación Dominicana de Profesores, filial Santiago de los Caballeros)

 «El magisterio de la provincia de Santiago y lugares vecinos se cubre de glorias en este día memorable al rendir homenaje póstumo a una maestra que con su noble ejemplo, abnegada consagración e intensa vocación pedagógica, supo prestigiar la labor docente durante más de medio siglo y poner en alto el nombre de la escuela dominicana. Nos referimos a la profesora Ramona Herminia Pérez Vda. Pimentel (doña Mamina) 

 Nació esta distinguida educadora en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el día 15 de agosto de 1910. Fueron sus padres don José Pérez Marte y doña Olimpia Gutiérrez. Cursó sus estudios primarios e intermedios en la Escuela Graduada República de Uruguay y en el Colegio Méjico, mientras que sus estudios secundarios los realizó en la Escuela Normal de Santiago. Entre sus primeros profesores merecen citarse a Angélica Pepín de Félix, Juanita Infante, Ricardo Ramírez, Rafaela Santaella, Rafael Reinoso, Ercilia Pepín y  Joaquín Balaguer.

 Se inicia como maestra en la Escuela República de Uruguay cuando apenas tenía dieciocho años de edad, esto es, el día 10 de febrero de 1928. El éxito alcanzado por doña Mamina en este centro escolar le mereció la designación de directora del mismo el 26 de octubre de 1946.

 En el año 1930 contrae matrimonio con el joven Manuel Antonio Pimentel Vargas, con quien llegó a procrear un solo hijo: Orlando Antonio Pimentel Pérez, muerto a destiempo en plena juventud.

 Su actividad en la Escuela República de Uruguay se extiende hasta el año 1950. Ese mismo año, específicamente el día 1 de octubre, es nombrada maestra en la Escuela Normal Rural “Pedro Molina”, de Licey al Medio, Santiago, conocida hoy día como Escuela Normal “Luis Napoleón Núñez Molina”. Junto a ella fueron también nombrados los profesores Héctor M. Tejada, Luis Núñez Molina y el destacado músico  Andrés Apolinar Bueno.

 Al admitir el nuevo cargo, logró muy pronto captar el cariño y respeto de los estudiantes y poner de manifiesto una vez más su gran competencia académica y pedagógica.

 En la Escuela “Núñez Molina” ocupó casi todos los cargos: maestra, encargada de prácticas escolares, subdirectora y directora administrativa. Como maestra, puede afirmarse sin temor a exagerar, que llegó a impartir la mayor parte de las asignaturas que integran el plan de estudios de las escuelas normales.

 En 1954 fue enviada por la Secretaria de Estado de Educación a participar en los cursos  «Mejoramiento del Hogar» y «Extensión Agrícola», impartidos en la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico, y en 1963 viajó nuevamente a la vecina isla a recibir un curso de formación docente organizado por el Instituto de Pedagogía de la antes citada universidad.

 En enero de 1975 es designada directora administrativa de la Escuela Normal “Luis Napoleón Núñez Molina”, y tres años después, subdirectora de este mismo centro docente. Su fructífera y extensa labor pedagógica la hicieron acreedora de importantes y merecidos reconocimientos:

 En 1975 es condecorada por su antiguo maestro y presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, con la orden de Duarte, Sánchez y Mella, bajo el grado de Caballero.

 El 15 de marzo de 1983 la Secretaría de Educación le tributa un acto de homenaje en el Auditorio de Bellas Artes con motivo de haber cumplido cincuenta y cinco ( 55 ) años en el servicio educativo.

 En noviembre de 1984 es reconocida  por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA). Al año siguiente, el honorable Ayuntamiento de Licey al Medio la declara «Hija Adoptiva» de este municipio. En este mismo año, la Alianza Cibaeña le otorga el Premio Eugenio Deschamps. También el Círculo Paracelso de Santiago le concede el Premio Anual Paracelso, y finalmente el programa el Gordo de la Semana premia su loable trabajo magisterial otorgándole El Gordo del Año. 

Víctima de un derrame cerebral murió en la misma tierra que la vio nacer el día 22 de octubre de 1987. «Con su muerte - escribí para la ocasión en las páginas del Listín Diario y La Información - “La escuela dominicana perdió a una de sus más fieles y leales exponentes de los últimos tiempos”. Esta vez debo agregar a esas palabras: con la muerte de doña Mamina el magisterio nacional perdió a una ejemplar maestra, mientras que la Escuela Normal “Luis Napoleón Núñez Molina” perdió a una madre, a una orientadora y, lo que es más importante, a su símbolo viviente; porque en eso se convirtió aquí esta insigne educadora : en todo un símbolo.

 Hablar de la escuela “Luis Napoleón Núñez Molina” es tener que referirse obligatoriamente a la profesora Herminia Pérez, de la misma manera que al referirnos a esta, es tener que evocar necesariamente la imagen de aquella. Institución y maestra llegaron a formar, pues, un todo inseparable.

 Doña Mamina fue mentora y madre espiritual de múltiples generaciones de maestros, la última de las cuales se investía justamente el día en que sufrió la crisis que la llevaría más tarde a la tumba. Fue doña Herminia una verdadera Maestra de maestros, o como dijera alguien: “una maestra con mayúscula”. El hecho mismo de permanecer durante cincuenta y nueve años en plena actividad docente así lo confirma.

Esta mujer de finos modales y delicadas expresión puso toda su vida al servicio de la educación dominicana, constituyendo el ejercicio docente la razón de su existencia. Su labor pedagógica jamás estuvo enmarcada en un espacio o tiempo determinado. Ella enseñó en todo momento: en el patio, en la calle, en el hogar y en el salón de clases; y como bien lo había postulado la poetisa y educadora chilena Gabriela Mistral, doña Mamina enseñó «con la actitud, el gesto y la palabra»

 Su máxima aspiración fue ejercer siempre el magisterio, a cuyo seno ingresó cuando apenas era una jovencita y del cual solo la muerte pudo separarla. Jamás dio señales del más mínimo síntoma de agotamiento, y en más de una oportunidad rechazó la jubilación que con sobrados derechos le correspondía. Ella, por estas razones, y valiéndose de las palabras de su maestra Ercilia Pepín, pudo haber manifestado con toda propiedad : «Hice de la escuela un taller, y en ella mi cabeza se cubrió muy pronto de nieve, y la luz de mis ojos languidece rápidamente, sin que mi alma haya dado hasta hoy ni remotas señales de cansancio» 

 Doña Mamina se entregó tan de lleno a la escuela que puede decirse que murió con la tiza y el borrador en las manos. Es por ello que el magisterio nacional y particularmente sus alumnos en la Escuela Normal Luis Núñez Molina tenemos que recordar a esta digna educadora con mucho cariño, orgullo y respeto.

 El maestro dominicano ha sido históricamente el gran olvidado, el gran marginado. En virtud de esta realidad debemos pues hacer todo lo posible por perpetuar la memoria de doña Herminia y evitar que su nombre sea sepultado por la indiferencia pública en el nicho del olvido. Que ante sus restos, como sucedió con Ercilia Pepín, ningún poeta tenga que decir: «Hela ahí, vencida por la muerte, olvidada por sus discípulos, traicionada por sus amigos»

 De ahí el gran significado que entraña el homenaje de admiración y respeto que en el día de hoy le rinde la Asociación Dominicana de Profesores (ADP). Pero no basta eso solamente. Para honrar en su justa dimensión la memoria de esta noble mujer, se hace necesario que sus alumnos y todos los maestros dominicanos imitemos su ejemplo y tratemos de poner en práctica sus enseñanzas.

 Se hace necesario, finalmente, que las autoridades educativas y la dirigencia del gremio magisterial  coordinen actividades con miras a conseguir que una de las escuelas pertenecientes a la provincia de Santiago, y de manera especial al municipio de Licey, lleve el nombre de doña Mamina, como manera imperecedera de honrar su memoria, y que sirva de testimonio para que las futuras generaciones se enteren que existió una vez una consagrada maestra que se entregó en cuerpo y alma y lo dio todo por el bien de la educación dominicana, y que esa maestra se llamó: Ramona Herminia Pérez Vda. Pimentel.

 En una ocasión le escuché decir a alguien cuyo nombre no aflora a mi memoria, que el maestro es como la luz de una vela que de tanto alumbrar se apaga. Hemos querido articular esta idea con la muerte de doña Mamina para concluir esta semblanza afirmando con acento sentencioso:

 La vela se apagó, pero la luz sigue encendida : Mamina será Maestra toda la vida»

Muchas Gracias 

Notas al margen : Para mí fue de gran honra y regocijo el que la ADP, Santiago, me seleccionara o solicitara mis servicios para hablar de la vida y obra de un ser a quien tanto admiré, tanto respeto me mereció y tantos afectos le tuve. Y mayor fue mi alegría cuando años después de mis palabras me enteré de que a uno de los principales centros educativos de la ciudad de Santiago de los Caballeros lo habían designado con el nombre de HERMINIA PÉREZ.