domingo, 15 de enero de 2023

EL HUEVO, LA PIEDRA, EL ÁLGEBRA Y EL DIABLO


Por: Domingo Caba Ramos.

“Educador es el que estimula, prepara para la investigación, despierta la curiosidad, desenvuelve el espíritu critico, invita a la superación y muestra los valores de la cultura”

(Imídeo  Giuseppe Nérici) 

A los buenos maestros, ¡FELICIDADES! en su día ( 30/6/ ).  Y a los “maestros”, así, entre comillas, les dedico, para su reflexión, el presente artículo.

CASO # 1- Mostrando la típica emoción o “fiebre” natural del estudiante que ha sido promovido de nivel, hace ya muchos, uno de mis hermanos mayores, Basilio, esperaba ansioso al profesor que habría de impartirle la primera asignatura en su primer día de clases en el Liceo Matutino “ Domingo Faustino Sarmiento”, de la ciudad de Moca. Cuando por fin llegó, el educador saludó secamente, se autopresentó y cual ráfaga mortífera les lanzó a sus pupilos la siguiente advertencia:

“Nada se parece más al diablo que el Algebra”

 Al oír esto, mi hermano tembló, bajó la cabeza y sólo cuando el “ilustre” maestro  de Matemáticas abandonó el aula pudo levantarla. A partir de tan traumática experiencia, muy pocas veces se le vio asistir a esa hora de clases, talvez para no encontrarse frente a frente con el mismo Satanás. Y para aprobar  la “diabólica” disciplina en las pruebas completivas, tuvo que apelar al pago de los servicios particulares de otro educador. Y todavía hoy, ya adulto y profesional, un fuerte escalofrío invade su cuerpo de sólo escuchar palabra álgebra o el nombre de su antiguo profesor.

CASO # 2 – En la universidad, el estudiante, muy convencido o seguro de sí mismo,  expresaba y defendía sus criterios acerca del tema que se debatía en las clases. El profesor lo observaba atento y con una irónica sonrisa a flor de labios. Cuando aquel terminó su discurso, la bestial calificación del “maestro”  no se hizo esperar:

“Lo que usted  acaba de decir es un disparate, una pura porquería”

 Luego de este inoportuno reproche, al inquieto alumno jamás se le oyó emitir una opinión, y mucho trabajo le cuesta actualmente expresarse en público. Negativamente, quedó marcado para toda la vida.

CASO # 3 – En otra universidad, el profesor persiste en imponer un concepto que uno de sus pupilos, con igual persistencia, demuestra documentalmente que no se corresponde con la verdad sustentada por su terco preceptor. Un tanto molesto e incapaz de apoyar sus argumento en bases científicas, el presumido “educador” prefirió apelar a la autoridad para descalificar al polémico estudiante con estas palabras:

“Bachiller, no olvide que usted es el huevo y yo la piedra…”

CASO  # 4 “Tu eres un animal”, truena el impaciente “profesor”, refiriéndose al desesperado alumno que no ha podido asimilar  el contenido de la lección en el tiempo asignado, y quien tan pronto terminó esa angustiosa hora de clases se marchó a su casa y nunca volvió a la escuela. El  “sabio maestro”, en lugar de encender, se encargó de apagar su académica ilusión.

CASO # 5 – El nuevo semestre comienza. Los estudiantes lucen y comentan muy entusiasmados. De repente un silencio sepulcral cunde en el ambiente. Con maletín en manos, aires de gran señor y portando gafas oscuras, alguien ha entrado al aula. Es el señor profesor de la materia. Después de ajustarse el cuello y observar ligeramente  hacia el techo, afirma, sin mirar a nadie de frente:

“Quiero decirles, no para asustarlos, sino para que sepan el esfuerzo que tienen que hacer, que a mí son pocos los estudiantes que me pasan. Esta asignatura, de treinta alumnos, apenas la pasan cinco, y quienes logren eso pueden considerarse graduados. Esto no es para todo el mundo, sino para sabios e inteligentes. Por eso siempre he dicho que cuando de mis exámenes se trata, el 100 es del libro, el 90 mío y ustedes deben luchar por el 70”

Casos como los antes transcritos, lamentablemente, se repiten con increíble frecuencia en nuestros centros  docentes, especialmente en las  universidades, en las que no siempre los profesores que imparten clases cuentan con la formación pedagógica requerida para comprender, orientar y estimular al estudiante, como debe ser la misión docente de todo buen educador.

Profesores que talvez dominan muy bien el qué, pero no el  cómo enseñar. Profesores carentes de vocación o que no sienten la noble labor que realizan.

Profesores que frustran, en lugar de motivar; que atrasan, en lugar de desarrollar; que oscurecen, en lugar de iluminar.

Profesores, en fin, que lejos de identificarse con las necesidades básicas de sus alumnos, lo que hacen es, como bien lo escribió Gabriela Mistral, “deprimir o envenenar” el alma de los mismos.

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