Por: Domingo Caba Ramos
“Colocar al frente de un programa
de radio o de televisión a un discapacitado lingüístico es como poner de
inspector de semáforos a un daltónico…”
(Don Pedro Luis Barcia: Académico, investigador y lingüista argentino)
Contrario a lo que debería ser su
verdadera función, en el uso cotidiano de la lengua en nuestros medios de
comunicación se leen y escuchan las más sorprendentes y hasta
jocosas irregularidades léxicas, fonéticas, semánticas, sintácticas y
morfológicas. Imperan en ellos los vulgarismos, novismos, el estilo
coloquial y frases que se apartan por completo del registro estándar de la
lengua. Medios en los que a la hora de informar se prestigia el contenido y
descuida la forma, creando así las condiciones para que los hablantes
copien e integren a su caudal lingüístico los frecuentes desatinos
que a través de ellos leemos y escuchamos.
La radio, la prensa escrita y
la televisión, más que formar prefieren adaptarse lingüísticamente al receptor
del mensaje. Y merced a este proceder, en muchos de los comunicadores nuestros
prima la idea de que se debe hablar y escribir para los iletrados, imitar sus
modos expresivos, emplear sus sociolectos, esto es, utilizar siempre la norma
popular o los niveles de expresión lingüística propios de los sectores menos instruidos.
Para llevar a cabo su función “orientadora”, los usos lingüísticos que se
prestigian son, extrañamente, los correspondientes a los hablantes que
poseen más bajo nivel de escolaridad.
De ahí que en las cabinas de radio y
televisión se hable como si se estuviera en el banco del parque, en las gradas
del estadio o en la esquina del barrio. Tan preocupante realidad se pone
de manifiesto tanto en la comunicación oral como escrita.
Para comprobar los desajustes expresivos en que incurren muchos
comentaristas, basta sintonizar uno que otro de los
tantos programas de opinión que se transmiten en nuestro país. En estos
espacios se oye de todo: gritos, amenazas, insultos, injurias, pronunciación
desastrosa, vulgaridades… Quien así desee confirmarlo,
solo tiene que escuchar, por ejemplo, las inconductas verbales del conductor
estelar del más popular programa de opinión que a través de la radio se
trasmite en horas de la mañana por una de las no menos populares estaciones
radiales de Santo Domingo. Aún recuerdo, y en la red de internet
yace activo el audio, una de las emisiones (19/12/2011) del susodicho espacio,
en la que el precitado y entonces octogenario conductor “truena” y dice lo
siguiente:
” No joda ombe, coño… Se va a joder el programa por la politiquería
de estos dos intolerantes, soberbios y engreídos… En Martínez Pozo y José Laluz,
yo me cago, coño, en ellos dos… Malditos, sinvergüenzas… Espérenme en el
parqueo, jijos e putas…»
En parecidos términos se expresaba, y
aún se expresa, la exregidora y periodista que en la misma estación radial laboraba
en un programa que se transmitía en horas de la tarde
Un popular comunicador de
Santiago, apelando a un código de expresión muy particular, pintoresco y, en
cierto modo lingüística y conceptualmente distorsionador, en su muy
escuchado programa de radio, en lugar de “mataron a un ladrón”, prefiere
informar que: “Calimbaron a un ladrón …”. En
lugar de “la camioneta iba llena de personas…”, se le
escuchará decir que « la camioneta iba «timbó” de personas». Y
en vez de informar que a un ciudadano le robaron, dirá
que a este “le cantaron bingo…”.
Pero no solo los productores de
programas de radio y televisión hieren nuestros tímpanos con sus insultos y
términos descalificadores. Hasta los líderes religiosos también
se desplazan por esos escabrosos senderos de la lengua. Como desafortunadamente
procedió en una ocasión (febrero 2014) el máximo representante de la Iglesia
católica dominicana, cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, al calificar de “sinvergüenza”,
“chusma”, “estúpido”, “perverso”, “lacra”, “cretino”, “pelafustán”, “vil”,
“bestia” e “inescrupuloso” al cura jesuita Mario Serrano, por defender este a
los hijos de los haitianos indocumentados que viven en la República Dominicana.
Mientras
que el productor de televisión y director de la Corporación Estatal de
Radio y Televisión (CERTV), Iván Ruiz, hace apenas dos meses, difundió un video
en el que llama “comemierdas” a
quienes cuestionan su moral:
«Venga
aquí de frente y dígame lo que usted quiera decirme, coño, aquí hay muchos comemierdas,
que quieren jugar con la moral ajena y ya está bueno, uno llega en un momento
en que ya… A mí nadie me puede señalar en este país, y no soy un Santo: pero no
me pueden señalar, para que esos comemierdas estén hablando mierda…»
Debido al fuerte influjo que ejercen
en la sociedad, los profesionales de la información deberían manejar con mayor
prudencia y cuidado el idioma. Deberían tener presente que su
conducta lingüística se constituye en un marco de referencia, susceptible de
ser imitada. Tal y como señala Salvador Gutiérrez, miembro de la Real Academia
Española:
“Existe una tendencia a tomar como referencia a quienes nos hablan
a través de un periódico, de una radio o de un libro. Los periodistas tienen
una mayor responsabilidad sobre el uso del lenguaje porque sus palabras tienen
también una mayor repercusión social”.
En la comunicación escrita el
problema es tan grave como en la oral. Si leemos con detenimiento y
espíritu reflexivo los diferentes diarios que circulan en nuestro país, fácilmente
descubriremos los gazapos y errores gramaticales que en esos medios se
publican. Discordancias, faltas ortográficas,
errores conceptuales, uso inadecuado de los signos de puntuación, corte
indebido de palabras al final del renglón y la presencia de frases ambiguas o
pleonásticas, se destacan entre las más frecuentes de esas irregularidades.
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