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3. 3. Presencia de la metáfora en la lengua de la calle.
Antonio Quilis (España,
1933 – 2003), define la metáfora como un
«cambio semántico por el cual un
significante acepta otro significado distinto al propio en virtud de una
comparación no expresada: el mar de esta vida». Para Fernando Lázaro
Carreter (España, 1923 – 2004) es un «Tropo mediante el cual se presentan como idénticos
dos términos distintos…» (Las perlas de su boca).
En otras palabras , la metáfora se puede definir como la
figura literaria, tropo o cambio semántico a través del cual se establece una
comparación entre dos términos (real y evocado) que guardan una relación de
igualdad o semejanza. Se denominará metáfora
pura cuando entre de los dos términos de la comparación se establece una
identidad semántica, razón por la cual, solo el irreal, evocado o metafórico se
menciona (las perlas de su boca) y metáfora impura, gastada o lexicalizada cuando ambos términos aparecen expresados,
tanto el metafórico como el real o metaforizado (dientes de perla, dientes como la perla). De los conceptos antes
trascritos, bien puede inferirse que
mientras la metáfora pura o literaria pertenece al habla, la impura o
lingüística, corresponde a la lengua.
Siempre se ha dicho que el español dominicano es una lengua
dominantemente metafórica. Significa eso que es bastante común en la práctica
lingüística de los hablantes criollos, no referirse a la realidad aludida de
manera directa, sino a través de las más diversas construcciones metafóricas configuradas
a partir de comparaciones estructuradas en función de los elementos que
conforman su mundo natural y social. Y son esas imágenes, comparaciones o
formas figuradas las que le confieren al discurso cotidiano el perfil ambiguo,
multívoco e impreciso propio del código callejero. Obviamente que se trata de
metáforas gastadas, que por haberse lexicalizados perdieron su emoción original
y poder de sugerencia, logrando, por esa
razón, incorporarse o formar parte del léxico común de los dominicanos.
Merced a lo expresado en el párrafo precedente, en la expresión
callejera abundan las frases de indiscutible peso figurado del tipo : «En el
salón no cabía ni un mandado» ( El salón estaba completamente
lleno) ; « Lo cogieron con las manos en la masa» (Lo sorprendieron “infraganti”, mientras ejecutaba el acto»; «Hablar con el corazón en la mano» (Hablar con sinceridad);«Eso ta feo pa la foto» ( grave,
complicado o difícil ); « Pico de oro»
(Brillante orador) ;« Tirar la casa por la ventana» (
Regalar o vender de manera extraordinaria productos a muy bajos precios) ; « No le pares a eso» (No te preocupes
por eso ); « Esa tipa es una máquina»
(es muy elegante ); «Empezó a coquetearme
y me la tiré» ( la desvirgué); «Ese
tipo tiene sangre de maco» (mucha paciencia)
Pero al
tiempo que metafórica, la dominicana, vale reiterarlo, es al mismo tiempo una
lengua indiscutiblemente fáunica y vegetariana. El mundo animal y vegetal
están permanentemente presentes en las manifestaciones expresivas de los
hablantes dominicanos; pero muy especialmente en el habla callejera:
Así, alusivas a la realidad vegetal en el
código callejero, es posible percibir la presencia de expresiones como las siguientes:
«En lo que dicen berenjena» (Acción
realizada con suma rapidez); «Para obtener su título, tuvo que “guayar la yuca”»
(sacrificarse o trabajar mucho) ; «Nacer como la
auyama» ( Ser muy dichoso ); «Comerse
a alguien con yuca» es insultarlo, humillarlo o decirle fuertes verdades; un «tronco
de hembra» es lo mismo que una mujer
bella y elegante; atrapar a alguien «asando batatas», es sorprenderlo mientras procede en forma inadvertida y muy confiada; ponerse
«como un ají» o «rojo como un tomate» es molestarse , enfadarse o “coger pique”; El más antiguo miembro de un lugar o una institución,
más que eso, será denominado «viejo roble». Del anciano que luce
fuerte y vigoroso se dirá que está «como un campeche», en tanto que se
denominará «ñame» a todo ser humano que
actúe con torpeza y brutalidad; «Tratar por la rama» un problema es enfrentarlo
de manera superficial o poco profunda. Para
resaltar la imposibilidad de superar el problema de conducta no corregido en la
infancia, el botánico refrán no se hace esperar: “Árbol que nace torcido jamás sus ramas endereza”. Y para indicar
que una realidad, aunque desafortunada, tenemos que aceptarla, la frase
utilizada no podía ser menos vegetariana y folklórica: “El tabaco es fuerte, pero que fumárselo…»
El mundo animal, igual o talvez más que el vegetal, está
permanentemente presente en el habla popular dominicana. Esta se nos presenta
pletórica de referencias zoológicas que en forma figurada o metafórica (“tiermetapher” llaman a esa metáfora en
alemán), aluden a las más diversas manifestaciones de la vida nacional.
En nuestro país, por
citar solo algunos ejemplos, a la persona odiosa la llaman “perro”; a la antihigiénica, “puerco”; “gato”, al ladrón; “burro”,
al iletrado ; “chivo” o “culebro”,
al desconfiado o de esquivo proceder; “avispa” y “cacata”, a la mujer
conflictiva o de bélico comportamiento; “pato”, a quien muestra
destrezas al nadar; “gallina”,
al cobarde ;“cotorra”, a quien habla demasiado; “mono o mona” , al hombre o mujer feos; “pichón”, al joven inexperto; “zorro”, al muy astuto, “triguerito”, al
niño travieso o de reducida edad , “pájaro” y “pato”, al
hombre homosexual o afeminado y
“tíguere” al hombre astuto, hábil y delincuente.
Y las frases populares no podían faltar:
«Puerco no se rasca en jabilla», «A otro perro con ese hueso», «Se quedó como
el perico en la estaca», «El negro es comía e puerco…»
Vale
resaltar que así como en el ámbito vegetal, el vocablo “vaina” parece ser la de
mayor presencia o vitalidad en el habla callejera dominicana, en el mundo
animal, ese sitial parecen ocuparlo las voces “chivo” y “tigre”.
Pero lo cierto
es que así se comporta nuestra lengua o variante dialectal llamada español
dominicano: desde que empezamos a hablarla, comenzamos a pasear la flora y la
fauna dominicana por los senderos comunicativos de nuestra cotidiana práctica
lingüística.
Pero no solo la flora y la
fauna dominicanas mantienen vigencia permanente en la también llamada “lengua del trillo”, sino también en el
léxico beisbolístico.
En el habla popular dominicana todo se compara con el béisbol. En otras
palabras, el juego de pelota yace permanentemente presente en nuestra diaria
conversación... A tono con este juicio, ¿cuántas veces no hemos escuchado
frases como las que siguen : «Yo me
atrevo a picharle un juego es dama» ( A una mujer hermosa); «¡Diablo!, ese
nuevo jefe “vino por la goma” o “duro y curvero”»; «Yo estoy pasando por la
peor racha de mi vida”; “Allá abajo, en el barrio, la pelota ta que arde»; «Al ladrón,
¡por fin le hicieron out!» ;« -¡Muchacho!”, ese examen estaba fácil, fue un “flaicito” al cátcher»
Los dominicanos llevamos el béisbol en la sangre, vale decir, nacemos
beisbolista, crecemos beisbolista y morimos beisbolista. Y como el
sujeto-hablante construye sus comparaciones a partir de los elementos que
forman parte de la realidad que lo rodea, no es raro, pues, la continua
presencia del léxico beisbolístico en la expresión callejera dominicana.
El alto poder activo, dinámico y creativo de la lengua callejera dominicana se pone de
manifiesto en la aparición de diferentes formas creadas para designar una misma
realidad. Basta solo pensar en las numerosas denominaciones utilizadas en el
contexto informal para referirse a la moneda nacional, el peso : (“tolete”, “lágrima”, “Duarte”, “aldaba”, “turururo”,
“ripio” y “moña”, etc.), así como para nombrar la vulva, el pene y el acto
sexual.
Si bien es cierto que existe una lengua de la calle común a
todos los hablantes dominicanos, no menos cierto es que cada región, cada
lugar, cada época y cada grupo social posee su código callejero particular.
Significa esto que en el código callejero propio de la cultura idiomática
dominicana están implicadas todas las variantes dialectales de la lengua española:
diacrónica, diatópica, diastrática y diafásica. Cada una de estas variantes,
que en su conjunto conforman lo que se conoce como diversidad lingüística, incide en forma determinante, en el origen,
desarrollo y dinámica interna del dialecto dominicano...
Cuando de los jóvenes se trata, su sociolecto junto con el correspondiente a las variantes típicas del barrio, revelan el uso de nuevas voces y expresiones, a las cuales sus creadores les atribuyen significados muy particulares, cuyo dominio no siempre representa una tarea fácil para el hablante que no comparte de manera habitual dicho sociolecto. En tal virtud, es ya más que común escuchar a un joven o residente en uno de nuestros barrios decir, por ejemplos : «Alante, alante» (está bien, al día, a la vanguardia); «Manín» (amigo); « Qué lo qué» ( Forma de saludo entre amigos»; «Loco» ( amigo, pana) ; “Ahí e’ que prende” ( eso está bueno, eso me gusta) ; «Monstruo» (amigo, pana); «Yo soy la para» (yo soy el que resuelve, el que sé, el protagonista…», «Mangar» (realizar una acción : “Lo busqué, saqué mi tabla y lo mangué…” ); «Componente» (cómplice); «Darle pa’abajo» (matar a alguien); «Junte» (encuentro festivo); «Vuelta» (cualquier acción, momento o circunstancia : : a) « Él siempre se sale con la suya, pero en esta “vuelta” (en esta ocasión) tendrá que pagarme» b) « Qué pasa, cuál es la “vuelta”…» (¿Qué pasa, cuál es el problema?); «Chancear» (dar un chance, una oportunidad); «Tabla» (arma de fuego); «Dime a ver…» (forma de saludo); « ¿Me copiaste?» (¿Me entendiste?
1. 4. A manera de epílogo
¿ ¿Es el lenguaje de la calle exclusivamente de la calle?
Cuando se habla del lenguaje de la
calle, de inmediato se piensa
que se trata de un estilo de lengua empleado de manera exclusiva fuera de los ámbitos
formales por los hablantes de más bajo nivel instrucción. La práctica
lingüística, sin embargo, ha demostrado que no necesariamente es así. Contario a lo que sucedía en tiempos pasados
en el ambiente cultural dominicano, la modalidad callejera de la lengua
coloquial ha desbordado los límites de su entorno natural y penetrado en forma
avasallante en espacios formales que antes estaban estrictamente reservados a
la lengua académica, como son, entre otros, los medios de comunicación y los
centros educativos.
En el aula, ese profesor que antes
tanto cuidaba su forma de expresión, hoy procede con un descuido y una
informalidad que espantan, violentando de esa manera las más elementales normas
de la lengua española. Habla como si
estuvieran en una esquina cualquiera del sector donde reside. Igual ocurre con
los estudiantes. Semejante conducta lingüística se verifica tanto en la escuela
elemental como en la universidad.
En los medios de comunicación, el panorama es aún más preocupante. Allí, especialmente en los programas de opinión de radio y televisión se dice de todo, se oye de todo, se grita, insulta, injuria y pronuncian palabras obscenas o pletóricas de procacidad, y prima el criterio de que se debe hablar y escribir para los iletrados e imitar sus construcciones morfosintácticas y lexicosemánticas; pues solo así, según su errado parecer, esos iletrados y ciudadanos de bajo nivel de instrucción, estarían en capacidad de entender o decodificar los mensajes emitidos por los profesionales.
Esa misma línea de pensamiento
y conducta se repite en las agencias publicitarias y en los partidos políticos,
cuyos anuncios comerciales y textos de campaña política suelen aparecer redactados
y expresados en el nivel callejero de la lengua. Para muestras, dos ejemplos bastan:
«E’pa lante que vamos» y «E’pa fuera que van…», popularizados hace ya muchos
años por uno de nuestros líderes políticos. Como también conviene recordar la
molesta reacción de una diputada por San Pedro de Macorís cuando para alertar a
sus colegas de que ella no cedía ante ningún tipo de presión, voceó en plena
sesión aquello de que «Yo no cojo corte».
El Dr. José Javier Amorós, escritor, abogado y profesor de
oratoria de la Universidad de Córdoba, plantea al respecto lo siguiente:
«Si el orador emplea el lenguaje de la calle para hacer concesiones al auditorio, lo que está haciendo es despreciar al auditorio. Porque lo supone intelectualmente limitado. El orador, cualquiera que sea su nivel, tiene la obligación de contribuir a elevar el lenguaje de la calle. “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”, decía Mallarmé»
SEPTIEMBRE 1/2023
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