domingo, 1 de septiembre de 2019

MI DECESO

 Por: Héctor J. Díaz (*)


 «Yo moriré, no importa. Me he dado mucho gusto, 
he vivido mi vida siempre a cuerpo de rey, 
ni me importa el infierno, ni del cielo me asusto, 
he vivido en la Tierra como chivo sin ley.

 Vendrán a mi velorio muchos nuevos cuentistas, 
los poetas llorones me irán a despedir, 
dos o tres prostitutas fingirán como artistas, 
y exclamarán: “¡El pobre… no debió de morir!”

 Me moriré una tarde, para que haya velorio,
 y todos los borrachos vengan a trasnochar, 
ya por la madrugada, todo será un jolgorio, 
y yo en mi caja tieso, más serio que un fiscal. 

 Bandejas de galletas vendrán de la cocina,
 para decir a todos: “Coged, tomad, venid”, 
y al coger todos juntos será una tremolina, 
como la más castiza del lejano Madrid. 

Al venir la mañana, entierro de tercera,
 para decir a todos lo pobre que morí,
 un grupo de borrachos a paso de carreta, 
con rumbo a Villa Duarte para salir de mí.

 Quedaré allí apretado bajo la tierra dura,
 mientras el alma vague hacia lejano cielo,
 tanto calor que hace en esta sepultura, 
y yo que en mi existencia derroché tanto hielo. 

 Y todo acabará: fama, belleza, gloria, 
mujeres, melodías, merengues, posición, 
solo seré en la tierra el recuerdo de un hombre, 
que quiso en su existencia acabar con el ron » 

 (*) – Héctor J. Díaz (Azua, 1910- Nueva York, 1950) no solo fue un brillante locutor y un muy inspirado y destacado poeta, sino un bohemio a tiempo completo. Su vida se desarrolló en medio de versos, copas y faldas. Libre de encadenadores prejuicios o convencionalismos sociales, vivió a su manera, como le pareció, “como le dio las ganas” o al margen de toda mirada sancionadora. Y hasta su posible muerte, como se aprecia en el poema, la describió de manera muy personal. « Lo cierto es que amó furtivamente a muchas mujeres, – escribió acerca de él uno de sus biógrafos, William Mejía - y de retazos a otras tantas; a las cuales contentó o engañó de manera hasta cruel, y solo se sabe de algún caso en que pareció darle amor sincero a algunas de ellas. Lo que tampoco se puede comprobar, pues en sus años finales parecía dar al alcohol más importancia que a la vida » (Antología poética, 2010: 53) 

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