Por: Domingo Caba Ramos
"Las leyes son como las
telaraña: a través de ella pasan libremente las moscas grandes; pero las
pequeñas quedan atrapadas."
(Honoré de Balzac)
El relato “La
muerte del padre Canales”, del eximio narrador y tradicionalista dominicano,
César Nicolás Penson (1855 – 1901), y contenido en su obra cumbre, Cosa añejas
(1891), constituye el más fiel retrato de las debilidades y podredumbre moral
que históricamente ha afectado al sistema judicial de la República Dominicana.
Demuestra la
brillante narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma y que,
por esa razón, nada tiene de extraño la medida adoptada recientemente por las
autoridades del departamento judicial de San Pedro de Macorís, mediante la cual
le concedieron, de manera irregular, la libertad a un ciudadano (empresario)
que apenas había cumplido año y medio de prisión de los cinco a que fue
condenado por haber intentado asesinar a su esposa en el 2017. Empresario y
esposo que, como el monstruo Juan Rincón, una vez libre logró materializar sus
criminales propósitos, cuando de manera bestial introdujo en el cuerpo de la
madre de sus tres niñas los mortales proyectiles que la excluyeron para siempre
del mundo de los vivos.
El
protagonista de la historia que nos ocupa es don Juan Rincón, descrito por el
narrador como un violento personaje y matón compulsivo, “un ente raro”, “un monstruo” que “acaso padeció lo que llama manía de sangre”
y cuyo origen arrancaba “de familias muy
distinguidas, las primeras de esta capital…”.
Especialista
en agredir mujeres, asesinó a su primera esposa encinta, pero esa horrenda
hazaña quedó impune, “merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que
hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán. Ya antes dizque había metido a
una hija suya en un sótano” (Ídem)
Después de
cometidos estos hechos pudo libremente huir hacia Puerto Rico, donde no tardó
en contraer nupcias por segunda vez. A
esta nueva esposa, muy pronto la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera.
La mujer lo denunció y, en tal virtud, la justicia borinqueña procedió a
deportarlo y “Entonces aquí lo dejaron libre, ¿Cómo no? Por respeto de su tío
el Deán” (Ídem, 59)
Su
insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una larga lista de nuevas
víctimas encabezada por el sacerdote Francisco José Canales.
El crimen
del cura se perpetró y Juan Rincón, por primera vez, fue sometido a la
justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó: « ¿Quién mató al padre
Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió:
«-¡La justicia de Santo Domingo! »
Sorprendido
el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al prevenido:
« ¿Quién mató al padre Canales?»
«- He dicho, insistió
el asesino, que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con
tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran
quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales» (Pág.66)
Merced a tan
contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía
ser más aleccionadora en un momento, como ahora, en el que la justicia
dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los
tiempos de Juan Rincón:
« Jamás inculpación más
grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un
cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia
humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a
mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores
poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección
tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los
fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose
realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden
sustraer a la acción reparadora de la justicia! » (Ídem)
Así,
magistralmente, describe César Nicolás Penson la justicia dominicana del siglo
XIX. Compárela, amigo lector, con el sistema judicial dominicano de pleno siglo
XXI, y estoy seguro que usted, al igual que yo, habrá de concluir afirmando con
las palabras del Nobel de Literatura y afamado novelista, Gabriel García Márquez:
« ES LA MISMA VAINA…»
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