jueves, 5 de septiembre de 2019

LA MUERTE DEL PADRE CANALES, JUAN RINCÓN Y LA JUSTICIA DE SANTO DOMINGO.



 Por: Domingo Caba Ramos

"Las leyes son como las telaraña: a través de ella pasan libremente las moscas grandes; pero las pequeñas quedan atrapadas." 

(Honoré de Balzac)

El relato “La muerte del padre Canales”, del eximio narrador y tradicionalista dominicano, César Nicolás Penson (1855 – 1901), y contenido en su obra cumbre, Cosa añejas (1891), constituye el más fiel retrato de las debilidades y podredumbre moral que históricamente ha afectado al sistema judicial de la República Dominicana. 

Demuestra la brillante narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma y que, por esa razón, nada tiene de extraño la medida adoptada recientemente por las autoridades del departamento judicial de San Pedro de Macorís, mediante la cual le concedieron, de manera irregular, la libertad a un ciudadano (empresario) que apenas había cumplido año y medio de prisión de los cinco a que fue condenado por haber intentado asesinar a su esposa en el 2017. Empresario y esposo que, como el monstruo Juan Rincón, una vez libre logró materializar sus criminales propósitos, cuando de manera bestial introdujo en el cuerpo de la madre de sus tres niñas los mortales proyectiles que la excluyeron para siempre del mundo de los vivos.

El protagonista de la historia que nos ocupa es don Juan Rincón, descrito por el narrador como un violento personaje y matón compulsivo, “un ente raro”, “un monstruo” que “acaso padeció lo que llama manía de sangre” y cuyo origen arrancaba “de familias muy distinguidas, las primeras de esta capital…”.

Especialista en agredir mujeres, asesinó a su primera esposa encinta, pero esa horrenda hazaña quedó impune, “merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán. Ya antes dizque había metido a una hija suya en un sótano” (Ídem)
Después de cometidos estos hechos pudo libremente huir hacia Puerto Rico, donde no tardó en contraer nupcias por segunda vez.  A esta nueva esposa, muy pronto la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera. La mujer lo denunció y, en tal virtud, la justicia borinqueña procedió a deportarlo y “Entonces aquí lo dejaron libre, ¿Cómo no? Por respeto de su tío el Deán” (Ídem, 59)
Su insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una larga lista de nuevas víctimas encabezada por el sacerdote Francisco José Canales.

El crimen del cura se perpetró y Juan Rincón, por primera vez, fue sometido a la justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó: « ¿Quién mató al padre Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió:

 «-¡La justicia de Santo Domingo! »

Sorprendido el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al prevenido: « ¿Quién mató al padre Canales?»

«- He dicho, insistió el asesino, que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales» (Pág.66)

Merced a tan contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía ser más aleccionadora en un momento, como ahora, en el que la justicia dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los tiempos de Juan Rincón:

« Jamás inculpación más grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden sustraer a la acción reparadora de la justicia! » (Ídem)

Así, magistralmente, describe César Nicolás Penson la justicia dominicana del siglo XIX. Compárela, amigo lector, con el sistema judicial dominicano de pleno siglo XXI, y estoy seguro que usted, al igual que yo, habrá de concluir afirmando con las palabras del Nobel de Literatura y afamado novelista, Gabriel García Márquez:

« ES LA MISMA VAINA…»

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