sábado, 8 de noviembre de 2025

LA CARRETILLA


(A mi amigo, don Salvador Lizardo : In Memoriam)

Por: Domingo Caba Ramos

La historia de los pueblos se nutre de realidades. Se alimenta de las gestas o acciones de sus gentes, así como de los símbolos y manifestaciones culturales que los conforman. Merced a esto último, vale decir que cada país, provincia, municipio y sector rural, tiene un río, un árbol, un monumento, un personaje, un centro de recreación, etc. que se traduce en marca, ícono, insignia o sello de identidad de esos espacios geográficos. Símbolos emblemáticos sin cuya mención no es posible escribir la verdadera y completa infrahistoria de cada pueblo.

 Es lo que sucede con «La Carretilla», el otrora, familiar y tradicional restaurant del municipio de Tamboril, el cual; aunque desde hace muchos años clausurado, su imagen todavía late en el recuerdo y en la conciencia de los tamborileños que lo utilizaron como su principal lugar de esparcimiento e intercambio comunicativo durante más de tres décadas.

Don Salvador Lizardo y su hijo Hamfford, propietario y administrador respectivamente del restaurant «La Carretilla»

Allí acudía la familia y ciudadanos independientes a compartir una cena, un trago, un jugo… También a escuchar la canción favorita, debatir el último tema social y reencontrarse con el amigo ausente etc. Y allí iba también la pareja de enamorados a robarse el posible primer beso prohibido e intercambiar las más apasionadas y tiernas miradas de amor.

El vínculo pueblo – restaurant o Carretilla - pueblo era tan íntimo y fraterno, que, entre la administración del negocio y una buena parte de los clientes, se establecían relaciones comerciales que rayaban casi en lo familiar. De ahí que, en más de una oportunidad, yo, acompañado de uno o más de mis parientes, llegaba allí, pedía, consumía y en cualquier momento nos marchábamos sin pagar y sin notificar nuestra retirada.

                                         «Tite» y «Chirrí», los populares camareros del restaurant «La Carretilla»

 Semejante conducta no generaba preocupación en la administración del clásico e inolvidable restaurant, pues dado el vínculo y la confianza existentes, había seguridad de que en cualquier momento dicho pago se materializaría. Y merced a esos mismos vínculos y a esa misma confianza, cuando yo saldaba cuenta, esta nunca la revisaba, como se hace ahora casi con lupa, muy seguro de las altas luces éticas de los amigos propietarios y administradores del negocio.

Tales relaciones de confianza, unidas al superefectivo servicio, no solo del personal administrativo, sino también de los dos ultraefectivos camareros, desgraciadamente idos a destiempo, convirtieron al Restaurant «La Caretiilla» en el sitio obligado utilizado por la familia y población tamborileñas para recrear su espíritu y disfrutar así de un tranquilo y sano momento de solaz esparcimiento.


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