Por : Domingo Caba Ramos
Etimológicamente, la voz “ónimo” es un sufijo compositivo procede del griego ‘onoma’, que significa “nombre”. Podemos encontrarlo en palabras como seudónimo (falso nombre), topónimo (nombre de lugar), antónimo (nombre contrario), homónimo (igual nombre), etc. Y con función de prefijo también estaría presente en un vocablo que a mí se me ha ocurrido crear: «ONIMOFOBIA», el cual, si tuviera que definirlo, lo haría diciendo que es el miedo o desagrado que les produce a muchos hablantes pronunciar el nombre de una persona.
En el español dominicano, por ejemplo, es cada vez más recurrente la práctica de no llamar a la persona por su nombre de pila o por el apodo que la identifica. Así, en el sociolecto de la juventud, notaremos cómo el joven, para referirse a otro de su misma generación, lo llamará” Loco “,” Loca “,” Manín “,” Socio “o” Monstruo “, entre otros términos.
Y en la intercomunicación entre adultos escucharemos cómo al llamar a un hombre, hasta su más fiel amigo le dice “jefe”, “viejo”, “amigo”, “varón”, “comandante”, “caballo”, “ilustre”, "distinguido", “querido”, entre otras innominaciones
A la secretaria o empleada de servicios al cliente, le escucharemos decirle al cliente que apenas conoce: “Mi Cielo”, “Mi Amor”, “Mi vida “y otras frases cuya cursilería y artificialidad saltan a la vista.
Y, como si todo fuera poco, en un entorno donde debe primar siempre el calor humano y la cercanía afectiva como lo es un centro de terapia para niños autistas de la ciudad de Santiago, su directora, a los padres de estos, no los llama por sus nombres. Cuando se dirige a ellos los llama “Papá de Luis …”, “Papá de Juana …”. “Mamá de Ana”, “Mamá de Pedro”, etc.
Extrañamente, para esa directora, esos padres carecer de nombres propios. Todos se llaman “papá de...” o “mamá de…”. Al escuchar esto, se me ocurrió decir con amargura evidente: “Así andan nuestros centros de instrucción…”; mas luego rectifiqué y dije: “Así anda la sociedad dominicana “. Es como si toda acción que lleve estampado el sello de lo esencial o de lo humano, poco a poco se ha ido borrando de la agenda de nuestro diario proceder.
Quizás olvidan quienes así proceden que nada le produce más placer a un ser humano que lo llamen por su nombre. Que eso crea confianza, confiere importancia, fomenta afectos y propicia productivas cercanías. Que para quien lo lleva, escuchar su nombre constituye la más bella e impresionante de las sinfonías, como sabiamente lo entendió Dale Carnegie al decir que:
«El nombre de una persona es para ella el sonido más dulce y más
importante que puede escuchar»

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