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Mientras se trasmitía el programa Telenoticias, un técnico cometió un
error, y eso fue más que suficiente para que su jefe, el comunicador de origen
cubano, Roberto Cavada, le gritara públicamente “animal”.
Con excepción del momento presente, en que me desempeño como profesor universitario, debo confesar que la mayor parte de los años que conforman mi experiencia laboral los he ejercido como dirigente, primero como director de escuela y segundo como gerente de recursos humanos en un prestigioso grupo empresarial de la ciudad de Santiago. Y mi formación y experiencia acumuladas me convencen de que al empleado, cuando comete un error, se le orienta, amonesta y, en última instancia, cancela su contrato de trabajo; pero nunca se le debe irrespetar con palabras, humillar e herir su dignidad. Porque si hay algo que al ser humano siempre debe respetársele, es su dignidad.
Quien dirige, debe controlar sus impulsos e indeseables exabruptos, si en realidad desea que el personal bajo su mando no lo odie y, por el contrario, se identifique con él y con la institución. Y debe recordar que nadie, absolutamente nadie, ha podido lograr que sus dirigidos mejoren sus comportamientos con amenazas, ofensas e injurias. Así solo actúan los jefes mediocres y acomplejados. Los líderes proceden en forma diferente. Un dirigente, por último, debe siempre recordar que la gente responde cuando se le trata con dignidad. Se esfuerza más cuando tiene jefes que le agradan.
Si queremos formarnos una idea acerca del malestar o atmósfera negativa que en el ambiente del trabajo generan los jefes arrogantes, prepotentes y que tratan a los empleados como si fueran cosas, basta leer la respuesta que en una encuesta laboral ofreció un trabajador.
-“¿Por qué decidiste separarte de la empresa?” – se le preguntó.
-“El sueldo es excelente. El trabajo también. Pero mi jefe es insoportable. Es tan difícil trabajar con él que decidí que la vida era demasiado corta para pasarla trabajando con un cretino”- respondió el atribulado trabajador.
Con excepción del momento presente, en que me desempeño como profesor universitario, debo confesar que la mayor parte de los años que conforman mi experiencia laboral los he ejercido como dirigente, primero como director de escuela y segundo como gerente de recursos humanos en un prestigioso grupo empresarial de la ciudad de Santiago. Y mi formación y experiencia acumuladas me convencen de que al empleado, cuando comete un error, se le orienta, amonesta y, en última instancia, cancela su contrato de trabajo; pero nunca se le debe irrespetar con palabras, humillar e herir su dignidad. Porque si hay algo que al ser humano siempre debe respetársele, es su dignidad.
Quien dirige, debe controlar sus impulsos e indeseables exabruptos, si en realidad desea que el personal bajo su mando no lo odie y, por el contrario, se identifique con él y con la institución. Y debe recordar que nadie, absolutamente nadie, ha podido lograr que sus dirigidos mejoren sus comportamientos con amenazas, ofensas e injurias. Así solo actúan los jefes mediocres y acomplejados. Los líderes proceden en forma diferente. Un dirigente, por último, debe siempre recordar que la gente responde cuando se le trata con dignidad. Se esfuerza más cuando tiene jefes que le agradan.
Si queremos formarnos una idea acerca del malestar o atmósfera negativa que en el ambiente del trabajo generan los jefes arrogantes, prepotentes y que tratan a los empleados como si fueran cosas, basta leer la respuesta que en una encuesta laboral ofreció un trabajador.
-“¿Por qué decidiste separarte de la empresa?” – se le preguntó.
-“El sueldo es excelente. El trabajo también. Pero mi jefe es insoportable. Es tan difícil trabajar con él que decidí que la vida era demasiado corta para pasarla trabajando con un cretino”- respondió el atribulado trabajador.
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