domingo, 30 de junio de 2019

ELLOS : MIS PRIMEROS MAESTROS



(Con motivo de el “Día del Maestro“)

 Por: Domingo Caba Ramos

 

                                                Profesores Rodolfo Rodríguez y doña Milagros Luna

A ellos, mis primeros maestros, verdaderos héroes sin nombre, siempre los recuerdo con el respeto y el cariño que siempre les tuve y merecen.

Ellos, mis primeros maestros, ejercieron su labor en medio de las más increíbles precariedades; pero, aun así, formaban, orientaban y enseñaban.

Ellos, mis primeros maestros, carecían, en su mayoría, de títulos pedagógicos; pero ejercían su noble oficio asido de las herramientas no académicas de la pasión, el amor, la entrega y la responsabilidad.

 Ellos, mis primeros maestros, algunos apenas ni siquiera el título de Bachiller poseían, y, muy, pero muy pocos, lo más que alcanzaban era al nivel de Profesorado (especie de prelicenciatura hoy ya eliminado del sistema universitario) y de Maestro Normal; mas, a pesar de eso, en el proceso enseñanza – aprendizaje sabían cómo guiar, estimular y orientar a sus alumnos.

Ellos, mis primeros maestros, no podían ni necesitaban, para demostrar sus saberes, anteponerles a sus firmas las muy ufanantes o presuntuosas siglas de Lic. y M.A.; pues esos saberes ellos lograban ponerlos de manifiesto en sus prácticas pedagógicas, vale decir, enseñaban. Y enseñaban, como bien lo recomendó la eximia poetisa, Maestra y Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral,” con la actitud, el gesto, la palabra


                                                                             Profesor Noel Ramón Peralta (Monche)

Ellos, mis primeros maestros, devengaban sueldos de miseria e ignoraban por completo eso que hoy se llama Seguridad Social; pero, a pesar de eso, cumplían en forma estricta con sus responsabilidades docentes.

 Ellos, mis primeros maestros, inspiraban respeto, sabían darse a respetar y lograr la disciplina en el aula, sin humillar, vejar, maltratar o “envenenar el alma” de los alumnos.

Ellos, mis primeros maestros, supieron impartir docencia en estrechos y calurosos espacios a generaciones de estudiantes cuyas matrículas, en ocasiones, superaban considerablemente el número de asientos disponibles; pero, a pesar de eso, realizaban ingentes esfuerzos para, como bien lo recomendaba el afamado pedagogo argentino, Imídeo Nérici (1925 – 1999), despertar la curiosidad y mostrar “los valores de la cultura” a sus alumnos, y orientar “por la convicción, por la persuación,por el ejemplo, y nunca por la distancia, la indiferencia o los caprichos”


 
                        Profesor Pedro M. Reyes

Y ellos, mis primeros maestros, formaban y enseñaban, sencillamente, porque eran verdaderos MAESTROS.

La mayoría de ellos aún yacen gravados con imborrables letras en el nicho de mis recuerdos entrañables: Noel Ramón Peralta (Monche), maestro de mis primeros años del nivel primario; Leonardo Estrella, maestro de sexto curso, Esc. Primaria e Intermedia “Juan Pablo Duarte”, San Víctor, Moca). En este mismo centro ( séptimo y octavo),  recuerdo también, con afectos inigualables, los nombres de  Rodolfo Rodríguez (Q.E.P.D.), Inglés y Geografía); doña Milagros Luna, esposa del anterior (Ciencias Naturales); Luis Jiménez (Q.E.P. D.), Español), y Pedro Maximino Reyes (Matemáticas), todos capitaneados por su dinámico director, profesor Joaquín Medina, un ser a quien los estudiantes mucho respetábamos y apreciábamos debido a su forma prudente, profesional, humana y respetuosa de comportarse.

                                                                                         Profesor Leonardo Estrella

De esos, mis primeros maestros, unos ya fallecieron, mientras que otros, agraciadamente, todavía respiran, pletóricos de vitalidad. Debido a mi formación y oficio docentes, parecería que a cada uno de esos distinguidos educadores hoy yo debería verlos como mis colegas; pero no, sea cual sea mi rol y nivel profesional, a cada uno siempre los veré, simple y llanamente, como mis maestros. Y con motivo de celebrase este domingo el “Día del Maestro “, yo debo decirles a ellos, mis primeros maestros, con las palabras de otro gran Maestro, Pedro Mir:

 «Maestro:

 Jardinera de cátedras, tu mano se ha

alargado de adioses infinitos.

Mas, no importa. Tu mano sembradora

eternamente enflorará el cultivo.

Siempre tu voz palpitará en el aula

como un millón de corazones vivos.

Siempre tu voz acoplará el recuerdo

con la emoción de desflorar un libro.

Y habrá un intenso volotear de angustia

en el alón de tu recuerdo vivo…»

 





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