(Con motivo de el “Día del Maestro“)
Por: Domingo Caba Ramos
Profesores Rodolfo Rodríguez y doña Milagros Luna
A ellos, mis primeros maestros,
verdaderos héroes sin nombre, siempre los recuerdo con el respeto y el cariño
que siempre les tuve y merecen.
Ellos, mis primeros maestros,
ejercieron su labor en medio de las más increíbles precariedades; pero aun así,
formaban y enseñaban.
Ellos, mis primeros maestros, carecían
de títulos de licenciado y maestría en educación; pero, a pesar de eso,
formaban y enseñaban.
Ellos, mis primeros maestros, algunos
apenas ni siquiera el título de Bachiller poseían, y, muy pocos, lo más que
alcanzaban era al título de Profesorado (universitario) y de Maestro Normal (primario);
pero, a pesar de eso, formaban y enseñaban.
Ellos, mis primeros maestros, no
podían ni necesitaban, para demostrar sus saberes, firmar sus documentos
personales con las muy”exhibidas“siglas de Lic. y M.A.; pues lo más
importante era que en sus prácticas pedagógicas formaban y enseñaban. Y
enseñaban, como bien lo recomendó la eximia poetisa, Maestra y Premio Nobel de
Literatura, Gabriela Mistral,”con la actitud, el gesto, la palabra“
Profesor Noel Ramón Peralta (Monche)
Profesor Noel Ramón Peralta (Monche)
Ellos, mis
primeros maestros, devengaban sueldos de miseria e ignoraban por completo eso
que hoy se llama Seguridad Social; pero, a pesar de eso, muy rara vez faltaban
o llegaban tarde a cumplir con su trabajo. A pesar de eso, formaban y
enseñaban.
Ellos, mis
primeros maestros, inspiraban respeto, sabían darse a respetar y lograr la
disciplina en el aula, sin humillar, vejar, maltratar o “envenenar el alma” de
los alumnos.
Ellos, mis primeros
maestros, supieron impartir docencia en estrechos y calurosos espacios, a
generaciones de estudiantes cuya matrícula, en ocasiones, superaba considerablemente
el número de asientos; pero, a pesar de eso, formaban y enseñaban.
Profesor Pedro M. Reyes
Y ellos, mis primeros maestros, formaban y enseñaban, sencillamente, porque eran verdaderos MAESTROS. La mayoría de ellos aún yacen gravados con imborrables letras en el nicho de mis recuerdos entrañables: Noel Ramón Peralta (Monche), maestro de mis primeros años del nivel primario; Leonardo Estrella (Prof. de sexto curso, Esc. Primaria e Intermedia “Juan Pablo Duarte”, San Víctor, Moca). En este mismo centro ( séptimo y octavo), recuerdo también con afectos inigualables, los nombres de Rodolfo Rodríguez ( Prof. de Inglés y Geografía), doña Milagros Luna, esposa del anterior (Prof. De Ciencias Naturales), Luis Jiménez (Prof. de Español) y Pedro Maximino Reyes (Prof. de Matemáticas), todos capitaneados por su dinámico director, profesor Joaquín Medina, un ser a quien los estudiantes, mucho respetábamos y apreciábamos debido a su forma prudente, profesional , humana y respetuosa de comportarse.
Profesor Pedro M. Reyes
Y ellos, mis primeros maestros, formaban y enseñaban, sencillamente, porque eran verdaderos MAESTROS. La mayoría de ellos aún yacen gravados con imborrables letras en el nicho de mis recuerdos entrañables: Noel Ramón Peralta (Monche), maestro de mis primeros años del nivel primario; Leonardo Estrella (Prof. de sexto curso, Esc. Primaria e Intermedia “Juan Pablo Duarte”, San Víctor, Moca). En este mismo centro ( séptimo y octavo), recuerdo también con afectos inigualables, los nombres de Rodolfo Rodríguez ( Prof. de Inglés y Geografía), doña Milagros Luna, esposa del anterior (Prof. De Ciencias Naturales), Luis Jiménez (Prof. de Español) y Pedro Maximino Reyes (Prof. de Matemáticas), todos capitaneados por su dinámico director, profesor Joaquín Medina, un ser a quien los estudiantes, mucho respetábamos y apreciábamos debido a su forma prudente, profesional , humana y respetuosa de comportarse.
De esos,
mis primeros maestros, unos ya fallecieron, mientras que otros, agraciadamente,
todavía respiran, pletóricos de vitalidad. A cada uno de ellos, con motivo de
celebrase este domingo el “Día del Maestro“, yo debo decirle con las palabras
de otro gran Maestro, Pedro Mir:
« Maestro:
Jardinera
de cátedras, tu mano se ha
alargado de
adioses infinitos.
Mas, no
importa. Tu mano sembradora
eternamente
enflorará el cultivo.
Siempre tu
voz palpitará en el aula
como un
millón de corazones vivos.
Siempre tu
voz acoplará el recuerdo
con la
emoción de desflorar un libro.
Y habrá un
intenso volotear de angustia
en el alón
de tu recuerdo vivo… »
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