Por : Domingo Caba Ramos
Nuestros líderes políticos, religiosos, artísticos y deportivos se constituyen el ejemplo o modelo a imitar por las personas que los siguen, especialmente, por los niños, jóvenes y adolescentes. Un líder, por esta razón, es una especie de divo y, en tal virtud, debe ser sumamente cuidadoso con su comportamiento público.
El líder auténtico de reunir una serie de requisitos que son los que, en última instancia, conforman el perfil requerido para que sea considerado como tal. Entre esas condiciones, la prudencia, la humildad, el trato justo y equilibrio emocional parecen situarse a la cabeza de la lista.
La conducta del líder, pues, tiene necesariamente que estar articulada al perfil que le ha trazado la sociedad o de lo contrario la sanción colectiva no se hará esperar.
En lo que atañe a su comportamiento lingüístico, el liderazgo nacional, tanto en el pasado como en el presente, no le ha brindado los mejores ejemplos al pueblo dominicano. El elevado nivel que todos esperamos en el debate de las ideas desciende y se arrastra con frecuencia, abarrotando el habla cotidiana de las más soeces frases y de los más contundentes calificativos.
Al doctor José Francisco Peña Gómez, por citar solo algunos ejemplos, recuerdo que Juan Bosch solía llamarlo “loco” y “degenerado”, en tanto que a Jacobo Magluta, públicamente lo llamó “homosexual”
Refiriéndose también a Peña Gómez, el Cardenal López Rodríguez utilizó en una ocasión veintiocho calificativos contundentes con el fin de restarle méritos a la imagen pública del extinto líder del P.R.D. Y años después, en la campaña electoral de 1996, el candidato Hipólito Mejía llama “gallina” a su contrincante, Leonel Fernández, el cual riposta llamándole “burro” al primero. Así, con esa “ejemplarizadora” gallardía se comportan los líderes que le sirven de espejo a la nación dominicana. El ataque personal, las acusaciones y contraacusaciones se imponen al debate de las ideas. El fanatismo se impone al juicio racional
La manera como socialmente debe comportarse un dirigente o líder, pero fundamentalmente un gobernante, aparece magistralmente expresada en los consejos que le diera Don Quijote a Sancho Panza en el momento en que a su iluso escudero los duques le hicieron creer que había sido juramentado gobernador de la Ínsula Barataria. A saber:
1. Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio, no podrá errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puedes imaginarte.
2. Has gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos que te cansarán.
3. Si acaso viniere a verte, cuando estés en tu ínsula, alguno de tus pariente, no lo deseches ni lo afrentes; ante le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo él hizo, y corresponderás a la naturaleza bien concertada.
4. Si trajeres a tu mujer contigo, enséñala, adoctrínala y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirí un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.
5. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como entre los sollozos e importunidades del pobre.
6. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
7. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.
8. Sé templado en el beber, considerando que demasiado vino no guarda secreto ni cumple palabras.
9. No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que muchas veces los traes tan por los cabellos que más parecen disparates que sentencias.
Ojalá que nuestros funcionarios y dirigentes políticos leyeran y pusieran en práctica todos estos ilustradores consejos. Solo así el debate ideológico podría elevarse a la altura de la investidura de cada uno de ellos, y ante los ojos del mundo, nuestras contiendas electorales comiencen a verse con un perfil más civilizado y revistada de menos salvajismo.
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