Por: Domingo
Caba Ramos
«El tránsito
es un reflejo de la sociedad. Es una radiografía de lo que pasa en el alma de
un pueblo. Si tú visitas un país desconocido, y tú quieres saber cómo es la
gente de ese país, mira cómo se maneja…»
(Dr. José
Dúnker: Siquiatra dominicano)
Manejar un
vehículo de motor me pareció siempre un acto racional o una acción que sólo una
persona o ser dotado de pensamiento podía ejecutarla. ¡Pero cuán
equivocado estaba yo! Porque, aunque corro el riesgo de faltarles
el respeto a los caballos, estoy convencido, y así debo confesarlo, de que en
la República Dominicana, nuestros potros, potras y yeguas cuentan también con
la privilegiada capacidad de conducir un carro, un camión, una guagua, una
yipeta o una camioneta.
Aunque hablo
de potros, talvez lo más propio y lógico sería llamarlos de otras mane-
Ras o con el
nombre de otro animal más tosco (mulo, burro, toro …), por aquello de que el
caballo es el animal que más fácil se domestica.
Párese en un
punto cualquiera de nuestras calles y carreteras o decida usted mismo ejecutar
la heroica hazaña de guiar un vehículo en la República Dominicana, y muy
pronto se encontrará con más de uno de estos potrillos o seres de la pradera
sentados frente a un volante. Identificarlos resulta sumamente fácil. Los
taxistas, camioneros, conductores de jeepetas y guaguas “voladoras”, parecen
romper los más complicados records de la imprudencia y mala educación.
«Por
sus hechos los conoceréis…» Veamos:
a) Las luces
direccionales, para ellos, parecen estar despojadas por completo de su
semiótica función, comunicadora y simbólica esencia, vale decir, no son más que
simples adornos. Los giros que estas luces indican ningún mensaje le transmite
al desesperado cuadrúpedo que va detrás del conductor que las enciende.
b) La
luz verde del semáforo apenas acaba de hacer acto de presencia, cuando de
inmediato se escucha, cual relincho maldito, el grito satánico y permanente de
la bocina del potro. Este gemido bestial, en ocasiones se escucha aun cuando se
mantiene fija la luz roja en el susodicho aparato electrónico.
c) El
conductor, antes de girar a la izquierda, debe esperar que la flecha del
semáforo así lo indique. Detrás, subido en moderna yipeta, un rumiante vocea,
insulta, ladra y activa de manera permanente el escándalo infernal originado
por sus potentes bocinas, con el fin de presionar al otro que respetuosamente
aguarda delante a que realice el giro antes de que la referida flecha aparezca.
d)
Aquella fresca y dominical tarde de primavera yo subía tranquilamente por
la calle Del sol, Santiago de los Caballeros (una vía y en preferencia), y
embriagado mi espíritu con las románticas y no menos poéticas canciones de José
Luís Perales. Cual brioso alazán que inicia loca carrera en el hipódromo, un
anciano, sin detenerse en la intersección, cruza dicha calle a toda velocidad.
Para no impactarlo, tuve que frenar de repente. El anciano, no conforme con su
falta y torpe conducta, se detuvo, y de su boca casi nonagenaria emanaron los
más contundentes y pestilentes improperios. Jamás en mi vida había conocido un
viejo más “malcriado” que el semental de dos pies que aquella fresca y
dominical tarde de primavera tuvo a punto de destruir la metálica estructura de
mi verde Toyota Camry y expulsarme para siempre de este complicado, pero
deseado mundo de los mortales.
d) La
caballerosidad y la cortesía son cualidades que nunca han encontrado espacio en
el cerebro primitivo de estos potros conductores. Por eso injurian, desafían,
agreden, manipulan armas, cierran el paso y a nadie se lo conceden en
situaciones especiales, tengan o no preferencias. La violencia constituye el
rasgo por excelencia de su irracional comportamiento
e) No hay
bocina que suene más que la del vehículo conducido por uno de estos indeseables
habitantes del corral. No importa la hora y el lugar. Tocar insistentemente
este sonoro artefacto, para ellos, más que un placer, se constituye en una
desagradable manía.
Hasta aquí,
solo unas pocas muestras. Observe con detenimiento el comportamiento de los
conductores que se desplazan en sus vehículos por nuestras vías públicas, y
usted, como yo, posiblemente tenga que decir con asombro inocultable:
Existe “un
país en el mundo” llamado República Dominicana donde los potros también
poseen el don de conducir un vehículo de motor.
(PUBLIVADO EN DIARIO LIBRE : 14/2/2025 )
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