En torno a la
novela ¡Ay de los vencidos!
Por : DOMINGO CABA RAMOS
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«Cuando se
piensa en los dolores sufridos por esta tierra durante los
primeros días de la ocupación militar, no hay palabras para poder traducir los
sinsabores de los dominicanos…»
Rafael
Damirón (*)
En otra misiva escribe el para entonces llamado “gavillero “(**), Leonardo Silva, lo
siguiente:
«Yo sé que si
caigo en manos de las tropas americanas me harán como a
Fidel Ferrer: me atarán a un poste del camino, me dejarán morir de hambre, me
acercarán el agua a los labios sin dejármela beber, me escupirán el rostro, y
cuando ya no encuentren otras crueldades con que
martirizarme, me cortarán las manos, me quemarán y me ahorcarán, dejándome
podrir colgado de un árbol a la vista de los espantados caminantes…» (p.101).
La barbarie o
inhumanas prácticas de los militares interventores, entre cuyos representantes desempeñó un papel protagónico
el temible capitán Taylor, aparece igualmente plasmada en el descriptivo párrafo que a continuación se
transcribe:
«Cuando los
soldados de Merkle y de Taylor se bifurcaban por aquellos campos (del este), el
alma de las cosas se sobrecogía de terror, las bestias abandonaban sus pastos,
los pájaros sus nidos, el movimiento de las hojas parecía paralizarse y hasta
la luz del sol llena de ira, enrojecía las sendas de
los hunos que pasaba. Allá disparaban con sus ramas y dejaban con el corazón
partido a una mujer que huía a su presencia, temerosa de ser violada por la
impudicia incontenible de los bárbaros; aquí dejaban colgando del ramo de algún
árbol del camino, a un pobre hombre que no quiso mentir denunciando la
presencia de los rebeldes; más adelante prendían fuego en el hogar que abandonara una familia ocultándose a
su paso entre los montes más cercanos; quedaban, era seguro, sin
cruz, sin oración, sin lágrimas, niños, ancianos y mujeres que después de ser
profanadas con los más despreciables actos de lujuria, eran arrastradas a la
luz del sol para que, como lo vieran ojos humanos, las jaurías ambulantes
destrozaran sus senos y comieran sus entrañas…» (págs..
76/77)
Y
también en el relato que narra la forma como se ejecutó el crimen
perpetrado en contra de un anciano, preso y acusado de proteger a
los dominicanos que enfrentaron a las tropas interventoras:
«El anciano
Juan Rincón era acusado de proteger a los rebeldes, y amarrado fuertemente por
ambas manos debía sufrir las terribles interrogaciones de Taylor. Un cadáver
infundía menos pena que el rostro de aquel hombre lleno de espanto y de terror.
Cuando Taylor fue avisado de lo ocurrido, dejó su copa, agarró la botella de
whisky que le servía de constante compañera …» (p.77). Y luego de formularle un par de
preguntas,“lo levantó del suelo por los cabellos, y rompiéndole la frente
la botella que llenó de sangre la barba encanecida de la víctima
… y tirando de la cuerda las manos del anciano, la unió a la cola de un
caballo, hizo dos disparos al aire, y la bestia asustada partió a escape
arrastrando por las calles el cuerpo de la víctima. Detrás, riendo, gozosos de
su infamia, corrían Taylor y los suyos, mientras la bestia espantada ganaba a
todo galope la distancia» (p.78)
Las fuerzas
de Leonardo Silva, que por allí merodeaban «se dieron a socorrer a la
víctima, y bajo las balas que disparaban los soldados de Taylor, detuvieron la
bestia y recogieron muerto y destrozado al pobre anciano». Tan
bestial como esto, fue violar a una adolescente de catorce años y luego sacarle
los ojos.
A todo lo
escrito hasta aquí, debemos agregar dos formas de torturas no menos espantosas
e infernales aplicadas por los soldados gringos a los rebeldes dominicanos,
sometidos a prisión: a las mujeres le introducían “bigañuelos” o
pequeños ratoncitos en sus vaginas, en tanto que a los hombres los llevaban a una zona
abejera y frente a un sol ardiente los colocaban en medio de una
balsa de arena, dejándoles al descubierto solo sus cabezas completamente
cubiertas de miel.
Queda
demostrado, pues, que los casos de torturas y humillaciones denunciados al
mundo en el año 2004 por prisioneros de guerra iraquíes no
es más que la reiteración de una vieja práctica llevada por el ejército
estadounidense en todas las naciones cuya
soberanía resulta vulnerada o pisoteada por sus botas mansilladoras.
Notas :
(*) – Además de ¡Ay de los vencidos! (1925), otras
novelas escritas por Rafael Damirón, nativo de Barahona, fueron: Revolución (1940),
Monólogo de la locura (1944), La cacica (1944), ¡Hello,
Jimmy! (1945) y Del cesarismo (1909).
(**) – Gavillero fue el término
referido al campesino dominicano alzado contra la ocupación norteamericana
(1916/1924)
(PUBLICADO EN
DIARIO LIBRE : 24/1/2025)
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