Por: DOMINGO CABA RAMOS
¿Por qué se originan tales fallas?
Sencillamente, porque no prestamos atención a
quien nos habla, dedicamos poco tiempo a escuchar con empatía y en la conversación
no esperamos que el otro termine de hablar, vale decir, lo interrumpimos
constantemente para terminar lo que está diciendo o para expresar “una idea brillante” que se nos ha
ocurrido acerca del tema tratado. En otras palabras, porque muchas personas
solo transmiten o hablan más que lo que oyen y, en tal virtud, centran su
atención más en lo que dicen que en lo que escuchan.
Merced a los planteos precedentemente
externados, bien puede afirmarse que la escucha activa, especialmente en la
República Dominicana, se encuentra muy, pero muy en crisis. Y esto, desde el
punto de vista psicológico, quizás se deba a que en ocasiones procedemos asido
a un elevado autoconcepto tan fijo o consolidado en nuestra conciencia que, consciente o inconscientemente, nos
conduce a pensar que en un determinado conversatorio solo importa el punto de
vista del yo, no así la opinión o juicio del tú. De ahí que siempre he considerado que el
protagonismo discursivo constituye la más auténtica expresión de las mentes
mediocres, egocéntricas, presumidas o carentes de humildad.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873 – 1967), el célebre escritor español, miembro prominente de la Generación del 98 y uno de los más finos prosistas de la lengua española, en su muy citado libro “El político” (1946), sostiene al respecto lo siguiente:
«Una de las artes más difíciles es saber escuchar. Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta tanto el escuchar con discreción. Entre todos los que conversan, unos no conversan, es decir, se lo hablan ellos todo; toman la palabra desde que os saludan y no la dejan; otros, si la dejan, os acometen con sus frases apenas habéis articulado una sílaba, os atropellan, no os dejan acabar el concepto; finalmente, unos terceros, si callan, están inquietos, nerviosos, sin escuchar lo que decís y atentos sólo a lo que van ellos a replicar cuando calléis» (Espasa, p. 43)
Como
bien puede apreciarse, Azorín, en forma magistral, clasifica al sujeto - oyente en tres
categorías, a partir de las “mañas” que este muestra o pone de manifiesto en el
intercambio comunicativo. A saber:
1. Los que hablan, hablan sin parar y no hay manera de que se callen. Saben muy bien cómo iniciar el discurso; pero se les hace bastante difícil o parecen ignorar por completo cómo terminarlo.
2. Los que callan o guardan silencio momentáneamente o durante apenas segundos; pues en el mismo momento en que el otro comienza a hablar, de inmediato lo interrumpen.
3.
La tercera categoría, según Azorín, está conformada por un grupo muy singular de
oyentes : por aquellos que a pesar de mantenerse callados y
no interrumpir al
interlocutor , no están, sin embargo, escuchando absolutamente nada de lo que este dice ; pues en lugar de concentrarse, con el fin de
desentrañar el sentido profundo del mensaje percibido, solo están atentos a los
que deberán decir tanto pronto el otro termine de hablar. Su nerviosismo,
inquietudes y lenguaje del cuerpo así lo revelan o ponen de manifiesto el deseo
del receptor de que emisor –hablante concluya lo más rápido posible su discurso.
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