Por: Domingo Caba Ramos
“Dios nos dio dos oídos y una boca por una buena razón:
debemos escuchar el doble de lo que hablamos”
(Anónimo)
De izq. a derecha Dr. Guerrero Heredia y Agustín Laje
El debate es
uno de los llamados géneros discursivos de la comunicación oral. Consiste en la
discusión mediante la cual dos o más personas emiten opiniones contrapuestas
acerca de un tema determinado. Su propósito es, pues, vencer el punto de vista
del interlocutor.
Para que un
debate se desarrolle con el rigor científico o académico esperado, deben
cumplirse, entre otras, las siguientes condiciones:
1. Sólido dominio del tema que se debate
2. Presentarse al debate vestido con el
científico traje de la humildad o antiarrogancia y animado solo con la intención de aportar al
conocimiento y no de avasallar o ridiculizar al otro; armado solo de
juicios contundentes y no de la subjetiva presunción del “sabio” o del “intelectual” que siempre
tiene la razón.
3. Escuchar con atención al oponente y
no interrumpirlo mientras habla.
4. Respetar el tiempo y demás reglas establecidas para el debate
5. No descalificar o subestimar al otro.
6. Nunca salirse del tema que se está
debatiendo.
7. Tratar de convencer con argumentos de
irrebatible rigor académico y no con gritos
ni elevación del tono de voz
8. Evitar los insultos.
9. Combatir siempre el punto de vista
del otro y no a la persona que lo sustenta ( Falacia Ad –hominem o contra el hombre )
10. Ser preciso y conciso, vale decir,
evitar argumentar más de la cuenta.
¿Por qué a
un dominicano se le hace tan difícil debatir de manera profesional? ¿Por qué el
argentino Agustín Laje parece llevar la voz cantante cada vez que debate con un
dominicano el muy polémico tema del aborto y sus tres causales?
Sencillamente, porque la mayoría de dominicanos, en la comunicación oral,
no tiene control de sus emociones. Y por ser así, explota, se irrita, grita,
habla fuerte, insulta, amenaza, descalifica, interrumpe constantemente al que
habla, abandona la discusión… En fin, se trata de un ser, preparado para
argumentar, no para escuchar; para convencer, no para que lo convenzan. Y lo peor de todo: está muy, pero muy
convencido de que en un debate o discusión, quien más eleve el tono de voz, más
alto hable y menos deje hablar al otro, es el que más razón tiene.
Para validar lo expresado en el párrafo precedente, muy importante resulta
escuchar el debate Laje – Faride Raful, en julio del 2019. Mientras el polémico
y politólogo argentino exponía sus argumentos, la hoy senadora de la República
Dominicana por el PRM acariciaba sin cesar la pantalla de su teléfono celular o
reaccionaba en silencio con una risa preñada del más evidente y descalificador
histerismo.
Algo parecido sucedió hace apenas tres semanas en el debate sobre el mismo
tema, llevado a cabo entre Laje y el destacado médico psiquiatra dominicano, Dr.
Héctor Guerrero Heredia. Apenas el
primero abría la boca cuando ya el segundo, exaltado o casi fuere de sí, lo
estaba interrumpiendo. Y lo mismo sucedió en el debate sostenido entre Laje y
el comunicador José Luluz. La
desesperación y el descontrol emocional de este fue tal, y sus interrupciones
fueron tantas que de una hora y cincuenta y cinco minutos que duró el debate,
él, Laluz habló durante una hora y diez minutos y el otro cuarenta y cinco
minutos.
En la red aparecen dos videos en donde se ve a Laje debatiendo el tema
que nos ocupa con una historiadora argentina y con una politóloga guatemalteca.
Fue muy emocionante para mí observar
cómo tanto la historiadora como la politóloga permanecían en estricto silencio,
mientras el teórico argentino hablaba. Fue entonces cuando llegué a la
siguiente conclusión:
Todo parece indicar que al dominicano promedio, mientras el otro
habla, humanamente le resulta imposible
permanecer callado o “escuchar con discreción”,
como bien lo recomendaba ese genio de la prosa española y miembro de la
Generación del 98, José Martínez Ruiz (Azorín).
Quien desee confirmar lo antes expresado, solo tiene que sintonizar uno
cualquiera de los programas de entrevistas, opinión o de variedades que se
difunden diariamente a través de los diferentes canales de televisión de
nuestro país. Muy pronto se encontrará hasta con cinco personas hablando a la
vez, y si se trata de una entrevista, el entrevistador parece apostar a quién
habla más, si él o el entrevistado. Este
apenas puede hablar debido a las constantes, imprudentes e inoportunas
interrupciones del primero.
En fin, la posibilidad de que un debate mantenga en nuestro país su
esencia académica, choca por completo con el perfil lingüístico de los
dominicanos. Y es que no puede ser
profesional el debate, allí donde impera el monólogo o donde todos hablan, pero
nadie escucha. Y esta conducta, desafortunadamente, se constituye en el rasgo
por excelencia de los nativos de la patria de Duarte cuando se expresan de
manera oral; pero muy especialmente, cuando debaten o discuten un determinado
tema.
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