martes, 2 de abril de 2013


DESDE LAS ALTURAS DEL PEÑON.
 (Breve crónica de una caminata anunciada)

Por: Domingo Caba Ramos

“La belleza del monte es múltiple, infinita, cuando lo dora la luz del sol, cuando lo azota la tormenta, cuando lo bate la lluvia, a toda hora, en cada estación, eternamente...”

 (Francisco Moscoso Puello: Cañas y bueyes)


 Domingo, 7 de agosto de 1994.

 Cuando el reloj marcó las 9:00 a.m., ya todos los socios ( activos y honorarios) del Club Rotario Tamboril estábamos concentrados alrededor de los tres vehículos que nos trasladarían hasta la entrada del angosto sendero que conduce hacia una de las más impresionantes y talvez menos exploradas de las elevaciones pertenecientes a la Cordillera Septentrional: El pico Peñón.

 En el seno del pueblo la mañana ardía. Mañana calurosa de agosto. Mañana de verano. Más, allá, en el corazón de la montaña, divisábamos la presencia de espesos y negros nubarrones, los cuales parecían anunciar la llegada inminente de la lluvia refrescante.

 Una simple señal del Ing. Agrónomo Domingo Rodríguez, quien además de fungir de cicerón tuvo a su cargo la coordinación de todo lo relativo al muy instructivo y recreativo viaje, bastó para que de inmediato emprendiéramos la marcha.

 Apenas unos pocos minutos de carrera y ya nos encontrábamos ascendiendo por la empinada carretera que comunica las comunidades de Canca La Piedra y Carlos Díaz.

 Las veloces camionetas, diestramente piloteadas por don Pablo Henríquez, Porfirio Guzmán y el veterano mecánico Danilo Rodríguez, mejor conocido con el mote de “San Víctor”, más que correr, parecían danzar al tener que moverse de manera irregular por la tortuosa y bailarina ruta.

 Antes de las diez llegamos a la comunidad de Arroyo del Toro. Aquí estacionamos los vehículos para iniciar nuestra caminata hacia la entrada del monte, y aquí también apareció Julián, el atento jovencito que nos sirvió de guía.

 - “Allá, en el pico, nadie debe lanzar desperdicios, escribir nombres en los árboles ni mucho menos extraer plantas para llevar a sus hogares” - sentenció el Ing. Rodríguez, actual macero del Club, consagrado ecologista y dos veces presidente de la Sociedad Ecológica del Cibao (SOECI). Y sin mediar palabras dio comienzo a sus botánicas explicaciones:

 - “¿Ustedes ven aquellas matas, parecidas a la palma? Esas son las manaclas y pertenecen a la misma familia de la cana, el guano, coco, es decir, al grupo de las llamadas plantas palmeras…”

Empezamos a subir.

 Muy pronto la respiración de todos se tornaría más acelerada, los pasos más lentos y largas columnas de sudor comenzarían a descender por los cuerpos agotados.

 Producto del cansancio, Albita, cual Jesucristo azotado, completó su tercera caída. A don Félix Henríquez lo vimos rodar como el ágil pelotero que se desliza en el robo de base, en tanto que al doctor Carlos Tejada fue necesario “remolcarlo” y hasta se valoró la posibilidad de aplicarle respiración boca a boca.

 - “Esa otra mata - continúa nuestro orientador - se llama Guayullo y suele utilizarse como insecticida o repelente de insectos”.

 - “Cuando yo nací - amplía don Braulio López, con aire de experto naturalista - ya los campesinos lo usaban como repelente, así cuando las gallinas tenían piojillos les forraban el nido de guayullo e inmediatamente el piojillo moría”. Luego le escucharíamos susurrar, con orgullo inocultable: - “Ven, que yo no soy fácil”.

 En el transcurso de la travesía hubo un momento de tensión e inquietud y fue que Carlos José Rosario, presidente de los rotarios excursionistas, desapareció sorpresivamente y no respondía a nuestros insistentes llamados. Cuando reapareció pudimos comprobar que el “presi” no se había extraviado ni estaba realizando “oficio particular alguno de carácter fisiológico”,  como pensaban mentes morbosas, sino devorando guayabas en medio de la espesura del bosque.

 Pero a pesar de las dificultades, logramos llegar hasta la misma cima del Peñón.

 - “La cumbre del Peñón - interviene nuevamente Domingo - es el límite exacto entre las provincias de Santiago y Puerto Plata y está situada a una altura de unos mil metros sobre el nivel del mar. Nótese la gran abundancia de helechos. Cuando en un lugar nos encontramos con este tipo de vegetal, esto indica que en dicho lugar la pluviometría sobrepasa los dos mil doscientos milímetros, vale decir, que es mucha la lluvia que cae en esta zona”.

 Y en lo que respecta a las características del terreno, expresa lo siguiente:

 - “Estas tierras son de clase 6 y 7, esto es, suelos de muy poca fertilidad. Según las investigaciones, existían en este sitio grandes minas de ámbar, las cuales con el tiempo se han petrificados. Como podrá apreciarse - apunta con evidente amargura - ya no hay árboles, todos fueron cortados indiscriminadamente y por eso hoy sólo percibimos la presencia de hierbas y arbustos. En tal virtud pienso - puntualiza finalmente - que el presidente de la República debiera emitir un decreto mediante el cual se declare este monte como zona vedada para que así no penetre nadie a su interior y mediante el proceso de reforestación natural, vuelvan a levantarse los frondosos árboles que en épocas pasadas yacían plantados en este serrano y fresco ambiente” 

Es la una de la tarde, hora propicia para picar y cherchar bajo la sombra extasiante producida por las ramas entretejidas que nos sirvieron de techo protector. A partir de este instante ya no percibíamos las ilustrativas descripciones científicas relativas a la flora rastreada, sino las sazonadas ocurrencias de don Braulio, las mudas sonrisas de César Rodríguez y Publio Germosén, el inarmónico ronquido, cuando dormía, de Lourdes Tapia, la incansable secretaria ejecutiva de SOECI, la risa explosiva de Camucha y los cuentos multicolores de Domingo y Julio Rosario, este último, síndico tamborileño recién electo.

 Y entre chistes y tragamientos yo esparcía mi espíritu contemplando desde las alturas del Peñón la siempre imponente imagen del monumento santiagués, la iglesia Corazón de Jesús de Moca, con su cúpula rozando las estrellas, la chimenea de la cementera esparciendo hacia el infinito su humo blanquecino, el desplazamiento de los automóviles, las calles, carreteras, las copas de los árboles que vistos desde arriba semejan hileras interminables de cómodos o confortables colchones tachonados de verdes hojas. Y en fin, los múltiples encantos que a la vista nos presenta nuestro bien amado Valle del Cibao.

 A las 2:00 p.m., emprendimos el viaje de regreso.

 Cuando por última vez clavé la mirada en el vientre de la cumbre recorrida, de nuevo afloraron a mi memoria las palabras del artista literario inicialmente citado en la presente crónica:

 “La belleza del monte es múltiple, infinita, cuando la dora la luz del sol, cuando lo azota la tormenta, cuando lo bate la lluvia, a toda hora, en cada día, en cada estación, eternamente...”

 (La Información: 26 - 8 - 94)

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