Por :
Domingo Caba Ramos
¿Se ha detenido usted a observar o escuchar la
marcha ondulante y el murmullo eterno de las olas en su loca desesperación por
estrellarse contra las rocas?
¿Se ha parado
usted alguna vez frente a la puerta o ventana de su casa a oír o ver la lluvia
caer?
En fin, ¿se ha
dormido usted, arrullado por el canto armónico de la lluvia?
La lluvia es tal vez una de las más geniales
obras de arte que nos ha brindado la naturaleza y quizás el más romántico de
los elementos o seres que forman parte del mundo natural. En su vertical
descenso hacia la tierra, la lluvia entona la más tierna de las serenatas y el
más armónico de los conciertos.
La lluvia embriaga el espíritu, excita la
inspiración de los poetas y provoca en las almas dotadas de cierto grado de
sensibilidad artística toda una gama de dulces sensaciones y sentimientos.
Hasta los niños y animales ceden vencidos o atrapados en las redes embrujantes
de la lluvia.
De la época de mi niñez, jamás he podido
olvidar el comportamiento asumido por una traviesa y parlanchina cotorrita (la
cuca) que había en mi casa. Desde que una embarazada nubecilla daba a luz su
acuática criatura, una alegría sin igual invadía el ánimo de la vagabunda
cotica y ningún tímpano podía soportar por mucho tiempo el eco casi interminable
de su ininteligible monólogo.
Del gran poeta Pablo Neruda (1904 – 1973 ) se
cuenta que al pasar a vivir a la aldea de Isla Negra (Chile) instaló su casa en
un acantilado frente a una playa de grandes rocas y en cuyo interior ordenó
construir un estudio dedicado a recordar al lluvioso sur chileno que lo vio
nacer.
«Neruda - reseña Enrique
Gutiérrez Aicardi - decidió que la pieza debía tener un techo de
zinc para sentir la lluvia con toda la fuerza con que los aguaceros barren la
tierra en el sur de Chile».
«El estudio - continúa diciendo Gutiérrez Aicardi -tuvo su techo de zinc y allí Neruda se dejó
arrullar por el murmullo de las olas y el tamborileo de la lluvia que le hacía
regresar a sus años de infancia...»
El propio bardo chileno inicia su libro
autobiográfico, “Confieso que he vivido”, diciendo lo siguiente:
«Comenzaré
por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje
inolvidable fue la lluvia. La lluvia austral que cae como una catarata del
Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. En esta frontera,
o Far West de mi patria, nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la
lluvia. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en
los techos o llegaban en olas transparentes contra las ventanas».
En uno de sus poemas, «El padre», el autor de “Residencia
en la tierra”, inserta los versos que siguen:
«... la lluvia como catarata
despeñada en los techos
ahogaba poco a poco
el mundo
y no se oía nada más que el viento
peleando con la lluvia...»
No sólo
Pablo Neruda. Otros poetas de igual valía también le han cantado a la lluvia.
Como el gran vate español Antonio Machado cuya voz nos parece escuchar allá, en
su natal Sevilla, diciéndonos en una de sus poéticas Galerías:
«Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil
yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril...»
Pero nadie como Juana de Ibarborou (1892 – 1979), o Juana de América, supo plasmar en líricos versos el impacto sentimental que produce en las almas enamoradas ver la lluvia caer “en hilos como largas agujas de vidrio…”, o cuando esta entona su sinfónico concierto al romper en los techos o contra las ventanas. ¿Qué romántico mortal no habrá ordenado alguna vez, como la amada aludida por la insigne poetisa uruguaya: “Llueve… Espera, no te duermas…”?
NOCHE DE LLUVIA
«Llueve...
Espera, no duermas,
estate atento a lo que dice el viento
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.
¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!
¡Con qué avidez se esponjará la hierba!
¡Cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos!
Espera, no te duermas. Escuchemos
el ritmo de la lluvia.
Apoya entre mis senos
tu frente taciturna.
Yo sentiré el latir de tus dos sienes
palpitantes y tibias,
como si fueran dos martillos vivos
que golpearan mi carne.
Espera, no te duermas. Esta noche
somos los dos un mundo,
aislado por el viento y por la lluvia
entre la cuenca tibia de una alcoba.
Espera, no te duermas. Esta noche
somos acaso la raíz suprema
de donde debe germinar mañana
el tronco bello de una raza nueva»
(Juana de Ibarborou)
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