“Chofei, me deja ai doblai "
Por: Domingo Caba Ramos
Aquella mañana, la vieja " voladora " se desplazaba como víbora
endiablada por las “tarvias” encendidas de la ciudad capital. Al llegar a la
Kennedy con Tiradentes, el eco imperativo de una voz salida desde lo más
profundo de la " cocina " o
asientos traseros del chatárrico vehículo, se dejó escuchar con toda la fuerza
de un grito desesperado:
- " Chofei, me deja ai doblai…”
Una irónica sonrisa se dibujó en los labios del sudoroso conductor. Y como si
hubiera marcado el compás de inicio, un coro de incontenible y burlona
carcajada quebró el silencio momentáneo que se produjo en el interior del recinto
vehicular, al mismo tiempo que sus ocupantes repetían con el más sarcástico y
mortificante de los acentos:
- “Chofei, me deja ai doblai… "
Muy pronto la paciencia del viajante cibaeño
llegó a su fin. Cuando se proponía descender para quedarse en el punto
anunciado, se emburujó con el primer pasajero capitaleño que encontró a su paso
y allí, dentro de la guagua, se originó un intercambio de puñetazos los cuales,
al rebotar entre cuerpo y cuerpo, producían un seco sonido igual al emanado del
toque repiqueteado de la alegre tambora
quisqueyana.
El caso antes relatado ocurrió hace ya trece años. Se trata de uno más de los
tantos enfrentamientos lingüísticos que
suceden entre habitantes de una misma
comunidad parlante en la que interactúan
diversas variantes regionales, y en la que una de ellas, en términos
normativos, se abroga el prestigio y la supremacía, adoptando, en consecuencia,
una actitud de sanción y censura a cuantas prácticas de la lengua se aparten de sus habituales usos
idiomáticos.
Por esa razón los hablantes nacidos y /o
residentes en el Distrito Nacional, especialmente los de más bajo nivel de
instrucción, se burlan y gozan un mundo
cuando escuchan a un cibaeño pronunciar la i en lugar de la r y la l , porque
desde su punto de vista o percepción
metropolitana de la lengua, y tomando como ejemplo la frase que nos ocupa, lo
correcto sería decir: " chofel me
deja al doblá “, pero nunca: " chofei, me deja ai doblai "
Obviamente que un hablante del Cibao y
de la capital que posea un mediano o elevado nivel de escolaridad jamás
empleará una y otra formas dialectales, porque una y otra se apartan por
completo de la norma gramatical fijada académicamente. Y, por ende, al
establecer relación entre una y otra variante, no es posible hablar de mayor o
menor prestigio, por cuanto desde el punto de vista lingüístico nadie habla
mejor ni peor, ni tampoco existen lenguas más prestigiosas que otras. Se trata,
simplemente, de las diferentes posibilidades que ofrece la lengua a los
usuarios, en esta oportunidad, de dos comunidades dialectales diferentes. Lo de
bien y mal son simples valores o conceptos axiológicos carentes por completo de fundamentación
científica.
Los dominicanos se comunican e intercomprenden
a través de una de las modalidades del español de América llamada español
dominicano, modalidad conformada por un conjunto de rasgos o variantes
que se distribuyen y practican en diferentes áreas dialectales, entre las que
merecen citarse: el Cibao interior y
el Sureste.
El Cibao interior tiene como centro a Santiago, Moca, La Vega, Salcedo y San
Francisco de Macorís, y el fenómeno lingüístico que lo caracteriza se llama vocalización. Se define esta como la
pronunciación de la r y la l como i, en posición final
de sílaba o de palabra: “cueipo”,
“caima”, “pueita”, “aigo”, “mujei”.
El sureste, cuyo centro se sitúa en el Distrito Nacional, se distingue por la
realización de la r como l , así como la
elisión de la r final de los verbos en su forma infinitiva: “coltá”, “trabajá” “escondel”, “amol…”.
Pero al considerar muchos hablantes capitaleños, como los de casi todas las capitales del mundo, que su norma es
la valedera o la que goza de tanta aceptación social como la académica, no
resulta extraño que rechacen, estigmaticen y
califiquen de incorrecta la
vocalización cibaeña y expresiones como : “chofei
de me deja ai doblai…”, la
sustituyan por otra no menos inaceptable desde el punto de vista preceptivo: “chofel de me deja al doblá…”.
Y
debido a lo fuertemente estigmatizado que se encuentra el fenómeno de la
vocalización , tampoco constituye una
sorpresa que muchos nativos del Cibao, incurran en casos de ultracorrección,
evitando así pronunciar las íes hasta en
las sílabas en que realmente deben articularse, diciendo, por ejemplo, “acelte”, por
aceite y “Licer”, por Licey. Esa conducta ultracorrecta puede apreciarse
igualmente en la pintoresca y no menos graciosa descripción realizada en
una ocasión por un preocupado hablante cibaeño: “Había gente de to lo lao, de
la capitar, de Azua, de Jarna y der serbo”
O, para
evitar comportamientos burlescos, terminen adoptando las formas correspondientes al dialecto capitaleño. De
ahí que no dudamos que en una nueva experiencia, el cibaeño protagonista de
nuestra historia, en lugar de su natural “chofei
me deja ai doblai”, se pare en medio de minibús que lo transporta, para
ordenar, a mandíbulas batientes:
“Chofel me deja al doblá”
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