Por: Domingo
Caba Ramos
Etimológicamente la raíz o étimo. ÓNIMO
procede del griego, y significa “nombre”. Podemos encontrar dicha raíz en
palabras como seudónimo (falso nombre), topónimo (nombre de lugar), antónimo (nombre contrario), homónimo (igual nombre), etc. Y
también está presente el susodicho étimo en un vocablo que a mí se me ha
ocurrido crear: ONIMOFOBIA, el que si hubiera que definirlo, lo haría diciendo
que es el miedo, desagrado o repugnancia que les produce a muchos individuos pronunciar
el nombre de una persona.
Por lo menos
en el español dominicano es cada vez más recurrente la práctica de no llamar a
la persona por su nombre de pila o por el apodo que la identifica. En el
sociolecto de la juventud, por ejemplo, notaremos cómo el joven, para referirse
a otro de su misma generación, lo llamará”Loco“,”Loca“,”Manín“,”Socio“y”Monstruo“, entre otros términos.
A la
secretaria o empleada de servicios al cliente, le escucharemos decirle a un
cliente que apenas conoce: “Mi Cielo”, “Mi Amor”, “Mi vida“y otras frases cuya cursilería y artificialidad saltan a la
vista.
Y, como si
todo fuera poco, en un entorno donde debe primar siempre el calor humano y la cercanía afectiva como la
escuela, ya los maestros de los alumnos
de las escuelas y colegios no llaman a
los padres de estos por sus nombres, como en otras épocas , sino hablarán de “Papá de …” o “Padre de …”. “Mamá de ...”, “Madre de”. Por esa razón, un día de estos experimenté una
desagradable sensación cuando en el
colegio donde estudia mi niña Nicol,
escuché a su maestra decirme : «Papá de Nicol, quiero decirle algo… » ¡Cuánta distancia y ausencia de esencia comunitaria!
Lamentablemente, para esa profesora, yo no me
llamo Domingo, sino “Papá de Nicol”. Al escuchar esto se me ocurrió decir con
amargura evidente: “Así
anda la escuela dominicana”;
mas luego rectifiqué y dije: “Así
anda la sociedad dominicana“Toda
acción que posea el sello de lo esencial o de lo humano, al parecer, poco a
poco se ha ido borrando de la agenda de nuestro diario proceder.
Quizás olvidan quienes así proceden
que nada le produce más placer a un ser humano que lo llamen por su nombre. Que
llamarlo Luis, Juana, Chepe, Quica, Nicolás, etc. crea confianza, confiere importancia, fomenta
afectos y propicia productivas cercanías. Que para quien lo lleva, escuchar su nombre
constituye la más bella e impresionante de la sinfonía, como sabiamente lo entendió Dale Carnegie al decir que:
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