jueves, 22 de junio de 2017

VIDA, PASION Y MUERTE DE LOS PRINCIPIOS

Por: Domingo Caba Ramos

 «Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres» 

José Martí

En nuestro país hubo una época en que los principios reinaban, existían o tenían sólida vigencia. Era la época en que se le rendía culto a la verdad, al deber y a los valores éticos y morales. Era la época en que al dominicano se le escuchaba decir con inocultable orgullo: "Yo no transijo con mis principios", "Por principios, no acepto o hago eso", " Primero muerto, antes que coger lo ajeno", " Pobre, pero honrado…, etc.,

Pero en el preciso instante en que los antivalores penetraron a su cuerpo vigoroso, los principios comenzaron a perder peso, enflaquecieron, se enfermaron y un buen día murieron. Sólo uno logró salvársele a la muerte: el muy conocido principio maquiavélico que establece aquello de que “El fin justifica los medios”.

 A partir de ese momento los verdaderos principios fueron desplazados, los antivalores asumieron el poder y el respeto a los preceptos éticos empezó a considerarse como un comportamiento típico de seres ingenuos, tradicionales o atrasados. Emerge con toda su fuerza la muy famosa “cultura del vivo” y comienza a llamársele “pariguayo”, “tonto” o “pendejo” a toda persona caracterizada por su honesto comportamiento; pero muy particularmente a todo aquel que habiendo desempeñado un cargo ejecutivo en la administración pública no se enriqueció ni hizo uso indebido de los bienes del Estado.

Cumplir o no con lo prometido poco parece importar. Sentimientos como la vergüenza y la culpa se van borrando progresivamente del mural de nuestras conciencias, y nuevas frases entran a formar parte del repertorio lingüístico de los dominicanos: “El serio no goza”, “Eso lo lograré caiga quien caiga”, “Punta de lápiz no mata a nadie”, “A quien yo le debo es que tiene que preocuparse”, “Por no aprovecharse o estar privando en serio , ahora se lo está llevando el diablo”, y otras expresiones que delatan hasta dónde ha llegado en nuestro país la inversión de valores.

Dentro de ese proceso de degradación moral que actualmente corroe los cimientos éticos de la sociedad dominicana es que se enmarcan, por citar sólo algunas, prácticas como los sobornos de Odebrecht, el transfuguismo, la compra y venta de votos en los procesos electorales, los robos y actos de corrupción cometidos durante el pasado reciente en Aduanas y, de manera recurrente, en otras áreas de la administración pública. `

 Y como resultado de esa inversión de valores o muerte de los principios es que la mayor parte de los dominicanos critica implacablemente a todo el que adopta un comportamiento íntegro y honesto, y admira, idolatra y le rinde un culto casi sacrosanto a toda persona asociada al crimen, al dolo, especialmente a quienes se han hecho ricos o millonarios mediante el robo, el narcotráfico y el peculado.

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