martes, 24 de noviembre de 2015

¡ADIÓS, AMIGO MÍO!

Por : Domingo Caba Ramos

(Texto del panegírico leído por el autor en el cementerio muncipal de Licey al Medio, el 23 de noviembre del 2000, con motivo del sentido y repentino  fallecimiento del profesor Élido Rodríguez, ocurrido siete días antes ( 16/11/2000 ) de esta fecha, en Nueva York )

 “Cuando un amigo se va,
queda un espacio vacío,
que no lo puede llenar,
la llegada de otro amigo…”

 (Alberto Cortés )

                                                                                   Profesor Élido Rodríguez

 La infausta noticia llegó y como río desbordado se expandió por toda la comarca:

 “¡Ha muerto Elido Rodríguez!”

 La noticia llegó: desconcertante, avasallante, lacerante, como la espina inesperada que penetra al cuerpo sembrando el dolor en cada uno de sus órganos vitales:

 “¡Ha muerto Elido Rodríguez!”

 Y sumamente compungido por los efectos sicológicos de tan angustiante informe, afirmé, casi de manera inconsciente:

 « ¡Ha muerto un amigo!». «¡Ha dejado de latir – proclamé, con las palabras del poeta – el corazón más puro, el corazón de quien en vida nos dio una lección diaria de fraternidad, de amor y de amistad. Ha dejado de latir el corazón de un fiel, leal y verdadero amigo»

 De Elido oí hablar mucho antes de conocerlo en persona. Había sido uno de los profesores dirigentes de la A.D.P. cancelados en 1978 por el entonces Secretario de Estado de Educación, Ing. Pedro Porrello Reinoso, y su nombre se repetía a diario en la prensa nacional.

 Años después lo conocí en Santiago en una de las numerosas jornadas desarrolladas por el otrora fogoso y combativo gremio magisterial. Y años más tarde me correspondió el honor de tenerlo como compañero de trabajo en el Liceo Nocturno "Tamboril". 

 Establecimos, a partir de ese instante, unas cordiales, fraternas y permanentes relaciones de amistad que rayaban casi en la hermandad, y que, en mayor o menor grado, lograron envolver a miembros de una y otra familia, vale decir, la suya y la mía. Mi madre lo quería como un hijo, en tanto que él a ella le tenía un afecto entrañable, el mismo que se siente por una madre. Merced a ese acercamiento, pude percibir las extraordinarias virtudes que adornaban la personalidad de este ser excepcional y las luces nobilísimas que bordeaban su existencia.

 Jamás había conocido a un ser más desprendido y solidario que el amigo que hoy dejamos aposentado para siempre en el lecho sombrío de este solitario camposantos. Jamás había conocido a un ser provisto de tan elevado espíritu de servicio. Jamás había conocido a un ser tan entregado a los demás.

 En una sociedad donde el yo siempre está primero, Elido siempre supo invertir los papeles y, en tal virtud, para él el yo sólo importaba si el tú estaba libre de problemas. Semejante comportamiento no siempre suele aceptarse, entenderse y compartirse en una sociedad en donde impera el materialismo patológico, el individualismo rapaz y el egoísmo morboso. De ahí los sarcásticos calificativos de “tonto”, “pariguayo”, “pendejo” y “loquito viejo”, endilgados a todo aquel que actúa desinteresadamente en favor de los demás. Pero semejante conducta y las nobles acciones siempre se imponen Y en tal sentido, valdría preguntarse:

 ¿Qué mortal, qué amigo, qué maestro, qué pariente, qué alumno y qué hombre del pueblo no recordará siempre con admiración y respeto a este inquieto profesor?

 Elido, como confesara Pablo Neruda ante la muerte de su amigo, el poeta francés Paúl Eluard, “fue mi amigo de cada día, y pierdo su ternura que era parte de mi pan. Nadie podrá darme ya lo que él se lleva porque su fraternidad activa era uno de los preciados lujos de mi vida” 

 Y merced a tan fraternal afecto, hoy, frente a su cadáver, yo debo finalizar diciendo también con las palabras del poeta:

 Adiós, amigo mío. “Me inclino sobre tus ojos cerrados que continuarán dándome la luz y la grandeza, la simplicidad y la rectitud, la bondad y la sencillez que implantaste sobre la tierra” 

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